miércoles, 16 de enero de 2019

Narciso negro (1947)

Desconozco qué pertenece a Michael Powell y qué a Emeric Pressburger, pero lo que sí sé es que sus películas comunes funcionan como un todo homogéneo que no invita a plantearse cuál era la función de cada uno de ellos, pues, a buen seguro, ambos participaban en todas las decisiones de los films en los que colaboraron. Esto último quizá no sea del todo cierto para sus tres primeras colaboraciones, El espía negro (The Spy in Black, 1939), Contraband (1940) y Los invasores (49th Parallel, 1941), -anteriores a la creación de su productora The Archers-, en las que Powell aparecía acreditado como director y Pressburger como guionista, pero sí tiene validez a partir de One of Our Aircraft Is Missing (1942), la primera vez que compartieron créditos de dirección, producción y guión. Esta unión artística total se prolongó durante catorce largos y un mediometraje y, escudándome en mi ignorancia, no haré distinciones sobre las aportaciones de cada cual a su obra fílmica ni al resultado final de Narciso negro (Black Narcissus, 1947). Sí diré que la estética del film remite a su cine, visiblemente reconocible por su aspecto formal, que en esta producción destaca a primera vista por el uso de la fotografía en color, que resalta los estados de ánimo de los personajes, por la atmósfera irreal o poco realista que los envuelve y por las breves analepsis que introducen en la historia principal aspectos del pasado de la hermana Clodagh (Deborah Kerr). Este atractivo drama, de gran carga psicológica y ambientado en un Himalaya de decorado, toma su título del perfume usado por el joven general interpretado por Sabú, pero el interés de los directores no se centra en el heredero himalayo y sí en el espacio donde las monjas pretenden abrir una escuela y un hospital. Ese espacio adquiere vital importancia en la narración, pues es parte responsable de desencadenar los distintos conflictos que las hermanas llevan en su interior, sobre todo la joven superiora Clodagh, de quien iremos descubriendo circunstancias pretéritas que nos plantean el por qué de su decisión de abandonar su Irlanda natal, y la hermana Ruth (Kathleen Byron), que vive entre el desequilibrio que le produce su imposibilidad de pertenencia grupal y la pasión que en ella despierta Dean (David Farrar), el escéptico y carnal asistente del general (Esmond Knight) que ha cedido a las religiosas el viejo palacio que estas intentan adaptar a imagen de la congregación monacal a la que pertenecen. Si la belleza visual confiere atractivo físico a Narciso negro, es el conflicto interior el que desde las primeras imágenes dota de sentido a lo expuesto en la pantalla y, aunque latente, durante los minutos iniciales, que se desarrollan en un convento de Calcuta, ya se intuye en la ausencia de la hermana Ruth o en las dudas que la madre superiora expresa ante la decisión de conceder a Clodagh el mando de la misión. Así pues, desde el comienzo de la película, el conflicto existe y afecta a la psicología de las religiosas, pero no se exterioriza hasta que ocupan su nuevo hogar, ajeno a sus costumbres culturales y religiosas y limpio de la represión de la que inconscientemente son portadoras. Sea el aroma del perfume del joven general, la presencia indomable y adolescente de Kachi (Jean Simmons), la belleza de las flores cultivadas por la hermana Philippa (Flora Robson) o el omnipresente viento de montaña, que no deja de silbar y de acariciar con su aliento cortinas y vestimentas, (re)descubren el mundo físico que habían apartado de sus vidas, un mundo donde la pasión y la sensualidad se despiertan para chocar con las frustraciones contendidas previo a su llegada al "palacio de las mujeres", de donde la hermana Philippa pide su traslado, ya que siente el placer (no carnal) de la belleza y este atenta contra lo que se espera de ella, "Honey" intenta salvar a un niño inconsciente del riesgo y de las posteriores implicaciones de su decisión o Ruth se deja arrastrar por su obsesión hasta límites abisales. También la superiora tiene su propia lucha interna, la más visible, al ofrecernos las imágenes parte de su pasado irlandés. En Clodagh, la protagonista del film de Powell-Pressburger, descubrimos fortaleza, determinación, duda, sensibilidad y miedo, quizá debido al desengaño amoroso pretérito que la convenció para abandonar su querida tierra natal y asumir los votos que renueva anualmente, como si su unión religiosa le permitiera huir de sí misma (de emociones y sensaciones que vuelven a fluir en la montaña) y del dolor pretérito que aún retiene, huida en todo caso que le impide aceptar a la mujer que se esconde tras el hábito.

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