martes, 26 de enero de 2021

Un rayo de luz (No Way Out, 1950)


<<Hice Un rayo de luz hace 23 años, era la primera vez que Sidney Poitier aparecía delante de una cámara y se oía: “sucio negro”, en un cine. No creo que más de diez ciudades del Sur la programaran>>


Joseph L. Mankiewicz: Billy y Joe. Conversaciones con Billy Wilder y Joseph L. Mankiewicz 


La imagen de Sidney Poitier irrumpió con fuerza en la pantalla, lo hizo asumiendo el protagonismo cinematográfico de Un rayo de luz (No Way Out, 1950). Cierto que su nombre asoma en cuarto lugar y después del título de la película, pero su personaje es fundamental en la trama con la que Joseph L. Mankiewicz denuncia el racismo en la sociedad estadounidense, un racismo que el director de La huella (Sleuth, 1972) individualiza en el odio que el personaje de Richard Widmark siente hacia el joven doctor que le atiende en el hospital del condado, tras su atraco fallido a una gasolinera y el posterior tiroteo con la policía.


<<Dos guerras mundiales y una depresión universal no consiguieron demostrar a este desgraciado que tiene mucho más en común con el antiguo esclavo, al que teme, que con los amos que los oprimen a los dos en su propio beneficio.>>


James Baldwin: Nada personal (1965)


Ray Biddle (Widmark) y Luther Brooks (Poitier) tienen más cosas en común de las que aparentan a simple vista —o de las que cualquiera de ellos reconocería—: los dos pertenecen a estratos marginales, ambos viven en barrios cerrados o ghettos, el primero en un entorno de pobreza, violencia, criminalidad; y el segundo, en una zona delimitada por el color de su piel. El primero es un delincuente fruto de su entorno, el segundo siempre resulta sospechoso para el hombre blanco —esto lo vemos bastante claro en la escena donde el policía que disparó a Ray y a su hermano en las piernas, el celador y el auxiliar médico dudan de si Brooks es un doctor o un impostor. En definitiva, uno es sospechoso por el color de su piel y el otro es un delincuente de poca monta, un blanco marginal y racista que no se plantea su fobia racial ni el origen de su violencia. Son cercanos, comenté arriba, porque viven atrapados en entornos cerrados que ninguno de ellos ha construido, sino heredado, y a la vez no pueden ser más lejanos, separados por una distancia de siglos de odio racial. Pero la mayor diferencia entre ambos reside en que Brooks ha dado el paso y avanza hacia una igualdad real y, para conseguirla, necesita demostrar que su diagnóstico con el hermano de Ray, Johnny (Dick Paxton) —que muere poco después de su llegada al centro hospitalario— no fue un error, ni una negligencia ni el asesinato que afirma y grita su antagonista. Antes hablaba de ser sospechoso, y Brooks es consciente de que esa duda, fruto del racismo secular, debe desaparecer y, para que ni él, ni su comunidad, ni su profesionalidad sean puestos en duda, pide realizar la autopsia. Quiere la verdad. Comprende que es necesaria para acercar, conocer, confiar y despejar el camino hacia una integración plena.


El odio, el rencor, cualquier sentimiento de repulsa hacia otros, se pueden proyectar en la mente hacia arriba y hacia abajo, pero, salvo instantes de excepción, en la realidad física quien odia solo puede descargar su rabia en quienes se hallan en una situación que considera por debajo de la suya. La comunidad blanca a la que pertenece Ray son
 los marginados socioeconómicos que no han encontrado su sueño americano dentro de un sistema en extremo competitivo, de modo que canalizan su malestar en forma de odio hacia la población negra, que en Un rayo de luz se individualiza en el joven doctor Brooks. Este recién licenciado es de los primeros afroamericanos que puede superar las barreras raciales y romper las cadenas que sometieron a sus antepasados desde el momento mismo que les obligaron a poner el pie en América. La posterior emancipación solo fue posible en el papel donde se abolía la esclavitud, ya que la desigualdad racial y la segregación perduraron en el tiempo, pues no eran cuestiones teóricas, sino sociales y económicas. Aunque desde entonces hubo avances, el racismo y la segregación aún perduran en el momento en el que Brooks empieza a ejercer como doctor en el hospital del condado donde el doctor Wharton (Stephen McNally), el jefe de planta, le encarga la guardia de la sala de detenidos.


<<No existe otro país donde la sociedad transforme más rápidamente a sus habitantes —blancos o negros— en racistas que en este que se hace pasar por una democracia>>


Malcolm X, diciembre de 1964


Lo escrito hasta ahora no obedece a un discurso, sino a una interpretación de Un rayo de luzuna que explica el origen del odio patológico que Ray siente hacia el doctor Brooks. En el film de Mankiewicz, que fue más allá de una crítica convencional —profundizando, apuntando una de sus causas y mostrando quizá una de sus salidas—, el enfrentamiento se individualiza en los dos personajes, pero no hace falta echarle mucha imaginación para ver la generalidad en la realidad del momento: el blanco de origen o condición humilde odia de nacimiento, y el negro intenta deshacerse de ese odio desde el mismo momento en el que nace, a veces lo consigue y rompe las cadenas, y otras cae en su propio odio. Ese odio racial, que Mankiewicz personaliza en Ray, desborda porque el delincuente descubre en Brooks un estatus superior al suyo y eso rompe sus esquemas, quizá le cierre el irracional desahogo a su miseria, la cual, en realidad, es fruto del sistema al que no puede retar más allá de sus atracos, como el fallido que le conduce a la sala del hospital donde acusa a Brooks de la muerte de su hermano Johnny (y lo cree o necesita creerlo, debido a su odio y a su victimismo). Ahora, Ray, herido y seguramente condenado a varios años de presidio, se encuentra acorralado física y mentalmente, puesto que se siente inferior: un perdedor por méritos propios y por el medio donde tampoco él vive el sueño norteamericano, vive la condena de ser un delincuente de poca monta que nunca podrá abandonar el vagón de cola de un sistema político y social implacable, marcado por las diferencias no solo raciales, sino económicas.


El odio nace de la ignorancia en la que les ha mantenido la segregación, que ha impedido el contacto humano y, por tanto, el acercamiento y el conocimiento. Esto se observa Edy Johnson (Linda Darnell), que acude al hospital a pedir a Ray que permita la autopsia y acaba creyendo su versión. La cree porque también ella ha vivido en la ignorancia y en la marginalidad, ha vivido en la miseria y en el racismo, de ahí que rechace a la asistenta de Wharton, por ser negra, y, tras el contacto humano, cambie de comportamiento y de parecer. Ahí, comprende su error, que ya sospecha al observar los preparativos de la batalla campal de la que en parte es responsable, y puede ver luz al final del túnel: hay una esperanza para poner fin a la patología que padecen los Ray Biddle, una enfermedad social heredada desde la cuna. Para los personajes de Mankiewicz parece no haber salida, sin embargo existe la posibilidad, o se confirma cuando el joven doctor, tras ser herido por el delincuente blanco, exclama: <<¡Yo no puedo matar a un hombre solo porque me odie!>>. Con esta frase y con su comportamiento, salva la vida de quien ha querido quitar la suya, Brooks pone punto y final a una cadena de odio. La rompe no por generosidad o por perdón, la hace añicos porque con ese gesto confirma que es libre y podrá vivir libre.

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