jueves, 28 de abril de 2016
Apartado de correos 1001 (1950)
miércoles, 27 de abril de 2016
Una hora contigo (1932)
Inmerso en el montaje del drama bélico Remordimiento (Broken Lullaby, 1932), Ernest Lubitsch delegó las funciones de director de Una hora contigo (One Hour with You, 1932) en George Cukor, por aquel entonces recién llegado a Hollywood y sin apenas experiencia en el medio cinematográfico. Bajo la supervisión del prestigioso realizador centroeuropeo, el futuro responsable de Historias de Filadelfia (The Philadelphia Story; 1940) inició el rodaje de Una hora contigo, la versión sonora de Los peligros de Flirt (The Marriage Circle, 1924), aunque, poco tiempo después, Lubitsch asumió mayor presencia en el plató, hasta meterse de lleno en las labores que Cukor venía desempeñando. Como consecuencia, la autoría de la película creó controversia dentro de la Paramount, sobre todo cuando, molesto con la desaparición de su nombre de los títulos de crédito, George Cukor decidió demandar al estudio. Fuera como fuere, a lo largo del metraje la presencia de ambos se deja notar en la temática y en los personajes, que anteceden a los miembros de la alta sociedad estadounidense que Cukor retrató en algunas de sus incursiones en el género y que modernizan a aquellos aristócratas europeos protagonistas de las operetas musicales de Lubitsch. Pero la presencia de este último ya se hace patente desde la secuencia inicial, cuando se muestra a un grupo de vigilantes que reciben la orden de detener a cuantos no acaten las normas de decoro en los parques públicos de la ciudad.
martes, 26 de abril de 2016
Miss Muerte (1965)
Las frases entre comillas han sido extraídas de Memorias del tío Jess (Jesús Franco, 2004)
sábado, 23 de abril de 2016
Aelita (1924)
viernes, 22 de abril de 2016
Ha nacido una estrella (1954)
lunes, 18 de abril de 2016
El mayor espectáculo del mundo (1952)
jueves, 7 de abril de 2016
Veredicto final (1982)
En su debut en la dirección de largometrajes, Sidney Lumet llevó a la gran pantalla la historia que Reginald Rose había escrito para la cadena televisiva CBS (1), en la que doce miembros del jurado se reúnen a deliberar en una sala que se convierte en el escenario de palabras, pensamientos, enfrentamientos y prejuicios. Ellos son el centro de la ópera prima de Lumet, el acusado, los testigos, los abogados o el juez no tienen presencia entre esas cuatro paredes, salvo en los recuerdos de quienes son aislados para dictaminar si un hombre vive o muere. Años después, con títulos tan destacados como comprometidos en su haber —Punto límite (Fail-Safe, 1964), La colina (The Hill, 1965), Serpico (1973), Tarde de perros (Dog Day Afternoon, 1975) o Network (1976)—, el director de Doce hombres sin piedad (Twelve Angry Men, 1957) regresó al drama judicial. Aunque, al contrario que en aquel magistral encierro cinematográfico, en Veredicto final (The Verdict, 1982) el jurado cede el protagonismo a un abogado que se compadece de sí mismo mientras ahoga sus penas en alcohol. Desde este personaje se accede a un sistema legal ambiguo, que presenta fallos que la propuesta de Lumet esboza sin llegar a profundizar, al decantarse por la lucha que se desata entre el pequeño y el grande. Aún así, su planteamiento resulta atractivo desde su inicio, cuando se presenta a ese letrado maduro y perdedor en un entierro donde busca posibles clientes. Como consecuencia de esta primera imagen se comprende que su idealismo se ha diluido dentro de un espacio donde el poder y el dinero desequilibran la balanza.
