<<Nosotros, la gente... Hoy la gente salta vallas y derrumba muros. Y lo hacen porque la libertad es un derecho humano>>. Así concluye Walesa. La esperanza de un pueblo (Czlowiek z nadiziei, 2013), con las palabras del líder obrero y premio Nobel polaco ante el congreso estadounidense. En ese instante, Walesa recalca y recuerda que la libertad es un derecho humano, pero sus palabras transcienden el momento señalado para advertir que hay que protegerla, porque siempre se encuentra en peligro, bajo la amenaza de nuevas vallas y de nuevos muros que intentarán impedirla o acotarla. Desde sus inicios cinematográficos, Andrzej Wajda encontró en la historia polaca la principal fuente de inspiración para sus películas o quizá fuese mejor decir que encontró en el cine el medio que le posibilitó la búsqueda de la identidad nacional polaca. En la mayoría de las ocasiones, su mirada al pasado le permitía abordar el presente de Polonia y, en Walesa, no es distinto. Mira a su protagonista, podemos decir que lo homenajea, pero también señala el largo y duro camino hacia la democracia y libertad perseguida por este electricista de profesión y líder del primer sindicato libre polaco a quien Robert Więckiewicz dio vida en la pantalla.
Lech Walesa fue fundamental en los cambios que se produjeron en Polonia. Fue un proceso lento, pero sin vuelta atrás, de enfrentamiento a un sistema opresivo y represivo, como el resto de sistemas totalitarios satélites del soviético. Paulatinamente, entre protestas, huelgas, golpes, estancias en la cárcel, negociaciones, la transformación nacional polaca se iba materializando, aunque el proceso duró casi tres décadas, desde 1970 hasta la caída del muro de Berlín, en 1989, año de las primeras elecciones democráticas polacas. Wajda desarrolla su penúltimo largometraje entre ambas fechas, jugando con los saltos del presente al pasado, con un ritmo activo y con imágenes que remiten a la época en la que cobra protagonismo absoluto el hombre que afirma, ante la periodista italiana que lo entrevista en el presente, que ser un líder implica determinación, por dentro y por fuera. Walesa la demuestra en todo momento. Es esa determinación (y la de tantos otros y otras), unida a la solidaridad, a las bases acordadas en el tratado de seguridad y cooperación que países de los dos bloques hegemónicos firmaron en Finlandia en 1975, y a otras circunstancias internas y externas las que transformaron el panorama político-social de Polonia.
Era cuestión de tiempo que Wajda abordase en una de sus películas la figura del obrero que se convertiría en del líder sindicalista y, tras la caída del sistema comunista, en el presidente electo de un Polonia democrática. Aunque su título Walesa, la esperanza de un pueblo anuncia un biopic que ensalza la figura del Premio Nobel de la Paz, asume un tono documental que confiere importancia al momento crucial en el que los obreros, liderados por Walesa, plantan cara a un sistema que, en lugar de protegerlos, los controla y convierte en mano de obra barata, sin derechos, que ven incumplidas las promesas de mejora que llevan esperando desde la imposición del comunismo tras la Segunda Guerra Mundial. Pero ese comunismo nunca ha sido real, como delata la situación que provoca la huelga de 1970 que inicia la entrevista que el líder sindical mantiene en el presente de la película con la prestigiosa periodista italiana. Desde esa sala donde intercambian preguntas y respuestas mediante un traductor se intercala ese tiempo actual con el pasado en el que Wajda va mostrando aspectos personales del personaje dentro de ese entorno de cambio que él mismo lidera, a pesar de no tratarse ni de un político ni de un intelectual, ya que Walesa es un trabajador más entre los miles que viven la carestía, el desánimo, la opresión y la injusticia social y laboral a las que pretenden poner fin.
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