Diversión, evasión y caos fueron manejados por Blake Edwards con acierto y soltura ascendentes en sus comedias realizadas entre 1957 y 1968, un periodo que podríamos calificar de su etapa cinematográfica dorada. Así lo corrobora su imparable ascenso desde El temible Mr. Corey (Mr. Corey, 1957) hasta El guateque (The Party, 1968), dos películas que se inscriben dentro del género que más frecuentó y que más le gustaba. No obstante, existe una diferencia definitoria entre ambas comedias y esta la encontramos en el descontrol absoluto que se adueña de la fiesta a la que Bakshi acude por error. Pero ese desorden que domina en pantalla ya había asomado en Operación Pacífico (Operation Petticoat, 1959), cobrado fuerza en La pantera Rosa (The Pink Panther, 1964), quizá mayor perfección en El nuevo caso del inspector Closeau (A Shot in the Dark, 1964) y alcanzado su cima en La carrera del siglo (The Great Race, 1965), títulos todos ellos que aún hoy cumplen la finalidad de entretener y divertir. Eso es el cine, al menos para Edwards, entretenimiento y sensaciones que ofrecer al público, más allá de que en ocasiones no rehuyese un cine más reflexivo y dramático en títulos como Días de vino y rosas (Days of Wine and Roses, 1962) o Dos hombres contra el oeste (Wild Rovers, 1971), indispensable western crepuscular que en su día fue ninguneado. Este no fue el caso de sus comedias más alocadas, en las que Edwards se desentendió de cualquier realidad que no fuese la de hacer reír a partir de la fantasía animada, comedias en las que sus protagonistas de carne y hueso no dejan de ser dibujos animados. Pues, ¿qué son si no el señor Yunioshi, Clouseau, el comisario Dreyfus, el profesor Fate o su ayudante? ¿Acaso no son caricaturas animadas que podrían sobrevivir a cualquier explosión o porrazo? Habrá quien prefiera las dos primeras entregas de la saga de La pantera rosa o El guateque, en algún momento del pasado también las he preferido, aunque ahora me decanto por La carrera del siglo, una de las películas más personales y delirantes del realizador estadounidense, y un entretenimiento sin complejos que homenajea al tiempo que parodia el cine realizado en Hollywood, desde el slapstick y el cartoon hasta el western, pasando por la screwball comedy y por el cine de aventuras de capa y espada —al duelo de sombras de Robin de los bosques (The Adventures of Robin Hood; Michael Curtiz, 1938) y a las versiones de El prisionero de Zenda (The Prisioner of Zenda). Esa es la magia de la que bebe La carrera del siglo, el cine como espectáculo y evasión, un cine que nos devuelve la inocencia y la fantasía de aquel tipo de películas que vivían del movimiento, de la ensoñación y del ingenio de sus creadores.
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