El uso del término "originalidad" en Arte me resulta un tanto ambiguo, incluso puede llegar a ser un término mentiroso si lo considero como un absoluto, pues, consciente o inconsciente de ello, las ideas, sean o no artísticas, se gestan de otras previas (de su asimilación, de su aceptación y evolución o de su rechazo y de la gestación de antagónicas que también evolucionan), que a su vez proceden de otras, y esas de aquellas, y así hasta perderse en la distancia del dónde y del cuándo se produjo la novedad espontánea y original, fuese fruto del error, de la observación, de la necesidad, de la improvisación o de la experiencia. En cine, esta ambigüedad me resulta más evidente si cabe, ya que todos los cineastas toman prestado de aquí y de allá según sus conocimientos, criterios, gustos, inquietudes o influencias. Algunos lo reconocen, a otros les cuesta más y otros son inconscientes de ello o creen serlo, pero de ese modo van desarrollando su propia obra y su propio pensamiento cinematográfico que, en el caso de los grandes cineastas, dará forma al uno inimitable que sobrevivirá al paso del tiempo para convertirse en el clásico que influirá a generaciones posteriores, que también vivirán su propia originalidad y blablablá, aunque, como la de quienes las precedieron, tendrá un poso anterior que posibilitó su existencia.
Un ejemplo encadenado que podría corroborar lo escrito hasta ahora, sería el siguiente: parte del cine actual no existiría como lo conocemos de no haber existido la Nouvelle Vague, y esta sería distinta sin precursores como Jean-Pierre Melville, Alain Resnais o Jacques Becker, y el cine que disfrutamos de este realizador cambiaría sin Jean Renoir, como tampoco el suyo sería igual sin Chaplin o sin Stroheim, a quien le sucedería lo mismo sin David Wark Griffith, cuyas películas tampoco serían lo que son, sin referencias como Edwin S. Porter o las que pudo encontrar en el cine épico italiano de la primera mitad de la década de 1910, el cual evolucionó a partir de pioneros como Filoteo Alberini y su película La toma de Roma (La presa di Roma, 1905). Son muchos "sin", pero todos los nombrados fueron grandes cineastas, más que grandes, fueron geniales, muy originales e indispensables en la historia del cine, sin embargo, nada de lo que realizaron surgió de la creación espontánea. Entonces, preguntarse qué es original y qué no lo es puede conllevar respuestas complejas que no satisfagan a quien se las plantee, quizá porque, además de ser uno mismo, de tratarse de una cuestión de forma, de fondo y de la combinación de ambas, el problema de la originalidad estriba en la cantidad de conocimientos a la hora de juzgarla y de la interpretación que cada individuo le conceda al término.
No lo sé, pero creo que la originalidad está ligada a la necesidad que fomenta las inquietudes que llevan al individuo a divagar, a cuestionar, a buscar respuestas y a encontrar puntos de partida diferentes a los iniciales, nuevos inicios como los que me llevan a Federico Fellini, cuyo universo cinematográfico se iría forjando sobre sus recuerdos, gustos, vivencias, dudas, influencias y, por su puesto, su fantasía. Todo ello da como resultado a un director de películas novedoso y, por tanto, original. Dicha originalidad reside en la amalgama de aspectos que por sí solos no suelen ser originales, más bien son universales humanos, pero sí cuando se adentran en la subjetividad del uno y este uno les da forma distinta, la suya, como la forma felliniesca que sorprendió a todos cuando Fellini se alejó del neorrealismo para ser el Fellini creador de un universo cinematográfico nuevo, propio, inimitable y reconocible por y para quienes hayan disfrutado o rechazado sus filmes.
Como deja constancia en algunas de sus películas, el realizador vivió su infancia y su juventud en su Rimini natal, ciudad que evoca durante los primeros compases de Roma (1972) y posteriormente cobra mayor protagonismo en Amarcord (1973). En Rimini también vivió su adolescencia, cuyos recuerdos dieron pie al retrato de los protagonistas de I vitelloni (1953), en España conocida por Los inútiles, aunque esta no se desarrolle en dicha localidad a orillas del Adriático. A los dieciocho años, tras varios meses en Florencia trabajando para una publicación, se trasladó a la capital italiana para buscarse la vida. De ella se enamoró y la convertiría en un personaje más en El jeque blanco (1952), en La dolce vita (1960) o en Roma. Además de las experiencias y de los recuerdos que van dando forma al hombre y al artista cinematográfico, o director de películas, como él mismo se define en Roma, encontramos al caricaturista, oficio que ejerció profesionalmente antes de dedicarse por entero al cine, al aficionado al circo, La strada (1954) o Los clowns (1970), al que simpatiza con personajes atrapados en la soledad y en la decepción (Gelsomina, Cabiria, Marcello, Casanova...), al artista que expresa sus inquietudes en Ocho y medio (1963) o al cineasta que parte de influencias del cine de Rossellini, con quien colaboró en cuatro películas.
