viernes, 20 de septiembre de 2019

Incendies (2010)



El destino en las tragedias de Sófocles no es el culpable de transformar a sus protagonistas en víctimas o en verdugos, puesto que las muertes, las traiciones, los abusos o los incestos no forman parte del capricho de un sino que juega con ellos para divertirse. Lo trágico lo determinan y lo deparan las motivaciones, las ambiciones, las decisiones y las circunstancias de los personajes, aquellas que son creadas por los propios individuos antes de que se consumen los hechos que resultan fatales. Su tragedia, también su esperanza, reside en ser humanos, y no en un hipotético inamovible escrito, ante el cual nada se puede hacer para deshacer. La tragedia perfeccionada por Sófocles en Edipo Rey es suma de ironía del querer y del ser, de lo casual y lo no casual, de acciones, reacciones y relaciones que se establecen sin posibilidad de conocer las consecuencias que acarrearán más allá del momento en el que estas se producen. Los personajes <<responden a estados emocionales que tienen su razón de ser en las circunstancias en que se encuentran>>1, viven marcados por variables que incluyen intereses, intenciones, elecciones o disputas. La suma de todas ellas precipita los sucesos y elimina la posibilidad de volver atrás. Lo hecho, hecho está, y no hay que señalar al destino, ni a divinidades ni a oráculos, que simplemente exponen una posibilidad entre tantas posibles, como responsables de las decisiones y de las acciones humanas. 
El abanico de opciones está en manos de hombres y mujeres frente a las realidades que les condicionan y condicionan sus comportamientos. Algo similar sucede con los personajes de Denis Villeneuve en Incendies (2010), que no se basa en ningún clásico griego sino en la pieza teatral homónima escrita por Wajdi Mouawad en 2003.


Los personajes que asoman en Incendies son individuos que responden a las distintas situaciones que la película 
no busca dramatizar, ni juzgar, al menos no con la evidencia que exhiben otras producciones que abordan temas parejos. Las muestra con sus condicionantes (familiares, religiosos, políticos,...), pretéritos o actuales, y las desarrolla en dos tiempos que encuentran su nexo en la figura de Nawal (Lubna Azabal), la madre fallecida en 2009 y la protagonista en distintos momentos del pasado al que accedemos para ser testigos de odios, fanatismos, venganzas o de la guerra civil que se prolongaría cerca de dos décadas. En el pasado, Nawal busca al hijo de quien su familia le obligó a separarse. Pero su recorrido se inicia antes, cuando es testigo de la muerte del hombre que ama a manos de uno de sus hermanos. Ese instante apunta el sinsentido religioso y el posterior enfrentamiento que se extiende por el país —que no se nombra, pero apunta a Libano—, y que lo transforma en un espacio de destrucción, violencia, fanatismos y represalias sin fin aparente. Incluso Nawal se ve afectada, quiere venganza y asesina al líder de las milicias de la derecha cristina. Condenada a presidio, sufre abusos y violaciones en la prisión que sus hijos gemelos desconocen cuando, en el presente canadiense, visitan al albacea que les sorprende con las últimas voluntades de la difunta. En ellas habla de una promesa incumplida y de dos cartas que han de entregar a su padre, a quien nunca han visto, y a un hermano del que ignoraban su existencia. Estas circunstancias trastocan las existencias de Jeanne (Melissa Désormeaux-Poulin) y Simon (Maxim Gaudette); empujan a la primera a iniciar la búsqueda que le permitirá encontrar respuestas, y al segundo a aferrarse al presente, rechazando cualquier contacto con el ayer de su madre. No obstante, ambas posturas conducen a un mismo punto: el pasado, aquel que les acabará descubriendo verdades que nacen de los comportamientos humanos (sean individuales o grupales), del odio, de los fanatismos y de la intolerancia, de las realidades que determinan y provocan muertes, separación, destrucción, matanzas y guerra que Incendies va exponiendo a lo largo de sus distintas partes. La película deambula entre el ayer y el hoy, entre la madre y la hija, más adelante se unirá Simon y el albacea, y amigo de la familia, mientras nos descubre el padecimiento de un país enfrentado y, en particular, de una mujer cuya condena física y espiritual no es fruto de lo casual, sino del momento y del espacio humano que sus gemelos conocerán durante su búsqueda en el presente. Si aislamos los distintos comportamientos, y las motivaciones de los personajes, la imagen del niño que abre el film nos aporta un hecho innegable: su adoctrinamiento en el odio, político y religioso. Alguien ha decidido en su lugar; han eliminado su capacidad de comprender sin condicionantes extremos. Han mermado su capacidad de distinguir y, por tanto, de elegir entre infligir dolor o no hacerlo. Este niño, nacido del amor de una cristiana y un refugiado, víctima de su familia, de los señores de la guerra islámicos y de los extremistas cristianos, volverá a reaparecer ya convertido en verdugo, pues ha perdido la inocencia para ser uno de los artífices de la tragedia narrada por Villeneuve. El cineasta no elude la responsabilidad del individuo, puesto que, al fin y al cabo, es quien acaba decidiendo, aunque su decisión haya sido manipulada y guiada tiempo atrás, y no precisamente por la intervención del destino. Todo va encontrando su explicación a lo largo de las sucesivas partes que componen un film de búsqueda, de respuestas y de consecuencias que afectan más allá del momento y de un espacio concreto.


1.(De la introducción de Julio Pallí Bonet) Sófocles. Tragedias completas. RBA Coleccionables, Barcelona, 1995

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