Durante los primeros años del siglo XX, el cine todavía era un horizonte lleno de posibilidades para los pioneros que no dudaron en aventurarse por él. Comprendían que se trataba de un negocio o quisieron verlo como tal, de modo que se lanzaron de cabeza y las imágenes en movimiento se expandieron por todo el mundo. Los primeros países fueron Francia y Estados Unidos, con los Lumière y Edison, quien, como de costumbre, quiso el negocio para sí, ya que había intuido su alcance económico; aunque no tanto como en realidad llegó a ser. Había para todos, pero él no quería compartir, así que luchó contra los independientes en lo que se conoció como “la guerra de las patentes”. Pero su Trust, formado por la Biograph, la Vitagraph y productores como Pathé y Gaumont, acabó perdiendo contra quienes, con razón, Hollywood considera los fundadores de su industria cinematográfica. Los independientes, tipo Carl Laemmle, Adolph Zukor o William Fox, iniciaron sus negocios cinematográficos en la costa este, siendo antes exhibidores y distribuidores que productores. Fue entonces cuando luchando contra el monopolio liderado por Edison, llegaron por separado a California, una tierra de posibilidades gracias a su clima y sus paisajes. Allí, en lo que era una pequeña villa de unos cientos de habitantes asomaron los Jessy Lasky, Samuel Goldwyn o Cecil B. DeMille para rodar The Square Man (1913), el primer largometraje que se rodó en la localidad donde ese mismo año Laemmle levantaba el primer gran estudio. Dos años después, Griffith estrenaba su monumental El nacimiento de una Nación (The Birth of a Nation, 1914). La industria se afianzaba… El milagro del cine se estaba produciendo en cadena y sumaba entretenimiento, espectáculo, beneficios y un puñado de estrellas. Hollywood crecía bajo el mandato de hombres duros que habían crecido en la calle y curtido en mil negocios y batallas. Parece increíble lo que hicieron estos magnates, la mayoría emigrantes judíos europeos que pasaron de la pobreza a la lucha por sobrevivir en su país de acogida. Muchos quisieron ser más estadounidenses que las barras y estrellas y en todos ellos se hizo real el mito del “hombre hecho a sí mismo”, fruto del trabajo, de la dureza que iban adquiriendo, del buen olfato para los negocios y para hacer buenos contactos; incluso para guardar los escrúpulos en el cajón si la situación lo requería. En todo caso, eran otros tiempos; el país estaba en construcción y el cine era una novedad a explotar; y vaya si la explotaron, algunos como Mack Sennett, cuyo origen era irlandés, arrojaban tartas en la pantalla. Fuese con mano dura, épica, balas de fogueo, nata o merengue, convirtieron aquel espacio casi desértico en el negocio más entretenido y redondo del siglo.
<<Hacíamos películas cómicas lo más rápido posible con el fin de ganar dinero>> diría Sennett, que empezó como cualquiera, naciendo. Después de muchos lloros, balbuceos, amagos de sonrisas, “caquitas”, leche y papilla empezó a andar y, tras caerse unas cuantas veces, comprendió que aquellos grandullones, a quienes llamaba “ma” y “pa”, le sonreían cuando se caía de culo. Él les miraba con ojos de sorpresa e inflando sus mofletes rosáceos y regordetes. Entonces, se rascaba la cabeza, como haciendo que pensaba; apenas eran unos segundos de pausa, luego se levantaba y caminaba o gateaba hasta la cocina. Se las arreglaba para apoyar un pie en una vieja silla, después el otro hasta conquistar la cima de la mesa donde estaba aquella tarta de nata que soñaba lanzarles a la cara. Así, tras lograr el equilibrio y mantenerse en pie, le salieron más dientes y aprendió a correr. Su nombre de cuna era Michael Sinnott y había nacido en Richmond, provincia de Quebec, Canadá, en 1880. No llegó a terminar sus estudios primarios, pero eso no le iba a impedir desarrollar sus dotes cómicas en espectáculos de tres al cuarto. Empezó siendo obrero para pasar a ser cómico de medio pelo, antes de aventurarse en el país vecino. Sin pena ni gloria, a los veintidós años llegó a Nueva York con la esperanza de triunfar en el mundo del espectáculo, pero el éxito es caprichoso y a menudo no quiere que le molesten. Así que no era el momento y le propinó tal puntapié en el trastero, que el cómico acabó en California. Por entonces ya se hacía llamar Mack Sennett y sabía recibir tortazos en las pantomimas que protagonizaba pero que no le conducían a Broadway ni a la fama. Ya lo harían, pero en otro medio, en el que llegaría a ser uno de los grandes pioneros de Hollywood y en el que se le consideraría padre de la comedia cinematográfica burlesca.
