martes, 17 de mayo de 2011

Con faldas y a lo loco (1959)



Joseph L. MankiewiczBilly Wilder tienen un punto de cinismo y de acidez que en cierto modo les hermana, pero donde el primero es culto y elegante, sutil y de fina ironía; el segundo resulta una hoja brillante y afilada que, sin el menor miramiento, cae sobre las cabezas que hace rodar. Wilder y su cine fueron mundanos, cierto, incluso no le importaba llegar a ser vulgar, y siempre quiso ser popular, evidente. Pero también supo ser elegante, aunque de elegancia un tanto forzada cuándo pretendía emular la de Ernst Lubitsch, como parece apuntar que Ariane (Love in the Afternoon, 1957) quiera y no pueda ser un film Lubitsch. Lo suyo era la acidez y la ironía terrenal y, en ocasiones, las mejores, una carga de malicia e irreverencia a punto de estallar o que estallaba en la cara de quienes vieron sus reflejos en películas como El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950), El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951) o la también impagable Bésame, tonto (Kiss Me, Stupid, 1964). Cierto que Wilder carecía de la elegancia profesional de Mitchell Leisen, de la ensoñación e insinuación de Lubitsch, del talento cinematográfico de Hawks o de la cultura “elitista” de Mankiewicz, pero tenía un poco de todo ello y le añadía su contundente y nada compasiva interpretación de la vida, así como unas enormes ganas de divertirse haciendo su cine, pero también buscaba gustar al público. Tonto sería, si no, en una feria como Hollywood, donde como asalariado del circo necesitaba aceptación popular, la misma que se le negó en films como El gran carnaval (1951) o Fedora (1978), aunque sobrepasó con creces en muchas ocasiones, incluso sin esperar conseguirlo de modo tan arrollador como sucedió en la descaradamente magistral Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959).


Hablaba de Mankiewicz
Wilder, lo hacia porque guardan aspectos en común, aunque en nada se parecen, salvo en su cine de apariencias. Donde  el primero es sutil, el segundo las expone sin tapujos, aunque en ocasiones las transforma, como sería en este caso. Dicen que sobre gustos no hay nada escrito, pero Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot) aparece en todas las listas de las mejores comedias hollywoodienses, sin duda porque sus personajes, su trama, sus diálogos y la fluida puesta en escena de Billy Wilder la convierten en una joya cómica inimitable que arranca a toda velocidad, bajo una lluvia de balas, en el Chicago de la prohibición. Es la ciudad de los clubs clandestinos donde se ofrece alcohol y diversión a quienes se encuentren en disposición de dejar parte de su dinero en garitos que pertenecen a individuos que se han enriquecido gracias a la ley que prohíbe su venta y consumo. Estos hombres de negocios en realidad son gángsters que se aprovechan del momento y que no están dispuestos a perder la parte del pastel que les ha tocado. De entre todos los posibles, el hampón escogido por Wilder responde al nombre de "Botines" Colombo (interpretado por George Raft en un rol paródico), jefe de una banda de delincuentes que ha medrado gracias a sus actividades clandestinas. Sin embargo, la policía irrumpe en su local tras un chivatazo. Es una redada, como tantas otras filmadas, pero la diferencia entre esta y aquellas estriba en dos músicos, que escapan como pueden. Ellos son Joe (Tony Curtis) y Jerry (Jack Lemmon), dos personajes que pierden su sustento como consecuencia de la intervención policial. De modo que solo les queda la alternativa de acudir a un representante que les proporcione un nuevo empleo. En el despacho se enteran de dos ofertas: la primera, dos puestos vacantes en una orquesta femenina, una exigencia que no cumplen, ya que, bien visto, no son mujeres, y la segunda, tocar a cien kilómetros de Chicago. Para llegar a dicha localidad piden prestado un automóvil, pero con la mala suerte de presenciar en el aparcamiento un asesinato cometido por Botines y sus secuaces. En ese instante se saben perdidos, condenados a una muerte segura, ya que los mafiosos no permitirán que se vayan de rositas, sin embargo, en un momento de descuido logran huir como ya lo habían hecho con anterioridad en el local clandestino. No tienen alternativa, deben poner tierra de por medio y para ello nada mejor que disfrazarse de mujer y presentarse en la orquesta femenina que se dirige a Miami Beach y en la que trabaja Sugar (Marilyn Monroe), explosiva y problemática, pero de quien no tardan en hacerse amigas, aunque en realidad, tanto Joe como Jerry, pretendan algo más de ella. La escena del tren en la que Daphne-Jerry intenta una velada íntima con Sugar no tiene desperdicio. Con la llegada a Florida, descubren que la intención de su nueva amiga es la de casarse con un millonario, pues sus experiencias con los saxo-tenor (a quienes no se puede resistir) son nefastas. Con esta información, Joe-Josephine prepara una estrategia para conquistarla. A partir de aquí el enredo alcanza momentos delirantes, sobre todo con la aparición de un millonario que pretende los favores de Daphne, quien se ve obligado a seguir los juegos del mujeriego magnate por petición de Joe. Éste ve en la nueva relación de Jerry o Daphne (ya no me aclaro) la oportunidad para hacerse pasar por un magnate.
Los minutos transcurren y la trama no baja el ritmo sino que crece hasta extremos insospechados, la agilidad con la que se muestran las situaciones, a cada cual más delirante e hilarante, hace de ella una comedia que no ofrece un momento de respiro, sin un instante de desperdicio, donde Billy Wilder desarrolla sus mejores recursos (que son muchos) para regalarnos una magistral explosión de humor, donde todo encaja a la perfección y en la que los personajes están magníficamente interpretados, sobre todo destaca Jack Lemmon que borda su papel y su relación con el personaje interpretado por Joe E.Brown. Y si después de verla, no gusta, solo queda pensar que <<Nadie es perfecto>>.

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