lunes, 23 de enero de 2012

La chica de la fábrica de cerillas (1990)


Su inicio podría servir para un documental sobre la producción de cerillas, pero nada más lejos de la intención de Aki Kaurismäki, que representa otra realidad: la de Liris (Kati Outinen), su protagonista. Lo hace adecuándola a su estilo lacónico, preciso, minimalista, herido, irónico, tragicómico, de posible aunque dudosa influencia chaplinesca, pues la antiheroína de Kaurismäki, difiere del vagabundo de Chaplin, a pesar de que también viva atrapada dentro de la maquinaria industrial. A su manera, el vagabundo chaplinesco es un triunfador, pues siempre sale indemne de una sociedad represora, que esclaviza, que niega la libertad a sus individuos. Chaplin, que no hace ningún cine proletario, aunque en Tiempos modernos (Modern Times, 1936) apunte una realidad laboral deshumanizada. El suyo no puede considerarse como tal, por la sencilla razón de que da la espalda al sistema y de que sobrevive siempre en fuga, solitario, fuera de los márgenes y decidido a no madurar, a no rendirse. Esa maduración-rendición que suele llegar en la edad adulta, cuando se accede al mercado laboral y se asumen responsabilidades que encadenan, le apartaría de la rebeldía e implicaría el aceptar ser uno más dentro del orden. Y a eso no está dispuesto, por ello va de aquí para allá con el estómago vacío, aunque ya se encargará de llenarlo a base de picaresca o de fantasía. Sin embargo, Liris es la quietud externa, su apariencia, aunque en su mente se esté fraguando una erupción volcánica. A su condena, habría que añadirle su marginada existencia familiar en compañía de su madre (Elina Salo) y de su padrastro (Esko Nikkari), dos seres mezquinos cuya mezquindad quizá no solo se deba a la falta de dinero, también a una perspectiva vital represiva. Igual de mezquino resulta el desconocido (Vesa Vierikko) de quien Liris se enamora tras una noche juntos, durante la cual él la toma por una prostituta. Para él solo ha sido una transacción: sexo por dinero. El sentir que el amor crece en su interior la ilusiona; de hecho, parece que la libera, o que es lo único que podría hacerlo en un entorno frío, deshumanizado, en el que las relaciones humanas no aportan alegría a su vida triste entre personajes amargados, represivos, condenados. Pero el hombre de quien se ha enamorado y de quien espera un hijo no le corresponde, lo cual empuja a Liris, más si cabe, hacia el abismo donde destruirse o destruir su cárcel. Debe elegir entre poner fin a su vida (el suicidio) o a su cotidianidad (formar parte de un caos que la libere)… Ya en su primera imagen, Liris se observa triste y silenciosa, tal vez llena de deseos frustrados, aun así continúa teniendo ilusiones y necesidades como cualquier chica de su edad. Sin embargo, existe una diferencia con el resto, al menos una visible: se la ve viviendo condenada a una monotonía que mina su paciencia y su mente, una que le empuja hacia el pensamiento destructivo, tal vez liberador, que acabará dominando sus actos…


Última entrega de la trilogía del ProletariadoLa chica de la fábrica de cerillas (Tulitikkutehtaan tyttö, 1990) muestra a una mujer rodeada de nada, porque nada serviría para definir cuanto posee y cuanto le rodea. Liris vive con su madre y su padrastro, con quienes no mantiene relación, salvo para entregar el sueldo que gana en esa fábrica que abre el film mostrando el proceso de fabricación de las cerillas: una rutina agobiante que también se descubre en ella. La soledad y la apatía son dos compañeras siempre presentes en su existencia, en contraposición de aquello que le gustaría, pues únicamente desea sentir calor y cariño. La ausencia de relaciones, fuera del hogar materno, es total, como se descubre cuando sale a divertirse y nunca logra alegrarse, porque nunca se le acerca nadie. Quizá el problema resida en ella y no en los demás; posiblemente, este pensamiento ronde por su mente cuando decide el cambio: una nueva apariencia, la que espera se produzca tras la compra de un vestido que le acarrea el violento rechazo de su padrastro y de su madre, pero también la posibilita la oportunidad de una inexistente e idealizada relación con un desconocido que la confunde con una prostituta; sin mediación de palabras, le paga por los servicios prestados a los que ella en ningún momento ha puesto precio. Este encuentro se convierte en el detonante de los hechos que se producirán a continuación, pues el rechazo de Aarne y su falta de interés, incluso tras conocer la noticia del embarazo de Liris, es total y confunden (o deciden) a una mente desilusionada y al límite. La realidad trágica que aleja a Liris de su pensamiento racional, para convertirla en un ser que pierde el norte, la impulsa a terminar con cuantos le han hecho desdichada; su sangre fría es total y letal, convencida de lo que hace, sin remordimientos de ningún tipo. Aki Kaurismäki realizó un estudio sobrio, oscuro y frío sobre la soledad y la frustración, utilizando para ello escasos diálogos y escenas de ritmo lento y agobiante que muestran el alejamiento que existe entre los personajes. La vida condena existencial de Liris sería anterior al encuentro con el desconocido, pues queda patente que su personalidad ha perdido el equilibrio tiempo atrás, rodeada de ese ambiente opresivo y distante, siempre frío, siempre vacío y siempre igual, un entorno que le obliga a una involución que la convierte en un ser que nada tiene que perder, porque nada es lo que tiene.

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