Comentaba Rafael Azcona en el monográfico que le dedicó la revista Nosferatu que no entendía como los críticos podían decir que un guion era bueno si no solían leerlos. Hablar de un buen o mal guion es una tónica que se escucha con frecuencia en comentarios que los ensalzan o infravaloran sin conocer el texto o sin haberlo leído. Habrá mucho intuitivo, pero no es mi caso, pues no puedo emitir un juicio de un guion que desconozco. Como señaló Azcona, los guiones no suelen leerlos ni críticos ni público y, por lo tanto, no se puede comparar la idea con el resultado final. Si el guionista riojano comentaba eso y más, años antes, en su libro Cine de hoy, cine de ayer, René Clair escribió que <<el guion más detallado nunca podrá prever todos los detalles de la ejecución de una obra (ángulo exacto de las tomas de vista, luz, diafragma, interpretaciones, etc). Un film solo existe en la pantalla...>>. Y esto es innegable, como también lo es que quien habla de buen o mal guión suele hacerlo en su desconocimiento, y comenta sobre lo que <<existe en la pantalla>>. No ve la diferencia entre el guion (técnico-literario) y la película que observa, ve la magia del cine, que no existe sobre el papel, existe y es en las imágenes que contemplamos. Hay cineastas a quienes un guion previo y detallado les confiere seguridad, les sirve de guía o les resuelve ciertas dudas que podrían plantearse más adelante; y los hay que no necesitan cerrarlo y están abiertos a constantes cambios, según vayan surgiendo. Este sería el caso de Wong Kar-wai, que no escribe detalladamente previo al rodaje, sino que su guion surge a medida que encara las distintas situaciones que darán forma a sus películas. Es entonces, en la construcción de las imágenes y de los personajes, cuando todo cobra su sentido, sus formas y proporciones, su ritmo, su tiempo y sobre todo su alma. Pues su cine posee alma sensible, vive en el tiempo, en su fluir, sin que nada pueda hacer para escapar de sus límites, aunque por momentos parezca salirse de ellos.
El tiempo, el alma, los sentimientos, el amor o la caricia de su imposible cobra cuerpo visual en Deseando amar (In the Mood for Love) (Faa yeung nin wa, 2000), en la imagen que nos conduce, nos habla y adentra en la intimidad y en las distintas circunstancias en las que descubrimos a la pareja protagonista. Las palabras son rellenos, no así las miradas, el uso del color, los encuadres, los movimientos de una cámara que parece observar los espacios que ocupan los personajes y medir las distancias que separan a la señora Chan (Maggie Cheung) y al señor Chow (Tony Leung). Respecto a lo mostrado en Chungking Express (Chung Hing Sam Iam, 1994) o en Ángeles caídos/Fallen Angels (Duo luo tian shi, 1995), en Deseando amar la cámara de Christopher Doyle y Wong Kar Wai se relaja y acaricia con suavidad el acercamiento no consumado de dos vecinos que viven separados por la pared de sus viviendas, pero sobre todo por las apariencias que les llevan hacia la imposibilidad de materializar sus sentimientos y sus deseos, más allá de sus silencios y de sus caricias. Dudo que esto se logre describir con tal precisión y lirismo cinematográfico en un guion, se consigue en el momento en el que surgen o se esconden las emociones que intuimos en los distintos instantes que componen el film. Más que seres solitarios y engañados por sus respectivas parejas, la señora Chan y el señor Chow son individuos condenados a negarse, a sí mismos, lo cual implica vivir en la soledad de la que escapan durante los breves instantes que comparten, primero desde la decepción que significa descubrir que sus cónyuges mantienen un idilio y, posteriormente, cuando comprenden que en ellos el amor también ha surgido de imprevisto. Pero ese amor que Tony Leung sí asume, es rechazado por la señora Chan, incapaz de dar el paso necesario que la acerque definitivamente a un nuevo estado en su vida, a todas luces incompleta y decepcionante, como delata que la figura de su marido nunca llegue a verse en la pantalla, lo mismo que sucede con la mujer de Chow. La lluvia, la música o los primeros planos de sus susurros y de las caricias con las que expresan sus emociones potencian el lirismo y la belleza de las imágenes que muestran en un mismo espacio la distancia y la proximidad emocional de dos seres que desean y se desean, pero que se condenan a no pertenecerse en el ahora que dejan escapar junto a la oportunidad que finalmente se convertirá en un recuerdo del pasado que, inevitablemente, se irá difuminando.
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