domingo, 31 de enero de 2021
La guerra empieza en Cuba (1957)
sábado, 30 de enero de 2021
Sangre en Indochina (1965)
<<Toda semejanza con personas vivas será puramente fortuita, pues los hombres que han inspirado esta historia han muerto>>
Pierre Schoendoerffer: Sangre en Indochina (La 317e section, 1963)
Se puede escribir una novela sobre el tema de muchas maneras distintas, quizá se pueda comenzar dando un rodeo o directamente resumiendo qué fue el colonialismo europeo y cómo se extendió por el globo, dividiendo las tierras colonizadas en trozos de pastel que se repartieron entre varios países que implantaron sus sistemas y con ellos las diferencias económicas, sociales y raciales que acabarían generando la necesidad de rebelarse en sus colonizados. Está claro que muchos relatos serían ficcionales y que ninguna de las personas que asomasen en ellos tendrían parecido con seres reales, tampoco la narración sería real o, mejor dicho, carecería de la realidad de la experiencia propia. Schoendoerffer sí la tenía cuando escribió Sangre en Indochina. La tenía porque había participado en el conflicto en el bando francés, de modo que no parece descabellado pensar que el relato en el que basa su historia está condicionado por vivencias personales e impresiones de primera mano. Esto da para otro tipo de relato, ni mejor ni peor, eso depende de quien escriba, pero sí uno diferente, pues dudo que la imaginación pueda sustituir la memoria de lo vivido, sentido, padecido y hecho. Alguien ajeno al conflicto, podría recrearlo a partir de ciertas ideas o testimonios de otros, pero el resultado no dejaría de ser una recreación de alguien que solo puede imaginar lo que no ha vivido. Sin embargo, en su novela, Schoendoerffer no recrea, detalla; y esto también vale para su adaptación cinematográfica.
Detengamos la máquina de la historia después de la Segunda Guerra Mundial. En ese momento, Francia tenía que resolver problemas internos y también los coloniales; de hecho, tuvo que hacer frente a los movimientos rebeldes e independentistas en sus colonias en Asía y África. Como el resto de conquistadores, los franceses se negaban a abandonar lugares fuera de sus fronteras históricas que les proporcionaban beneficios económicos y una posición de privilegio entre las naciones del mundo. No obstante, tras la guerra mundial, los movimientos anticolonialistas se fortalecieron y dejaron de ser un susurro en la distancia. Estallaron varios conflictos, que se transformaron en guerras de independencia —aunque esto no fue exclusiva de los territorios ocupados por los franceses, fue parte de una intención general en las colonias de alcanzar su independencia e imponer su identidad. El de Indochina y el de Argelia fueron dos conflictos que concluyeron de igual modo: con la salida de los franceses de lo que hasta entonces habían sido sus colonias y parte de su economía. En ambos casos, Pierre Schoendoerffer fue testigo y protagonista. En la primera, que enfrentó al ejército colonial francés con el Viet Minh, lo hizo como soldado, documentalista y prisionero de guerra; y en la argelina, de reportero civil.
<<He sido herido, he sido hecho prisionero y he llegado hasta el fondo de la miseria humana: tres de cada cuatro compañeros no regresaron y murieron en las carreteras, en los campos. Lo que viví durante tres años sirve para llenar toda una vida. Sentí la necesidad de dejar testimonio de todo ello en un momento en el que estaba buscando cuál era mi camino en el cine>>
Pierre Schoendoerffer (publicado el 19 de Octubre, de 2010, en el diario 20 minutos)
Schoendoerffer no tenia necesidad de inventar ningún cuento, solo recordar sus vivencias en primera persona. Solo así, puedo explicarme que su novela sea una narración al tiempo brutal, honesta, directa, que retrata un instante y a un grupo de hombres en conflicto, el que se desata a vida y muerte en su naturaleza ambigua: racional e irracional. Un año después de publicar el libro (en agosto de 1964), se trasladó a Camboya y rodó la versión cinematográfica, que apenas difiere de lo expuesto en un texto que ya de por sí resulta bastante cinematográfico, quizá porque Schoendoerffer empezó su carrera como documentalista en el ejército y, tras abandonarlo, continuó haciendo cine de ficción y documental. El resultado de su estancia en Camboya fue Sangre en Indochina (1965), uno de los mejores retratos bélicos realizados en el cine europeo y una película realista que se aleja de cualquier exaltación del enfrentamiento armado y se centra en unos hombres en guerra y en lucha por sobrevivir. Es más que probable que tanto este film como su largometraje documental La sección Anderson (The Anderson Section, 1967) inspirasen a John Milius al escribir Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) e influyesen en Platoon (Oliver Stone, 1987), pero, sobre todo, Sangre en Indochina es un caminar sin rumbo por la jungla en busca de una salida que, poco a poco, se aleja de un pelotón que, formado por cuatro franceses y más de cuarenta soldados auxiliares laosianos, sabe que no alcanzará más meta que morir o seguir luchando.
