Contradiciendo al gran Luis Eduardo Aute, la vida no es cine, ni los sueños cine son; y cuestionando los cuentos Disney, no tiene finales felices y pocos son quienes comen perdices, pues más comen pollo. En la vida, finales que no abran nuevas vías solo hay uno y dudo que este inspire felicidad a cualquiera que no pretenda una salida rápida y definitiva. La evasión del cine tampoco tiene posibilidad de ser real, aunque la realidad supere a la ficción cuando alguien se inventa un personaje para escapar o sobrevivir a un entorno asfixiante y deprimente. Este punto de partida me lleva a la transformista interpretada por Katharine Hepburn en La gran aventura de Silvia (Sylvia Scarlett, George Cukor, 1935), a la esposa de guerra a la que dio vida Cary Grant en La novia era él (I Was a Male War Bride, Howard Hawks, 1949) y a los dos músicos transformistas de Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, Billy Wilder, 1959), que son de cine y cine son, pero también a Paul Grappe, que fue real y vivió una realidad que en cine podría dar pie a un drama psicológico. En Nos années folles (2017), André Techiné llevó a la gran pantalla la historia de este personaje que en 1914 desertó del ejército francés para escapar del horror y de la muerte en las trincheras. Posteriormente, se hizo pasar por mujer para evitar su ejecución por deserción. Vivió atrapado entre sus dos personalidades, la del hombre y la de Suzanne, la reina de la noche parisina a quien dio vida. Lo que había sido una vía de escape a la muerte, acabó siendo el drama de vivir atrapado en su propio personaje, en la creación que dejó a Paul en el olvido y provocó la ruptura con la realidad anterior, la que compartía con Louise Landy, su mujer. En 1933, cinco años después de que Louise acabase de un disparo con Suzanne, el alemán Reinhold Schünzel realizó el musical Viktor und Viktoria (1933), cuyo guion —firmado por Schünzel y Hans Hoëmberg— sería la base para el popular film de Blake Edwards ¿Victor o Victoria? (Victor/Victoria, 1982), en la que Julie Andrews dio vida a un personaje ambiguo, andrógino, de dos rostros que le sirven para llevar a cabo su espectáculo.
jueves, 22 de febrero de 2024
¿Víctor o Victoria? (1982)
jueves, 8 de agosto de 2019
La semilla del tamarindo (1974)
miércoles, 9 de enero de 2019
S.O.B. (1981)
domingo, 2 de diciembre de 2018
La carrera del siglo (1965)
domingo, 26 de enero de 2014
El nuevo caso del inspector Clouseau (1964)
viernes, 16 de noviembre de 2012
Edwards, comedia y algo más
miércoles, 31 de octubre de 2012
Dos hombres contra el oeste (1971)
miércoles, 5 de septiembre de 2012
Días de vino y rosas (1962)
domingo, 12 de febrero de 2012
El guateque (1968)

martes, 6 de diciembre de 2011
Operación Pacífico (1959)
jueves, 11 de agosto de 2011
Desayuno con diamantes (1961)
miércoles, 15 de junio de 2011
La Pantera Rosa (1963)

En la primera mitad de la década de 1960, Bond y Clouseau se convirtieron en dos iconos cinematográficos de la cultura pop. Ambos son caricaturas, aunque se sitúan en polos opuestos. El primero es un héroe, un conquistador, expeditivo, elegante, chulesco, mientras que el segundo es el desastre hecho antihéroe que, sin el menor éxito, intenta disimular su incompetencia y su desorientación. La presentación cinematográfica del agente 007 en Dr. No (Terence Young, 1962) define al personaje —heroico, seductor, irónico, letal, infalible—, la de Clouseau en La Pantera rosa (The Pink Panther, 1963) solo esboza su legendaria torpeza, la que luce en El nuevo caso del inspector Clouseau (A Shot in the Dark, 1964), y que La pantera rosa todavía no lleva hasta el límite de la caótica (im)personalidad de un personaje mezcla de niño, dibujo animado y maestro del disfraz que no puede disimular que es un ser desorientado y marginal, como tantos otros personajes en el cine de Blake Edwards. En esta primera entrega de la serie, el director de Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany’s, 1961) solo esbozada lo que puede dar de sí la figura de uno de los icónicos de su filmografía, puesto que todavía no le concede el protagonismo absoluto. El inspector es uno más dentro de la farsa propuesta, que promete desenfreno, mas carece de ritmo, locura y caos. Pero estas ausencias no impiden que La Pantera Rosa sea un clásico de la comedia y del enredo que apunta el reinado del desorden. Ciertamente lo es, aunque no por su comicidad ni por su calidad cinematográfica, de las que dudo, sino debido a los factores que hacen del film de Edwards un punto de referencia dentro del género y, particularmente para él, es el paso previo hacia sus dos cimas de delirio cómico —La carrera del siglo (The Great Racer, 1965) y El guateque (The Party, 1968)— en las que el humor brilla en su mezcla de comedia animada, slapstick, referencias cinematográficas y elevadas dosis de desastre.