En 1909 cayó de pie por los alrededores de Los Ángeles y por allí buscó trabajo. Lo encontró en la Biograph, en la que dirigiría sus primeros cortos, después de trabajar como asistente de Griffith. Sennett tenía ideas propias y quiso desarrollarlas. <<Yo no hacía más que decirle a D. W. Griffith que los guardias podían ser unos tipos divertidos, porque tenían un aire serio y digno, y dondequiera que haya seriedad, los cómicos pueden crear confusión y desconcierto, y puede haber burlas y carreras, y gente que escapa… Yo quería dar un paso de gigante y convertir a los guardias en unos seres absurdos.>> (Sennett) Pero a Griffith no le hacía gracia ni le parecía que aquello pudiera tener éxito; así que Sennett se asoció con un par de tipos, Kessel y Bauman, que pusieron los 2500 dólares que precisaba para iniciar su aventura Keystone. La primera comedia de la casa fue Cohen Collects a Debt (1912), con Fred Mace y Ford Sterling, y ya con Mabel Normand The Water a Nymph (1912). Aquello era un desbarajuste, pero era suyo. Sus primeras películas salían mal, con la imagen acelerada, pero, en lugar de echarse las manos a la cabeza, vio una posibilidad cómica en esa velocidad. Así serían sus films: dinámicos, caóticos y, cuando lo precisasen, acelerados. En poco tiempo ya producía dos films a la semana, ritmo que no tardó en aumentar. Se había convertido en par de su maestro en Biograph, con quien se asociaría en 1915 para formar la Triangle, cuyo nombre aludía al triángulo formado por Griffith, Sennett y Thomas Harper Ince, el otro gran director-productor de la época. Sennett, fundador de la Keystone, se convirtió en el rey de la producción en cadena de la comedia absurda y solo encontró un rival en la factoría de Hal Roach. Por ambos pasaron lo mejor del burlesco. Sin ir más lejos, el primero tuvo en sus filas a Chaplin, fue quien lo descubrió para el cine. Lo recuerda en sus memorias: <<El señor Charles Kessel, uno de los propietarios de la Keystone Comedy Film Company, me dijo que el señor Mack Sennett me había visto interpretar el papel de borracho en el American Music Hall de la calle Cuarenta y dos, y que si yo era aquel mismo cómico le gustaría contratarme para ocupar el lugar del señor Ford Sterling.>> También contó con Roscoe Arbuckle, Gloria Swanson, Harry Langdon y Ben Turpin, entre tantos y tantas Keystone Cops, clownes, borrachos, patanes, rufianes de cine y Bathing Beauties; mientras que Roach, antiguo aprendiz de Sennett, supo ver el potencial de Harold Lloyd o de Laurel y Hardy, entre otros grandes del humor cinematográfico.