jueves, 28 de enero de 2021
La llama sagrada (1942)
miércoles, 27 de enero de 2021
Pánico en la escena (1950)
martes, 26 de enero de 2021
Un rayo de luz (No Way Out, 1950)
<<Hice Un rayo de luz hace 23 años, era la primera vez que Sidney Poitier aparecía delante de una cámara y se oía: “sucio negro”, en un cine. No creo que más de diez ciudades del Sur la programaran>>
Joseph L. Mankiewicz: Billy y Joe. Conversaciones con Billy Wilder y Joseph L. Mankiewicz
James Baldwin: Nada personal (1965)
Malcolm X, diciembre de 1964
lunes, 25 de enero de 2021
Rosalía de Castro (1968)
Ben sei que non hai nada
novo en baixo do ceo,
que antes outros pensaron
as cousas que ora eu penso.
E ben, para qué escribo?
E ben, por que así seamos:
relox que repetimos
eternamente o mesmo.
Rosalía de Castro: Follas Novas.
Rosalía de Castro (1837-1885) fue un ejemplo magistral de una escritora que habla de sí misma, puede esconderlo entre ficciones y versos o repartirlo entre sus personajes, pero ni las novelas ni los poemas pueden tapar que el origen de cuanto escribe está dentro y no fuera, aunque el exterior marque las impresiones que verán luz en palabras y rimas. Cuando me refiero a hablar de sí misma no solo aludo a las circunstancias personales, sino a como la escritora interpreta su época y aquello cuanto ve y siente. Sus escritos desvelan una mujer diferente, ya el mero hecho de ser mujer y escribir poesía o prosa, en gallego o castellano, podría ser considerado en el siglo XIX un hecho excepcional, pero Rosalía era una excepción porque no solo se adelantó a su tiempo, sino que lo vivió a flor de piel. Era diferente porque era incapaz de ocultar, de asumir la distancia y el silencio como su lugar, era diferente porque reaccionó contra injusticias sociales y contra la injusticia que todos compartimos, la del dolor ante la pérdida.
<<Quen medite a obra de Rosalía sentirá como nela desaparece toda prevención literaria e fica poderosa na súa aparente debilidade, completa na súa interpretación intuitiva da vida, perfecta na non procurada expresión do verso, a alma enteira de Galicia, a súa dor e a súa esperanza, o gusto do sacrificio e a tráxica fermosura de inmolarse nun altar que non poden dourar soles de Gloria.>>
<<Quien medite la obra de Rosalía sentirá como en ella desaparece toda prevención literaria y permanece poderosa en su aparente debilidad, completa en su interpretación intuitiva de la vida, perfecta en la no procurada expresión del verso, el alma entera de Galicia, su dolor y su esperanza, el gusto del sacrificio y la trágica hermosura de inmolarse en un altar que no pueden dorar soles de Gloria.>>
Otero Pedrayo, Ramón: Ensaio histórico sobre a cultura galega.
