jueves, 5 de septiembre de 2019

Elle (2016)


Mezcla en apariencia de humor negro y thriller psicológico, al tiempo opresiva, perturbadora y satírica, Elle (2016) no disecciona con la sutileza de un fino escalpelo, da un golpe de machete, tajo directo y profundo, a una sociedad de Jekylls y Hydes en la que algo, quizá mucho más que algo, se ha ido de las manos de sus miembros. El entorno burgués que Paul Verhoeven muestra en su hipocresía y patetismo vive en la doble imagen generalizada: la del individuo de puertas afuera y la del rostro íntimo que no puede ocultarse bajo pasamontañas y mentiras. Pero, sobre todo, nos ofrece la interpretación de una actriz excepcional que nos atrae y desorienta a partes iguales en su recreación de mujer ultrajada, víctima de ese entorno del que desea liberarse y donde sufre la violación que abre el film. Ese primer momento fílmico precipita el estado de shock con el que nos adentramos en la vida de Michèle (Isabelle Huppert), en sus relaciones y en las insatisfacciones con las que debe lidiar cada día. ¿Cuántas interpretaciones memorables lleva Huppert? He perdido la cuenta, pero Michèle es una de ellas. Víctima de una infancia trágica, marcada por el fanatismo, el desequilibrio y el magnicidio paterno, que si bien ha silenciado, aún se prolonga en el presente, continúa siendo víctima de más dolor, de más hipocresía y de nuevos abusos.


La presencia de la actriz francesa 
resulta vital para que el personaje no se convierta en una caricatura vacía, ya que su espléndida interpretación dota a su "heroína" de ambigüedad, de matices y de registros que van desde el sufrimiento a la ruptura, pasando por el dolor, el deseo, el miedo, la seguridad e inseguridad, la ironía, la pasividad o el cinismo con el que se protege del entorno enfermizo —el masculino, compuesto por su padre, su ex-marido, su hijo, su amante y su vecino, y el femenino, en el que interactúa con su madre, su nuera, Rebecca y Anna— que la rodea y oprime. Las emociones y las sensaciones contenidas por la protagonista nos permiten acceder a la humanidad de una mujer a quien vamos conociendo a partir de pequeños detalles, de instantes de soledad y de momentos compartidos, de silencios o de pensamientos que podemos intuir, al ser testigos de su cotidianidad laboral, familiar, íntima y sexual. Sin duda, esta especie de Tristana moderna, que ajustará cuentas con su entorno, es uno de los grandes atractivos de la película, aunque no es el único, pues la enfermedad moral o inmoral expuestas por Verhoeven funcionan en su intención de incomodarnos, de impedir que nos identifiquemos con un héroe o heroína, pues si esta última existe, resulta de tal complejidad que el público, que si bien se decanta por ella al ser víctima, no logra comprender en toda su dimensión los por qué que nos plantea. Pero Michèle no necesita que nos identifiquemos con ella, como tampoco necesita nuestra compasión ni que nos pongamos en su piel —sabe que eso es imposible—, necesita liberarse y ajustar cuentas con una sociedad que ha perdido el norte, si es que alguna vez lo encontró, violenta, desorientada, desquiciada, que oculta sus carencias y sus desequilibrios. Oculta sus miserias en formas evasivas, en mentiras y en comportamientos grupales donde mantienen las formas que pierden en la intimidad, de ahí que personajes que asoman en la pantalla no resulten simpáticos, resulten seres que en cierta medida nos reflejan en las sombras, las propias, las comunes y las extrañas, donde viven incompletos, incapaces de frenar el egoísmo extremo que Irene (Judith Magre), la madre de Michèle, señala en su hija sin ver si el suyo lo supera. Así, deambulan por la pantalla el temor a la vejez, a la impotencia, sea sexual, personal o profesional, las miradas que evitan encarar el conflicto, prefieren volver la vista hacia otro lado, hacia esa parte que les permite no enfrentarse a la realidad que disfrazan o adornan con mentiras y disimulos que no evitan comprender sus imperfecciones o su ausencia de valores.


La suma de circunstancias afectan tanto al individuo como al grupo que asoma por este excepcional estudio del comportamiento humano, un estudio al tiempo
 impactante, profundo, revelador y, por momentos, demoledor y devastador, ya no por la extrema violencia física y psicológica de imágenes puntuales como el arranque de Elle o la doble repetición de la violación sufrida a la que tenemos acceso desde el pensamiento de Michèle. La primera imagen de la agresión se mantiene fuera de campo, pero resulta impactante al comprender los hechos a través de sonidos y del plano del gato que observa. El felino es testigo pasivo de la agresión, igual que lo somos nosotros, al generarse en nuestro pensamiento el instante durante el cual la víctima es forzada y golpeada brutalmente por un hombre cuyo rostro se oculta bajo un pasamontañas. Minutos después, la víctima actúa como si no hubiese sufrido un ataque brutal, lo cual genera nuestras dudas, que se agudizan cuando en la bañera sumerge la sangre bajo la espuma o cuando telefonea para pedir comida, en lugar de llamar a la policía. ¿Por qué oculta el dolor? ¿Por qué no exteriorizarlo y por qué no quiere hablar del pasado que ha condicionado toda su existencia? Su silencio, respecto a la brutal agresión sufrida, nos descubre algunos aspectos de Michèle; nos descubre que sí le ha afectado en extremo, como nos confirma que teme y que duerma con un martillo, que se pregunte si fue alguien que la odia, que sospeche de alguno de sus empleados, que aprenda a disparar un arma de fuego o que reviva la escena de la violación, en apariencia sin alterarse, reprochando a su gato -e irónicamente a nosotros- la pasividad del mirón ante circunstancias en las que se necesita su intervención o, ya en su afán de venganza, en su mente, golpee a su agresor una y otra vez hasta matarlo. Su comportamiento puede desorientar, sin embargo parece formar parte de la evolución de una mujer que, condicionada y señalada desde su infancia, está harta de sentir la insatisfacción y la constricción que le genera el rol pasivo (de madre, de (ex)esposa, de hija de un monstruo, de objeto sexual, de clase social,...) que no desea -quizá por ello sea su propia jefa y se imponga en su trabajo- y del que se libera al romper con el orden establecido, con quienes le han hecho sufrir u obligado a vivir entre y con mentiras, entre y con estereotipos cuya finalidad principal parece ser la búsqueda del placer propio aun a costa del dolor ajeno.

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