lunes, 23 de enero de 2012

Murnau, innovación y talento


Directores de cine han existido muchos, existen muchos y existirán muchos, sin embargo, sólo unos pocos han alcanzado la cima de la creatividad lograda por Friedrich Wilhelm Murnau, un director nacido en 1888 en Alemania, y como muchos otros artistas de su generación influenciados por las corrientes artísticas que se produjeron a principios del siglo XX, además de su contacto con Max Reinhardt, eminente figura del teatro alemán que también influyó en Ernst Lubitsch o William Dieterle. Antes de debutar en la dirección, Murnau realizó su aprendizaje en el mundo de la escena, participando como actor en diversos montajes, antes de luchar en la Gran Guerra como soldado de infantería y de aviación. En 1919 debuta como director con el film titulado Der Knabe un Blau, al que seguirían otras producciones como Satanás, Sahnsucht o El castillo Vogeloed (Schloss Vogelöd). Su primera obra maestra, que le daría a conocer en todo el mundo, fue la mítica Nosferatu, una sinfonía del terror (Nosferatu, eine symphonie des grauens), que, sin embargo, resultó un fracaso en su momento. El film se basó en la famosa novela de Bram Stoker, Drácula, pero por evitar pagar los derechos se cambió el nombre del personaje principal, protagonizado por Max Schreck, así como otros aspectos del relato. Nosferatu resulta una excelente muestra de cine fantástico y romántico, donde la muerte y la soledad juegan un papel fundamental. Tras esta primera obra maestra llegarían La tierra en llamas (Der brennende acker), El nuevo fantomas (Phamton) o Las finanzas del gran duque (Die finanzen des Grossherzogs), obras que sirvieron para que Murnau fuese comprendiendo las posibilidades del medio en el que desarrollaba su talento, un medio que cambiaría para siempre con El último (Der letzte mann), un film sobre la soledad y la sensación de humillación que asola a un anciano botones de hotel, relegado a servir en los aseos del establecimiento, perdiendo de ese modo el estatus que creía poseer con anterioridad. Sin embargo, la grandeza de El último (Der letzte mann) no reside en su historia, sino como se rueda y como se presenta sin intertítulos, sólo con imágenes, pues se encuentra llena de hallazgos e innovaciones, sobre todo en cuanto al movimiento de cámara se refiere. La cámara, hasta ese momento inmóvil, cobra vida con El último (Der letzte mann), moviéndose a la vez que sus personajes, creando la sensación de cercanía o de alejamiento. Sería injusto pasar por alto la colaboración del guionista Carl Mayer, otro nombre fundamental en el desarrollo del cine silente alemán, operador Karl Freund, quien puso sus conocimientos al servicio de Murnau para que este desarrollase una novedad que en la actualidad pasa por ser una característica siempre presente en cualquier film, sin embargo, en su momento resultó una revolución total y definitiva para el futuro del arte cinematográfico. Tras el éxito de El último (Der letzte mann), Murnau apuntaba alto, y su nombre empezaba a circular por los nuevos estudios hollywoodienses, los cuales tras la Primera Guerra Mundial se convirtieron en los primeros productores de películas a nivel mundial. Pero antes de abandonar Alemania rumbo al nuevo mundo y a su prematura muerte, Murnau rodó otras dos grandes obras: Tartufo o el hipócrita (Herr Tartüff) basado en una comedia de Moliere y Fausto (Faust) inspirado en los textos de Goethe y MarloweTartufo o el idiota presenta una historia de engaño, en la que el personaje principal, interpretado por la estrella de cine mudo alemán Emil Jannings, engaña a cuantos le rodean; no obstante esta sería una historia dentro de otra, pues el personaje sirve para que un joven desenmascare al ama de llaves que manipula a su abuelo. El estreno de Fausto sirvió para mostrar, una vez más, el gran potencial del director al usar los medios a su alcance, además se trató de la película alemana más cara hasta esa fecha y un derroche de inventiva e imaginación visual. En Fausto, Murnau juega con la fantasía para mostrar un mundo oscuro dominado por un ser que desea las almas de los mortales, sobre todo el alma de un hombre atormentado por los años, a quien promete la juventud y los tesoros que ésta trae consigo. Tras su gran periplo alemán, Murnau parte hacia Estados Unidos, con un contrato para trabajar en la productora de William Fox, la futura 20th Century Fox. Y Murnau no desaprovechó la primera oportunidad que se le presentó, alcanzando una de las cumbres más elevadas del drama romántico al realizar Amanecer (Sunrise), una historia de amor, de arrepentimiento y de redescubrimiento del sentimiento perdido que despertará de nuevo. Sin embargo, no obtuvo el éxito esperado y los problemas no tardaron en presentarse, y el genial realizador tendría dificultades para concluir el rodaje de Los cuatro diablos (Four Devils); así como también durante el rodaje de su primera película sonora (inicialmente sin sonido), El pan nuestro de cada día (City Girl), surgirían numerosas discrepancias con William Fox, realidad que impulsó a Murnau a romper con él y asociarse con Robert J. Flaherty, con quien proyectó rodar Tabú, un film a medio camino entre el documental y la ficción. A la postre, este magnífico film sería su testamento cinematográfico, pues el periplo vital de Friedrich W. Murnau concluiría en un accidente de automóvil. Sin embargo, su recuerdo y sus films continúan asombrando a todos aquellos que saben valorar una buena película, porque en el cine como en cualquier otro tipo de arte, las buenas obras sobreviven (o deberían sobrevivir) al paso del tiempo.



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