La poetisa de Cantares Gallegos (1863) cantó a su tierra, a su infancia perdida, a la emigración y a la morriña, a la aflicción ante la muerte de los seres queridos y a la injusticia de los oprimidos. Y, aunque ella era uno de ellos o se sentía así, Rosalía no era la mujer que asoma a lo largo de los cinco episodios que componen la miniserie Rosalía de Castro (1968), a quien siempre observamos afligida o fingiendo aflicción, pues el problema de la serie realizada por Cayetano Luca de Tena ya no es solo su excesiva teatralidad o artificialidad, es la ausencia de identidad y de emoción tanto en el personaje interpretado por Ana María Vidal como en el resto de los que asoman a lo largo de los capítulos de esta biografía rodada en estudio, y que abarca desde la llegada de Rosalía a Madrid hasta su muerte en Iría Flavia (Padrón). De ahí que ninguno sea creíble o que todos sean increíbles por la falsedad que destilan —y pasaré por alto la sensación que me generó el laísmo en boca de tres personajes de mujeres gallegas. Por ejemplo, Gustavo Adolfo Bécquer asoma en el capítulo uno para soltar un par de frases hechas, que podrían pasar por las de un poeta, pero si el personaje se hubiera llamado X, no notaría el cambio (solo habría perdido el prestigio de representar a Bécquer), ya que carece de personalidad. Lo que tienen los personajes son los nombres, pero un nombre por sí solo no hace a la persona que lo porta, ni a la artista que expresa sus ideas, su dolor, su disconformidad, su amor, su miedo, que expresa la realidad y la emoción de ser mujer, gallega, mortal.
domingo, 24 de enero de 2021
El compadre Mendoza (1933)
La historia ha demostrado que toda revolución violenta está condenada al fracaso posrevolucionario. Cierto que depone un régimen y pone otro, pero no se produce revolución, al no cambiar las normas del juego, pues este siempre es el mismo, solo cambian los jugadores. Se dan algunas concesiones que calmen o equilibren ánimos y, a veces, se ponen nuevos nombres a las “costumbres” y a los puestos que ocupan en el viejo tablero, pero, más allá, los avances lo son en apariencia o se producen de modo progresivo, lentamente. En esto, la Revolución Mexicana no fue diferente, ni fue un proceso de combustión instantánea, como no lo es ninguna revuelta histórica. Hubo intentos anteriores, sofocados por la intervención militar, pero siempre quedaban las ascuas y la esperanza de un México mejor. Tras la muerte de Madero, el general Victoriano Huerta se hizo con el poder en un país dividido en intereses y bandos. Apenas año y medio después, los constitucionalistas lograron deponer a Huerta y su puesto lo ocupó Vetustiano Carranza, pero los líderes agraristas, Pancho Villa y Emiliano Zapata, no estuvieron de acuerdo. La lucha continuó y la sangre siguió corriendo. El compadre Mendoza (1933) se ambienta durante la Revolución y tiene el honor de ser una de las primeras grandes películas del cine mexicano sonoro. Basada en el cuento homónimo de Mauricio Magdaleno, Fernando De Fuentes, con la colaboración de Juan Bustillo Oro, filmó un instante revolucionario, de lucha de clases, de la lealtad y traición, del oportunismo y de la sangre que se derrama, pero lo hizo en la intimidad del triángulo amoroso que forman el general zapatista Felipe Nieto (Antonio R. Frausto), Dolores (Carmen Guerrero) y Rosalío Mendoza (Alfredo del Diestro) y en la sombra de las tres posturas que chocan a lo largo del film: Nieto, Mendoza (que asume una neutralidad que se comprende falsa) y los dos coroneles que representan respectivamente a los gobiernos de Huerta y de Carranza.
