En menos de tres semanas en el continente, las tropas británicas retrocedían hacia la costa de Dunkerque, huyendo de un ejército mejor armado que, por uno o varios motivos, se detuvo en un cerro cercano a la playa de dicha localidad. Gracias a esta inexplicable decisión militar por parte alemana (inesperadamente Hitler ordenó no atacar con sus carros de combate), el fracaso de las fuerzas británicas y francesas se transformó en el milagro que posibilitó el regreso de más de trescientos treinta mil soldados a la isla. Este hecho queda recogido en varios filmes de ficción, uno de ellos, sería este destacado bélico realizado por Leslie Norman y producido por Michael Balcon para la Ealing. El Dunkerque (Dunkirk, 1958) de Norman, la antepenúltima producción del mítico estudio londinense, muestra en sus minutos iniciales una sala donde se exhibe el noticiario propagandístico que el cabo "Tubby" Binns (John Mills), Mike (Robert Urquhart) y el resto de compañeros observan mientras dudan de lo que ven y escuchan sobre la marcha de la guerra (porque ellos se encuentran en el frente), y ríen con los dibujos animados Run Adolph Run, en los que la caricatura de Hitler huye de los golpes de paraguas del caballero inglés que lo persigue. La situación mostrada por la propaganda británica es la imagen del conflicto que pretende tranquilizar y elevar la moral de la población en Gran Bretaña, a donde se traslada la acción de Dunkerque para mostrar a un oficial que ofrece un comunicado oficial a varios periodistas, aunque rehuye responder a sus preguntas, relacionadas con la situación de las tropas en el continente. Antes de centrarse en los dos focos de interés del film, la introducción también nos ofrece el avance alemán mediante dos planos de la frontera belga (anterior y posterior a la entrada de los alemanes) y, sobre todo, a través de flechas animadas sobre el mapa Europa que confirman la retirada aliada. De ese modo se sitúa la acción en las proximidades de Dunkerque, espacio que se irá combinado con Inglaterra, donde se desarrolla la perspectiva civil que tiene como protagonistas a John Holden (Richard Attenborough) y a Charles Foreman (Bernard Lee), dos hombres en apariencia opuestos que se igualan cuando deciden pilotar sus embarcaciones hasta la costa francesa donde conocen la realidad de primera mano. Antes de que esto suceda, el film de Norman expone el desconocimiento de los hechos, tanto por parte de los civiles como del grupo de soldados que, entre la confusión y la desorientación, son guiados por Binns a través de bosques y de diferentes caminos por donde buscan el grueso del ejército y el frente de batalla, un frente inexistente, pues solo existe el espacio de caos y de muerte que afecta, atrapa y no distingue entre los militares y los exiliados (civiles) que avanzan por la carretera que la Luftwaffe bombardea para despejar el camino a sus tanques. El pequeño grupo verá reducido su número antes de alcanzar la playa donde se desarrolla la parte final de la película, una playa adonde también llegan Holden y Foreman en sus pequeñas embarcaciones, después de ofrecerse voluntarios para navegar hasta el arenal francés donde las bombas alemanas explosionan sobre miles de soldados que aguardan el momento de su evacuación. En ese instante, las dos perspectivas, la civil y la militar, se unen en una sola porque la desesperada realidad afecta a todos, como confirma el encuentro de Foreman y Binns, cuando se igualan en la arena de Dunkerque e intercambian palabras y pensamientos sobre una realidad más compleja que el breve y mortal periodo que ambos comparten en esta precisa e introspectiva exposición que Leslie Norman realizó del desastre militar que, por fortuna para los aliados, acabó siendo el fracaso milagroso que permitió conservar un ejército y la certeza de continuar luchando.
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