miércoles, 23 de enero de 2019

Grease (1978)


Ejemplos de grandes películas incomprendidas y rechazadas en el momento de su estreno hay muchos y, como mínimo, llenarían las páginas de un grueso volumen que ahondase en el asunto. Otro libro, igual de voluminoso, podría escribirse a partir de aquellas producciones que han pasado a formar parte del imaginario popular gracias a su comunión con el público, sea por su llamativa apariencia o por un sentimentalismo que solo es parte del barniz con la que los responsables encargados del acabado dan brillo al producto. De esta popularidad gozan películas como Grease (1978), un éxito de taquilla gracias a la conexión que sus canciones y sus personajes establecieron con la juventud de la época, comunión que, aunque evidente y mayoritaria, nunca he compartido. No comulgo con su total entrega al kitsch ni con sus personajes, que me resultan estereotipos sin atractivo o sin un “algo” al que prestar mayor atención
. No encuentro en ellos rasgos que despierten mi interés. El gusto mayoritario confirma o niega el éxito de cualquier película estrenada en cines, pero esto no deja de ser más que un éxito o un fracaso comercial. No implica que el juicio popular valore la calidad intrínseca del film. De otro modo, ¿qué valoración merecerían Intolerancia (Intolerance, David Wark Griffith, 1916), La regla del juego (La regle du jeu, Jean Renoir, 1939), La fiera de mi niña (Bringing Up, Baby, Howard Hawks, 1938), La noche del cazador (The Night of the Hunter, Charles Laughton, 1955), Monsieur Verdoux (Charles Chaplin, 1947), El gran carnaval (Ace in the Hole, Billy Wilder, 1951) o La puerta del cielo (Heaven’s Gate, Michael Cimino, 1980)? En este punto, el de juzgar la calidad de un film, entran factores ajenos al gusto del espectador y a la imposición de las modas de cada época, las cuales, aparte de condicionar, no dejan de ser una consecuencia del negocio, de los cambios sociales y culturales, de los intereses políticos y comerciales que se imponen mediante campañas publicitarias. Insisten en ello y van determinando lo que es aceptable y el gusto mayoritario. Se le impone mediante la seducción y la comodidad. De ahí una de las razones para decantarse por la comodidad y no interesarse por las complejidades cinematográficas y creativas que determinan la calidad de una película, pues resulta más sencillo aceptar que profundizar y mostrarse crítico o que distinguir aquellos factores que a menudo pasan desapercibidos para quienes aplauden y encumbran producciones como Grease


Probablemente, se me escape algo o mucho, no en pocas ocasiones acabo descubriendo que así es. Tal vez por eso no vea en ellos a adolescentes, menos aún a rebeldes y soñadores disconformes en su etapa vital hacia la madurez, puede que hacia su rendición. Son exclusivamente imágenes que, como Danny Zucco (John Travolta) y Sandy (Olivia Newton-John), brillan superficiales como la propia película, y esta relación de igualdad posibilita que ninguno desentone (ni destaque) en esta comedia musical y sin gracia, realizada por Randal Kleiser a partir del musical original de Jim Jacobs y Warren Casey. Bien es cierto que no tendría el menor sentido que las caricaturas de adolescentes que campan, bailan, se besan y cantan a sus anchas a lo largo del film fuesen chicas y chicos problemáticos como el interpretado por James Dean en Rebelde sin causa (Rebel Without Cause; Nicholas Ray, 1955) o el de John Cassavestes en Crimen en las calles (Crime in the Street; Don Siegel, 1956), pero sí habría sido más interesante si les hubieran ofrecido algo más que simple apariencia, quizá algo de fondo o de sustancia como sí la tienen los protagonistas de West Side Story (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961), enfrentados por sus orígenes étnicos. De tal manera, ninguno de los muchachos y muchachas que se dejan ver por el instituto Rydell pueden presumir más que de lo puesto, a lo sumo de un peine, de una camisa o de un vestido rosa como el tono de la película, un rosa hortera y empalagoso que anula cualquier intento de conferir personalidad a quien asoma por la pantalla, lo cual elimina de un plumazo cualquier opción de descubrir un mundo interior que haga plausibles comportamientos y sentimientos. Pero nada de esto importa porque, en realidad, en Grease solo interesa eliminar cualquier intención de conflicto (lo hace con el embarazo de Rizzo) y dar valor a la imagen externa, aquella que sin disimulo prioriza las canciones, los bailes o la cursi relación entre la pareja protagonista, un romance que, como mandan los cánones de la reiteración, del kistch y del no digo nada, no presenta mayor novedad que el no haberla. Lo que prima es la presencia física de esos jóvenes que bailan y cantan entre peleas y chistes que busquen ustedes la gracia (que para muchos la tiene), pero así es el cine o, mejor dicho, así son las películas carentes de significado y de significante, películas que no molestan, salvo a aquellos que, como uno que desespera, esperamos encontrar un algo más que imágenes en las que no vemos nada.

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