sábado, 23 de enero de 2021
Huracán Carter (1999)
Recuerdo el lugar y las noches de verano en las que fui descubriendo Hurricane. Posiblemente, fue entonces cuando sentí que Bob Dylan era algo más que el nombre de un cantante en la distancia y del rostro que había visto en un western peckinpahiano. Gracias a esa canción, su voz dejó de ser lejana, ya no era la que llamaba a las puertas del cielo. La voz de Dylan me emocionó en comunión con la guitarra, el violín y la percusión que se combinaban para transmitirme una sensación que no voy a describir. No quiero adulterarla ni falsearla, quiero revivirla como creo que pudo ser y como todavía logra ser. Lo cierto es que me emocionó de una forma distinta al resto de temas que sonaban en aquel local donde no comprendía ni entendía la letra que despertó mi curiosidad. Es posible que preguntase, no recuerdo a quién, quizá a un amigo o a alguien que jugaba al futbolín, uno de los genios que todos reconocíamos profesionales del lugar. Quizá ese alguien fuese inexistente o llamase a las puertas de la ebriedad, o puede que descubriese el título y el autor, que me cantaba sobre un boxeador encarcelado injustamente, de otra fuente, en otro tiempo y lugar. Supongo que aquellas noches no le di mayor importancia, ni a la fuente ni a la letra de la que apenas comprendía “the story of the Hurricane” y “Champion of the World”. Semanas después, cuando regresó la vida otoñal, aún tan luminosa como la estival, la canción seguía ahí, pero con la certeza de que ya no me libraría de ella. Fui consciente de que se había convertido en manía “persecutoria” y decidí comprar el vinilo para suavizarla, también para dar rienda suelta a la nostalgia posveraniega, al goce y a la curiosidad. No puedo decir cuántas veces escuché aquel tema, ni cuándo comprendí que, aparte de apodo, fenómeno atmosférico o canción, Hurricane era denuncia y llamada. Fue el otoño del Huracán que pegó más fuerte en mi vida, fueron los meses de sentir ese tema de más de ocho minutos como algo que enraizaba en mi interior y me hacía sentir emociones contrarias: gozo y rabia. Lo grababa en las cintas que llevaba al trastero donde nos reuníamos varios amigos, lo escuchaba en una discoteca en la que alguien de minoría de edad se colaba a horas en las que se le suponía en la cama. Años después, la canción, la historia y Dylan formaban parte de mi memoria, de modo que no pude resistir la llamada de Norman Jewison cuando llevó a la pantalla la historia que, en la intimidad, en grupo reducido o en multitudes, Dylan me había cantado tantas veces. Era la historia de Rubin “Hurricane” Carter, la historia de una injusticia llamada racismo y la historia de los abusos sufridos por ese hombre que pudo haber sido campeón del mundo.
viernes, 22 de enero de 2021
El hombre de las mil caras (2016)
Seguramente, hubo, hay y habrá numerosas historias de hombres que engañaron a países enteros, pero la propuesta por Alberto Rodríguez en El hombre de las mil caras (2016) apunta hacia un momento, un país y un individuo concreto. <<Esta es la historia de un hombre que engañó a un país entero>> nos introduce en un engaño entre tantos que se han sucedido en cualquier país y en cualquier época a lo largo de la Historia, pero el suyo se ubica en España hacia finales de la década de 1980 y primera mitad de la siguiente. Siguiendo la estela de Jesús Camoes (Jose Coronado), alias “el piloto” —encargado de conducirnos por la trama y el engaño y llevarnos a donde quiere ir—, es la historia de un hombre y también la historia de una sociedad que abría los ojos a la corrupción política en la figura de Luis Roldán, el prófugo a quien Paco Paesa (Eduard Fernández) saca de España antes de que la justicia actúe. Paesa es el hombre que engañó a un país entero y por ello es el protagonista de la narración propuesta en El hombre de las mil caras, un film cuyo ritmo se posiciona en las antípodas del escogido por Rodríguez para la espléndida e inquietantemente pausada La isla mínima (2014), su anterior trabajo. El ritmo de esta atractiva reconstrucción de una época cobra velocidad en su montaje, en los numerosos saltos temporales y geográficos que se suceden al tiempo que lo hacen las palabras del piloto que nos guía por los hechos que conoce de antemano, pues su narración es una analepsis que retrocede a 1995 para, de ahí, viajar a un pasado anterior e iniciar la historia de Paesa, a quien nos presenta trabajando para los servicios secretos españoles durante la lucha antiterrorista. Poco después, se apunta que su vida personal se desmorona, pero no su capacidad para el engaño, como se comprueba cuando Roldán (Carlos Santos) y su mujer (Marta Etura) entran en escena, buscando en Paco un imposible: salir airosos de una fuga que aísla al prófugo en una soledad que quiebra su resistencia, y que ella también sufre en prisión.
