La primera de las dos conclusiones alcanzadas en el estudio realizado por la empresa financiera abordada por el bravo y rebelde cortometraje que precede a El sentido de la vida (The Meaning of Life, 1983) informa que "no toda la población usa sombrero". Aunque esta negación carezca de sentido, bien analizada, resulta que sí lo tiene, pues, como cualquier máxima sobre el tema estudiado, responde malamente al interrogante cuál es el sentido de la vida. Quizá esta primera respuesta no satisfaga a presumibles mentes lógicas y políticamente correctas, pero, para el humor absurdo e irreverente de los Monty Python, esta no podría ser más adecuada, ya que la disconformidad en el uso de sombreros apunta hacia la suya propia y hacia la inexistencia de un absoluto que explique las dudas existenciales que no asoman por la pantalla. Evidenciando creencias, conocimientos y alguna que otra verdad que, en algún momento, podría ser rebatida, los inolvidables Graham Chapman, John Cleese, Terry Gilliam, Terry Jones (quien asumió la dirección del film), Eric Idle y Michael Palin se decantaron en la que sería su última película grupal por regresar a sus orígenes televisivos, es decir, a la sucesión de sketches, algunos logrados, otros no tanto, que parodian distintas etapas de la vida humana, desde el nacimiento hasta la aparición de la muerte, y la posterior estancia en un cielo de cinco estrellas donde la Navidad se festeja a diario. Pero antes de presenciar los chistes que conforman el film, se introduce el espléndido cortometraje realizado por Terry Gilliam, un instante cinematográfico que despliega su velamen de ingeniosa rebeldía y navega por el humor, el ritmo y la originalidad que observamos en lo que considero una de las cotas cinematográficas e hilarantes de la legendaria troupe cómica. Expuesto el amotinamiento y la breve aventura pirata de los trabajadores de la compañía de seguros que se liberan de las cadenas de un trabajo esclavo, El sentido de la vida se inicia con el nacimiento, momento que conlleva la primera diferencia en la existencia humana, puesto que no es lo mismo nacer rodeado de costosas máquinas, de profesionales y de público que graba el momento, que ver luz en el tercer mundo de una barriada obrera de Yorkshire, en el seno de una familia católica, numerosa y vecina de un matrimonio protestante que, desde la apatía del marido y la apetencia de la esposa, comenta la ventaja anticonceptiva del credo que profesan. Estos serían los dos primeros sketches de una comedia que no pretenden dar respuestas a cuestiones existenciales, pues los Monty Python se decantan por el absurdo y lo subversivo para burlarse del enigma vital que los peces del acuario del restaurante donde se desarrolla una escena vomitiva esperan aclarar. ¿Somos como esos peces? ¿Y si lo somos? ¿Aguardamos una respuesta concreta que nos explique el sentido de la existencia? Pero ¿cómo es posible dar una respuesta que contente a todos, si no toda la población usa sombrero? Habrá quien se decante por su uso, por modelos diferentes o por su desuso y, aquí, entran en juego gustos, inquietudes, creencias o conocimientos, entre otras circunstancias que remiten a las diferentes interpretaciones de la realidad que cada quien observa y vive. La conclusión de los humoristas es clara y cómica, e implica vivir y reírse de la propia existencia, de la familia, de la religión, del ejército o de la incomunicación que ni el camarero encargado de servir conversaciones es capaz de solucionar.
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