Esta influencia se gestaría poco después de que el ejército aliado liberase Roma. Por aquel entonces, Fellini ya se había casado con Giulietta Masina y había entablado amistad con el popular actor Aldo Fabrizzi, un cómico que Rossellini pretendía para la película que tenía en mente, pues, su presencia era una de las condiciones de quien iba a financiar el cortometraje sobre la muerte del cura Morosini a manos de los nazis. Aquel corto creció en su argumento hasta dar como resultado Roma, ciudad abierta (1945), un antes y un después en la cinematografía mundial. A aquella experiencia le siguió Paisà (1946), obra fundamental del neorrealismo y una película en la que el cineasta de Rimini tuvo mayor presencia tanto en el guión como en el rodaje. Pero no fue Rossellini quien le ofreció la oportunidad de dirigir, aunque sí la de actuar en el segundo de los dos episodios que conforman El Amor (1948), ideado por Fellini y titulado El milagro. Poco después, el futuro realizador de Las noches de Cabiria (1957) fue contratado por Lux Films. Allí, se encontró con el guionista Tulio Pinelli, quien también trabajaba para Alberto Lattuada, el cineasta que le propuso cofinanciar y codirigir un filme que sería escrito por nuestro original artista y por su inseparable Pinelli. Luces de variedades (1950) fue un fracaso comercial que conllevó numerosas deudas, pero Fellini no desesperó y continuó a lo suyo, escribiendo al lado de Pinelli y también de Ennio Flaiano. Los tres trabajaron en un nuevo guión que iba a significar el debut en la dirección de largometrajes de Michalangelo Antonioni, pero, tras el rechazo de este, Fellini asumió las riendas del proyecto e hizo realidad El jeque blanco, su primer film en solitario, que ya mostraba a un cineasta diferente, de gran inventiva e ironía, aunque, como sucedió en su anterior trabajo tras las cámaras, la película ni tuvo buena distribución ni obtuvo el respaldo del público. Esta contrariedad no afectó a un director de películas que había descubierto las posibilidades que le ofrecía el cine para contar sus historias y, por tanto, continuó intentando llevar a la pantalla sus ideas y su subjetividad. Una de aquellas ideas la tituló La strada, pero, ante su empeño en que fuese interpretada por su mujer, el productor se apartó del proyecto y el guión quedó en espera. Esta contratiempo no impidió que la mente de Fellini se dedicase a otro proyecto que tenía como protagonistas a un grupo de jóvenes de una ciudad que, sin ser su localidad natal, recuerda a Rimini. Aquella película, I vitelloni, dio como fruto un éxito inesperado, el espaldarazo para la carrera artística de Alberto Sordi y la posibilidad de materializar la magistral La strada, una obra maestra que sería la confirmación mundial de la originalidad de un cineasta irrepetible, cuya influencia llega hasta nuestros días.
<<En cuanto comencé a trabajar para Fellini, me di cuenta de que él estaba muy lejos de ser un loco; y que, en rigor, era el director más talentoso, sensible y perspicaz para quien hubiese trabajado nunca>>, le comentó Anthony Quinn a Thomas Meehan. Quinn llevaba desde la década de 1930 actuando en el cine, pero fue su Zampanò en La strada el personaje que le permitió demostrar su talento dramático, como también se lo permitió a Giulietta Masina, inolvidable en su papel de Gelsomina. Igual de inolvidable fue su Cabiria en Las noches de Cabiria, la cual le reportó el premio a la mejor interpretación femenina en los festivales de Cannes y de San Sebastián, y a su marido varios premios internacionales, mayor prestigio y suculentas ofertas para rodar en Hollywood. Sin embargo, Fellini rechazó aquellos contratos y, al lado de Flaianno y Pinelli, retomó su viejo guión Moraldo en Roma y trabajaron sobre él. El resultado fue La dolce vita, un film que desató la polémica en Italia y que significó su primera colaboración con Marcello Mastroianni, quien sería su álter ego en Ocho y medio y el protagonista de La ciudad de las mujeres (1980) y de Ginger y Fred (1985). La película contó con el presupuesto más elevado del cine italiano, de hecho, se construyó una réplica de la Vía Venetto en los estudios Cinecittà y marcó un nuevo rumbo en la cinematografía de nuestro autor y también en la italiana. El film se convirtió en algo más: inmortalizó a Anita Ekberg en su baño en la Fontana de Trevi, llenó páginas y más páginas tanto en prensa como en estudios sobre qué pretendía el autor con su exposición del desencanto de Marcello en una Roma frívola, donde comprende su soledad y su derrota existencial, y también añadió una nueva palabra a las diferentes lenguas que emplearon "paparazzi" para denominar a los fotógrafos de la prensa sensacionalista. Posteriormente el cine de Fellini se subjetivizaría más si cabe, liberando por completo la mente rica, inquieta y fantasiosa capaz de crear Ocho y medio, sin duda la más personal y una de las obras maestras de quien continuaría por la senda de la originalidad inimitable que dio forma a tantas obras magistrales que forman parte de la historia del cine y de la cultura popular.
Filmografía como director
Luces de variedades (Luci del varietà, 1950)
Las tentaciones del doctor Antonio (episodio de Boccacio'70, 1962)
Giulietta de los espíritus (Giulietta degli spiriti, 1965)
Toby Dammit (episodio de Historias extraordinarias, 1967)
Satiricón (Fellini Satyricon, 1969)
Los clowns (I clowns, 1970)
Casanova (Il Casanova di Federico Fellini, 1976)
Ensayo de orquesta (Prova d'orchestra, 1978)
La ciudad de las mujeres (La città delle donne, 1980)
Y la nave va (E la nave va, 1983)
Entrevista (Intervista, 1987)
La voz de la luna (La voce della luna, 1990)
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