La elección de iniciar la historia por lo que se supone el final, uno previo al posterior, y retroceder hasta un inicio y que la voz del “piloto” guíe señala la posibilidad de estar presenciando un engaño, de hecho somos quienes estamos siendo engañados con una intriga que nos lleva por donde quiere el narrador. Poco importa que los hechos en los que se inspira El hombre de las mil caras sean verídicos, pues lo que interesa es recrear la <<historia de un engaño>> y dar ritmo a la mascarada que reconstruye un rompecabezas cuyas piezas encajan de tal manera que nada queda al azar. ¿Beneficia a la historia y al engaño? Rodríguez emplea tomas cortas, salta continuamente de localización, de tiempo y de personajes como si de ese modo aumentase la velocidad y el suspense, pero todo responde a la necesidad de generar la intriga, esa mascarada que oculta qué. ¿El cine como juego y como medio de representar la realidad?
jueves, 21 de enero de 2021
Motherland (2019)
<<Mamá dice que la patria es todo lo que tenemos. Es lo que somos. Lo es todo>>, concluye Kovas (Matas Metlevski), el joven protagonista del primer largometraje de Tomas Vengris. Pero tampoco lo dice convencido, puesto que no son sus palabras, solo reproduce las palabras de la mujer que regresa a su tierra natal después de veinte años de ausencia. Es 1992, un año después de la caída del comunismo soviético, y Lituania vive su proceso de independencia y de reconstrucción, pero quizás todo y nada haya cambiado y nuevos cambios aguarden y lleven su tiempo.
Regresar a la tierra madre, en el caso de Viktorija (Severija Janusauskaite), no es tanto un viaje físico como uno de identidad, pues de eso se trata, de la identidad y suma de causas, recuerdos y personas que se han sucededido o que permanecen en su vida. Ese es el hogar al que Viktorija regresa, uno que ha llevado consigo desde que huyó tiempo atrás, pero, aunque sea el mismo espacio físico, no es adonde llega Kovas, su hijo. No lo es porque el muchacho no lo siente ni lo percibe así. No puede, ya que nació en Estados Unidos y se ha criado allí, de modo que, para él, Lituania no es su hogar porque no se reconoce en el país báltico adonde llega pensando en que su paso es transitorio, algo así como unas vacaciones tras las que regresará a su casa en Boston. Kovas carece de los lazos y los nexos de su madre, no posee sus referencias del pasado anterior a la emigración, conoce fragmentos de historias contadas y posee las impresiones que le genera su contacto con un lugar hasta entonces desconocido. Motherland (2019) habla del regreso, de reconstruir una identidad y un hogar de los restos de un pasado que todavía sobrevive en el presente que Kovas observa y nosotros observamos a través de él, de la mirada de alguien que va descubriendo un entorno en conflicto donde se produce su encuentro con una realidad humana inexistente (para él) hasta entonces...
miércoles, 20 de enero de 2021
Grace Kelly. Una carrera fulgurante
<<Mi trabajo con Grace Kelly consistió en ofrecerle de Dial M for Murder a To Catch a Thief, papeles cada vez más interesantes de film a film>>
Alfred Hitchcock. “El cine según Hitchcock”
No fue la mejor actriz, ni siquiera podría asegurar que fue una buena actriz, ni recuerdo si alguno de sus papeles me emocionó o me hizo sentir emociones reales, pero no me cabe la menor duda de que se convirtió en uno de los grandes mitos de Hollywood y de la historia de Mónaco. Pero, más allá de la importancia que cada quien concede a iconos y leyendas, en realidad, al menos desde la que interpreto, nada de esto significa más que oropel con el que se adorna la imagen, ya de por sí ilusoria del ser real que vivió y sintió. Hoy, igual que ayer y seguramente que mañana, no vemos a la persona, vemos o preferimos ver la imagen idealizada en la pantalla, la prensa, el deseo y mítica popular. Pero esa parte no me interesa; aquí, lo que me interesa es la aportación artística de Grace Kelly, más que su belleza, su elegancia, su intimidad o el áurea que rodea a su figura. Su carrera en el cine se reduce a once largometrajes rodados entre 1951 y 1956, ya que a los veintisiete años abandonó la escena cinematográfica y se convirtió en la princesa de Mónaco. Pero esa es otra historia, aunque también se inicia en 1929, cuando la futura protagonista de La angustia de vivir (The Country Girl, George Seaton, 1954) abrió los ojos por primera vez.