<<Tengo una impresión muy vívida de Mack Sennett —dijo—. Era un hombre lleno de pasión por la vida. La Keystone Company era para él como un juguete, y él era el que más se divertía. Solo había dos cosas que exigía a los artistas: que supieran maquillarse y que no temieran caerse al suelo>>, recuerda Jerry Lewis que le dijo Charles Chaplin cuando se conocieron. Si esas fueron o no sus palabras carece de importancia. La tiene hacia donde aputan: el origen de la comedia cinematográfica. No es que antes de Sennett no hubiese comedia. La había, pero era otro tipo de invitación a la risa. Lo suyo fue un nuevo giro hacia el absurdo, un golpe de suerte, un sinsentido, una juerga alocada que parecía no tener principio ni fin y, menos que nada, no tenida vergüenza ni respeto. Y ahí residía parte del secreto de su éxito… Las películas producidas “a granel” por Sennett no alcanzan ni de lejos la complejidad de las mejores obras de Chaplin o Keaton, pero es probable que sin él no existirían ni el Chaplin ni el Keaton tal como se conocen. Igual que sin el cómico francés Max Linder, Sennett sería otro, incluso podría haberse dejado bigote y hecho policia. Pero, por fortuna, fue quien fue, el mismo que abogaba por un cine de golpe y porrazo; siendo una de sus características cómicas el contrapunto de los Keystone Cops, los agentes bigotudos que siempre perseguían a los protagonistas, y otra el arrojar tartas que mayoritariamente acababan estampadas sobre los rostros de esos mismos policías. <<Cuando Ford Sterling, durante una escena en una pastelería, cogió espontáneamente una tarta…, y la lanzó. ¡Eureka! ¡La tarta! —exclama Frank Capra en sus memorias, al evocar el momento—. Era algo seguro, absolutamente devastador…, y todo el mundo sabía que era Auténtica. La porra ha muerto…; ¡Larga vida a la tarta! El “burlesque” había hallado su arma definitiva contra la pomposidad… en Sennett, por accidente.>> Esa es una versión del momento, pero no la única; otra podría ser que quien lanzó la primera tarta fue Mabel Norman. En todo caso, todo quedaba en casa de Sennett, donde no existía sutileza. Allí, en el reino de sus comedias, todo se ridiculiza, desde la autoridad al amor, sin olvidarse de la virtud o la riqueza. En ellas tampoco hay espacio para la ironía. Su humor es grueso y directo, basado en la inmediatez, en el golpe, las persecuciones, en la burla sin otra finalidad que la carcajada del público.
<<Sennett me llevó aparte y me explicó su método de trabajo: “No tenemos trama. Partimos de una idea y luego seguimos el desarrollo natural de los acontecimientos, hasta que nos lleva a una persecución, que es la parte esencial de nuestra comedia. Ese método era eficaz; pero, personalmente, odiaba las persecuciones, pues anulan la personalidad del individuo. Aunque yo entendía poco de cine, sí sabía que nada transciende a la personalidad.>> (Chaplin) Pese a su trazo gordo y la total falta de entidad emocional en sus personajes, pues solo eran la excusa para la acción, los golpes y el humor burlesco, en esas comedias se sentaron las bases del slapstick e incluso para las del cine de acción posterior. Sennett se había convertido en grande de Hollywood a base de golpes y carcajadas. Se reía de todo porque todo puede llevar a la risa, del mismo modo, aunque a la inversa, podría llevar al llanto. Él escogió reír y el éxito por fin le abrazó y, aunque no era el único que reinaba en la industria naciente, se convirtió en el primer rey de la comedia hollywoodiense; hasta que otros tomaron su corona y así hasta que el reinado de la comedia muda terminó y Sennett acabó en el olvido, cuando el burlesco que había creado desapareció en el mismo instante en el que el sonido hizo su aparición y el chiste hablando, así como los diálogos cómicos, sustituyeron al gag visual que solo sobrevivió en Chaplin o en Laurel y Hardy. Décadas después, Frank Tashlin, Jerry Lewis o Blake Edwards miraron hacia aquel desternillante y silencioso pasado y recuperaron parte del espíritu que Sennett había sembrado en el cine cómico mudo; la guerra de tartas en La carrera del siglo (The Great Race, Blake Edwards, 1965) es un merecido homenaje para aquel cómico que llegó a ser el rey del golpe y porrazo…
Bibliografía:
A. Scott Berg: Goldwyn (traducción de María Soledad Silió). Planeta, Barcelona, 1990.
Charles Chaplin: Mi Autobiografía. Círculo de lectores, Barcelona, 1989.
Frank Capra: El nombre delante del título (traducción de Domingo Santos). T&B Editores, Madrid, 2007.
Lluís Bonet Mujica: El cine cómico mudo. Un caso poco hablado. T&B Editores, Madrid, 2003.
Tricia Welsch: Gloria Swanson (traducción de Roser Berdagué). Circe, Barcelona, 2014.
VV. AA: Historia general del cine. Volumen IV. América (1915-1928). Cátedra, Madrid, 1997.
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