jueves, 17 de enero de 2019

Drifters (1929)



Si los cineastas soviéticos de la década de 1920 se decantaron por el uso del cine de ficción y del documental para divulgar la propaganda revolucionaria, el escocés John Grierson no desechó la posibilidad divulgativa y propagandística para crear un tipo de documento cinematográfico realista y social con el cual exponer realidades obreras e industriales de su país de origen o, como apunta Román Gubern, <<con Grierson nace y se desarrolla el documental de información laboral, comercial y social>>*. Dejando en su sitio las palabras de Gubern y tomando de referencia a Natalia Aradanaz, este nuevo tipo de documento fílmico encuentra su origen en el objetivo del cineasta de <<registrar, abordar la situación en la que se encontraba la sociedad británica tras la Revolución Industrial y el consecuente nacimiento del capitalismo>>**, intención que convenció al gobierno para subvencionarle Drifters (1929), su primer film y, como consecuencia, título seminal de la Escuela Documental Británica, de la que Grierson, como máximo responsable teórico, digamos, sentó las bases, pues en
 esta producción encontramos evidencias de las características definitorias del documentalismo británico, pero también de la poética hombre y naturaleza del estadounidense Robert Flaherty —lirismo que en posteriores películas el escocés sustituiría por una exposición más didáctica—, y del uso de las técnicas de montaje de Dziga Vertov, entre otros destacados realizadores soviéticos.


Más que por los fines sociológicos y educativos de Grierson, las influencias de FlahertyVertov, dos imprescindibles pioneros del cine documental, provocan que, ajena a la intención didáctica-divulgativa, descubramos a lo largo de las imágenes de Drifters una mixtura poética, naturalista y humanista, quizá intencionada o quizá no, pero ahí se encuentra, en la yuxtaposición de planos de rostros, maquinaria, mar, horizonte, gaviotas, redes, peces y demás protagonistas de una película que nos acerca a la cotidianidad laboral de anónimos pescadores de arenques que faenan en el mar del Norte, a quienes la cámara acompaña desde que abandonan la calma y la protección portuaria hasta la posterior subasta, limpieza y conservación de la captura, la cual será distribuida y comercializada en diferentes puntos del globo. Cuanto observamos en pantalla se reduce a una única jornada pesquera, que Grierson dividió en cuatro partes: la salida a mar abierto, el banco de arenques en el Mar del Norte y su captura, la recogida de la pesca y la arribada al puerto donde, aparte de la subasta, se prepara la conservación de "la cosecha del mar" con salazón o hielo -según su destino final- para su comercialización internacional. Sus escasos cincuenta minutos de duración sintetizan la cotidianidad pesquera en el suspiro laboral que se abre al espectador mediante rótulos que explican que la pesca tradicional ha sido transformada por los avances tecnológicos en industria pesquera, modernizando las embarcaciones con la maquinaria que facilita a la labor humana. Pero la ayuda mecánica no evita que cada uno de los miembros de la tripulación se entreguen a un trabajo que comprendemos duro e imprescindible para el éxito en la pacífica lucha que mantienen con el medio acuático, una lucha sin más enemigos que los inconvenientes que se presentan sea en forma de depredadores marinos (tiburones o congrios que aguardan su festín) o de alteraciones marinas, consecuencia de los caprichosos cambios atmosféricos que provocan la marejada y los vaivenes expuestos avanzado el metraje.


*Román Gubern. Historia del cine. Editorial Anagrama, Madrid, 2014

**Natalia Ardanaz. La escuela documentalista británica (1929-1950). Historia del cine británico. T&B Editores. Madrid, 2013

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