Nacida en Filadelfia, en una familia adinerada, Grace Patricia Kelly fue la tercera de los cuatro hijos de un matrimonio entusiasta de los deportes, pero ella se decantó por la interpretación. Quizá en esto tuvo algo que ver que su tío fuese director teatral, quizá, o puede que sencillamente le atrajese la posibilidad de actuar. Ignoro qué pensó o cuál fue el motor que la impulsó a convencer a sus padres para que la dejasen ir a Nueva York a estudiar interpretación. Sus primeros pasos profesionales fueron como modelo, después en pequeños papeles teatrales y ya en 1950 en apariciones en episodios de varias series de televisión. Un año más tarde, asoma por primera vez en la gran pantalla, lo hace en Catorce horas (Fourteen Hours, Henry Hathaway, 1951), aunque no fue un papel relevante. De mayor entidad sería el siguiente, aunque, debido al protagonismo absoluto de Gary Cooper, su presencia en Solo ante el peligro (High Noon, Fred Zinnemann, 1952) fue secundaria y su intervención quizá se haya mitificado como consecuencia de su leyenda. Lo cierto es que el film de Zinnemann no la encumbró y regresó a Nueva York, al teatro, aunque su negativa a rendirse pronto la devolvería a Hollywood, para firmar su participación en Mogambo (John Ford, 1953). Tampoco sería esta producción fordiana rodada en África la que le abriría las puertas del estrellato que sí alcanzaría en su año maravilloso. Valga la redundancia, 1954 fue el año de gracia de Grace, fue su encuentro con Alfred Hitchcock y con el personaje de Georgie Elgin en La angustia de vivir, que le valió el Oscar a la mejor interpretación femenina del año. Había nacido una estrella y Hitchcock había encontrado la imagen femenina que, como Ingrid Bergman, sería ya parte de su cine —inolvidable en Atrapa un ladrón (To Catch a Thief, 1955)—; no obstante, dos años después, la actriz rodaba su último largometraje, Alta Sociedad (High Society, Charles Walters, 1956) —una revisión de Historias de Filadelfia (The Philadelphia Story, George Cukor, 1940)— y ponía fin a una carrera fulgurante. ¿Quién sabe el nivel actoral que habría alcanzado, de no haber abandonado la actuación? Lo único seguro fue que Grace Kelly dijo adiós a Hollywood y asumió el papel de princesa monegasca, aunque años después se rumoreó que iba a protagonizar Marnie, la ladrona (Marnie, Alfred Hitchcock, 1964).
Filmografia
Louise Ann Fuller en Catorce horas (Fourteen Hours, Henry Hathaway, 1951)
Amy Fowler Kane en Solo ante el peligro (High Noon, Fred Zinnemann, 1952)
Linda Nordley en Mogambo (John Ford, 1953)
Margot Wendice en Crimen perfecto (Dial M for Murder, Alfred Hitchcock, 1954)
Lisa Carol Fremont en La ventana indiscreta (Rear Window, Alfred Hitchcock, 1954)
Nancy Brubaker en Los puentes de Toko-Ri (The Bridges of Toko-Ri, Mark Robson, 1954)
Catherine Knowland en Fuego verde (Green Fire, Andrew Marton, 1954)
Frances Stevens en Atrapa a un ladrón (To Catch a Thief, Alfred Hitchcock, 1955)
Princesa Alessandra en El cisne (The Swan, Charles Vidor, 1956)
Tracy Lord en Alta Sociedad (High Society, Charles Walters, 1956)