miércoles, 16 de octubre de 2019

Ginger y Fred (1985)



El circo y la figura del clown agradaban a Federico Fellini, la televisión puede ser un circo y tener payasos, pero no toda la televisión era del agrado de Fellini, aunque tampoco la rechazada de plano, como se deduce de sus trabajos para el medio televisivo: Block-notes di un resgista (1969), documental rodado para la NBCLos clowns (I clowns, 1970), estrenada en cines, y Ensayo de orquesta (Prova d'orchestra, 1979). El cineasta de Rimini simplemente encontraba en el medio catódico programas, pautas y constantes publicitarias que lo llevaron a satirizarlo en Ginger y Fred (Ginger e Fred, 1985), film que inicialmente estaba previsto como uno de los seis episodios de una serie protagonizada por Giulietta Masina y dirigida por varios directores. Pero la historia fue aumentando, el personaje de Ginger exigía mayor desarrollo, Fred se unió a la fiesta y Marcello Mastroianni entró en escena, los costes de producción se dispararon y aquello que iba a ser una parte se transformó en un todo, y ese todo remite al propio cineasta, a su postura frente al momento y al espacio que satiriza. Como cualquier sátira que se precie, la película emplea el humor para introducir su crítica, aunque, en su caso, más que intención crítica hay una mirada deformadora e irónica que se burla de la sociedad de consumo televisivo y de la tele basura. Como film de Fellini, lleva su sello, inconfundible, y su fascinación por las variedades y la caricatura —no en vano, inició su carrera artística como caricaturista en la revista Marc Aurelio— hacia la que fue evolucionando su cine, donde el realismo dio paso a la exageración de la realidad que el realizador de Las noches de Cabiria (La notti di Cabiria, 1957) distorsionó y transformó en el espectáculo circense que la filtra y la devuelve vista por el ojo felliniesco. En ese nuevo espacio, de su exclusividad, introdujo personajes, impresiones, experiencias, fantasías, recuerdos..., y dio forma pintoresca a sus películas, pero no por ello dejaba de mirar la realidad que suele golpear a sus protagonistas. Ginger y Fred vive en ese universo alterado y nos descubre la nostalgia de una época, la parodia de otra y la humanidad de la pareja de bailarines que intenta sobrevivir a su presente televisivo con la dignidad que exhiben durante su actuación ante las cámaras, y con el corte de manga de Pippo incluido como muestra de su postura hacia el instante y el ente que pretende denigrarlos.


Roma, Cinecittà, Giulietta Masina, la figura del clown felliniesco por excelencia, y Marcello Mastroianni, alter ego y reflejo alterado del realizador, también forman parte del sello Fellini; y en Ginger y Fred, la ciudad se llena de basura y de publicidad y el estudio cinematográfico se transforma en el hotel, en los pasillos y en plató donde Massina y Mastroianni son fantasmas de un pasado que solo existe en la imaginación felliniesca, en ese presente caricaturizado donde la pareja no se reconoce y, a pesar de su fragilidad y su desorientación, se enfrenta a la modernidad de un entorno caótico, quizá deshumanizado y sumamente idiotizado, donde tienen cabida todo tipo de personajes -intelectuales, religiosos, políticos, vagabundos, un almirante retirado, un transexual, diversos imitadores, un presentador casposo y hortera, un par de diseñadores de lencería comestible,...- De tal manera, Fellini idea, construye y dirige un circo de varias pistas. En la central, el reencuentro de Pippo y Amelia después de tres décadas sin verse, y en las laterales, aunque igual de principales, los entresijos del programa, antes y durante su emisión, el comportamiento de los profesionales y de los invitados que lo hacen posible. La constante presencia de cámaras, de aparatos de televisor —en el interior de una furgoneta, en el hotel o en las salas de la emisora— y de los comerciales son constantes a lo largo de este viaje deformador, pero lúcido, por momentos espectral —el apagón y las palabras de Pippo confirman que tanto Amelia como él son fantasmas en una pesadilla—, nostálgico y siempre satírico al interior del medio que reúne a la pareja que se hizo famosa imitando a Ginger Rogers y Fred Astaire; y, fuera de escena, Ginger y Fred reunía profesionalmente, tras veinte años, a Fellini y al guionista Tullio Pinelli, con quien había colaborado desde sus inicios en el cine hasta Giulietta de los espíritus (Giulietta degli spiriti, 1965), reencuentro que no hace sino reafirmar la postura del cineasta respecto al presente que altera para exponer una realidad más allá de la aparente.

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