domingo, 2 de diciembre de 2018

La carrera del siglo (1965)



Diversión, evasión y caos fueron manejados por Blake Edwards con acierto y soltura ascendentes en sus comedias realizadas entre 1957 y 1968, un periodo que podríamos calificar de su etapa cinematográfica dorada. Así lo corrobora su imparable ascenso desde El temible Mr. Corey (Mr. Corey, 1957) hasta El guateque (The Party, 1968), dos películas que se inscriben dentro del género que más frecuentó y que más le gustaba. No obstante, existe una diferencia definitoria entre ambas comedias y esta la encontramos en el descontrol absoluto que se adueña de la fiesta a la que Bakshi acude por error. Pero ese desorden que domina en pantalla ya había asomado en Operación Pacífico (Operation Petticoat, 1959), cobrado fuerza en La pantera Rosa (The Pink Panther, 1964), quizá mayor perfección en El nuevo caso del inspector Closeau (A Shot in the Dark, 1964) y alcanzado su cima en La carrera del siglo (The Great Race, 1965), títulos todos ellos que aún hoy cumplen la finalidad de entretener y divertir. Eso es el cine, al menos para Edwards, entretenimiento y sensaciones que ofrecer al público, más allá de que en ocasiones no rehuyese un cine más reflexivo y dramático en títulos como Días de vino y rosas (Days of Wine and Roses, 1962) o Dos hombres contra el oeste (Wild Rovers, 1971), indispensable western crepuscular que en su día fue ninguneado. Este no fue el caso de sus comedias más alocadas, en las que Edwards se desentendió de cualquier realidad que no fuese la de hacer reír a partir de la fantasía animada, comedias en las que sus protagonistas de carne y hueso no dejan de ser dibujos animados. Pues, ¿qué son si no el señor Yunioshi, Clouseau, el comisario Dreyfus, el profesor Fate o su ayudante? ¿Acaso no son caricaturas animadas que podrían sobrevivir a cualquier explosión o porrazo? Habrá quien prefiera las dos primeras entregas de la saga de La pantera rosaEl guateque, en algún momento del pasado también las he preferido, aunque ahora me decanto por La carrera del siglo, una de las películas más personales y delirantes del realizador estadounidense, y un entretenimiento sin complejos que homenajea al tiempo que parodia el cine realizado en Hollywood, desde el slapstick y el cartoon hasta el western, pasando por la screwball comedy y por el cine de aventuras de capa y espada —al duelo de sombras de Robin de los bosques (The Adventures of Robin HoodMichael Curtiz, 1938) y a las versiones de El prisionero de Zenda (The Prisioner of Zenda). Esa es la magia de la que bebe La carrera del siglo, el cine como espectáculo y evasión, un cine que nos devuelve la inocencia y la fantasía de aquel tipo de películas que vivían del movimiento, de la ensoñación y del ingenio de sus creadores.


En la década de 1960, las comedias de golpes y gags eran prácticamente un recuerdo del ayer y su lugar en aquel hoy lo había ocupado otro tipo de producciones cómicas en las que el humor surgía del diálogo o del chiste hablado. Sin embargo hubo herederos del slapstick que, como Jerry Lewis y Frank Tashlin (por citar dos cineastas hollywoodienses contemporáneos a Edwards), encontraron en el pasado cinematográfico la inspiración para desarrollar su brillante presente en la comedia física, aunque con intenciones diferentes a las del autor de Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany's, 1961),
 cuyas comedias fueron menos subversivas que las de los anteriormente citados. La carrera del siglo bebe de aquellas películas cómicas mudas, de la inmaculada figura del héroe, encarnado con tono autoparódico por Tony Curtis, de la rebeldía femenina de la periodista a quien dio vida Natalie Wood y su constante búsqueda por demostrar que si ellos pueden, ella también, y de la imagen del villano, magistral e histriónicamente interpretado por Jack Lemmon, para ofrecernos más de dos horas de entretenimiento, de golpes y de aventuras por distintos espacios, aunque en realidad se trata de uno solo: la imaginación. Estos son los protagonistas, caricaturas remarcadas de tres personajes clásicos de Hollywood, figuras satirizadas que se lanzan a una carrera de risas que nos permite recorrer miles de kilómetros de irrealidad y varios géneros cinematográficos, sobre todo, aquel en la que sobresalieron figuras inolvidables como Stan Laurel y Oliver Hardy, a quienes el cineasta dedicó el film.
 

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