Frank Galvin (Paul Newman) es un individuo derrotado, aunque bajo su fracaso todavía late la conciencia de aquel que se decantó por la abogacía porque creía en la justicia teórica e imparcial que no ha descubierto en la vida real. <<Vine aquí a aceptar su dinero. Traje estas fotos para enseñarlas y conseguirlo. No puedo aceptarlo porque si lo tomo estoy perdido. No seré más que un rico aspirante a la muerte>>. Su negativa al sustancioso acuerdo que el obispo le ofrece, para que no lleve a juicio al hospital de la diócesis, muestra a un hombre cansado de mirar hacia otro lado que recupera aquel ideal sobre el cual sustentaba su pensamiento juvenil. Esta escena marca un punto de inflexión en la narración, ya que, a partir de la decisión de Frank, la película se aleja del intimismo dominante hasta entonces para desarrollar el enfrentamiento entre el antihéroe interpretado por Newman con un rival todopoderoso que contrata para su defensa los mejores servicios legales. En su cruzada por demostrar la negligencia médica que ha dejado en coma a su clienta, el abogado solo cuenta con la ayuda de su viejo colaborador (Jack Warden) y la de una mujer (Charlotte Rampling) que aparece en su vida en el mismo instante que decide llevar la demanda ante un juez que inclina su simpatía hacia la defensa. A pesar de la derrota del gigante, Veredicto final no es una película optimista. La lucha que expone ni es justa ni presenta igualdad de condiciones, lo cual vendría a explicar el por qué de la decepción que domina al protagonista a lo largo del metraje, una decepción nacida de las manipulaciones legales que habría visto en el pasado, cuando comprendió que sus ideales solo eran la fantasía de un inexperto e inocente abogado que no había entrado en contacto con el medio legal, donde la igualdad ante la ley es un aspecto teórico que no tiene cabida dentro de la realidad de la sala donde se exhorta al jurado a olvidarse de la verdad escuchada, como consecuencia de tecnicismos legales, y donde se permite tergiversar las palabras de sus testigos, a quienes se pone en duda sacando a relucir cuestiones que poco o nada tienen que ver con lo que se está juzgando.
martes, 5 de abril de 2016
Los chicos de la guerra (1984)
El 12 de abril de 1982 un contingente de las fuerzas especiales argentinas desembarcó en Puerto Stanley-Puerto Argentina, en las islas Malvinas-Falkland Islands, con una población cercana a los dos mil habitantes, en su mayoría descendientes de los colonos escoceses que allí se habían instalado en 1833. Ciento cuarenta y nueve años después, el régimen militar, que por aquel entonces había puesto al frente al teniente general Gattieri, vio la oportunidad para popularizarse entre la población con una guerra que se vendió como patriótica, con la que pretendía anexionar las islas bajo dominio británico, pero sus intenciones poco duraron, ya que el 14 de junio de ese mismo año, las tropas argentinas firmaban su rendición incondicional ante las británicas. Esta circunstancia precipitó la caída de la dictadura militar, las elecciones democráticas en 1983 y el fin de uno de los periodos oscuros de la historia de Argentina. Durante aquellos años el sistema se cobró miles de víctimas, entre las que se contarían la juventud y la inocencia de jóvenes como los protagonistas de esta película que fue posible gracias a la nueva situación político-social, aunque no por ello Bebe Kamin contó con el apoyo de los militares a la hora de realizar su reflexión sobre el engaño y la manipulación sufrida. Los chicos de la guerra fue un punto de arranque para el florecimiento de un cine argentino de gran riqueza y compromiso, asumido por aquellos cineastas que volvieron su mirada hacia ese pasado represivo que borró de un plumazo libertades básicas, así como acalló voces e impuso el incómodo silencio y la desinformación que adultera y condiciona a los adolescentes del film de Kamin. Este ajuste con el pasado se refleja a la perfección en La historia oficial (Luis Puezo, 1985), La noche de los lápices (Héctor Oliveira, 1986) o La deuda interna (Miguel Pereira, 1987), quizá superiores a este drama con trasfondo bélico que se inicia en el presente de 1982, cuando los soldados argentinos son derrotados en las Malvinas. Pero Los chicos de la guerra no es un film bélico, solo toma la guerra como excusa para mostrar la pérdida de inocencia de quienes fueron condenados a vivir en la mentira a la que se accede a lo largo de varios flashbacks que sitúan la acción en 1969, 1975, 1979 y en los instantes iniciales del conflicto. Durante estos retrocesos temporales se expone parte de la infancia y de la adolescencia de los personajes desde quienes se recalca cómo las instituciones marcan su futuro, ya sea la escuela <<la patria los está esperando>> o núcleos familiares como el de Pablo (Gabriel Rovito), cuyo padre (Héctor Alterio) defiende que <<mi hijo es un soldado de la patria>> aunque esa patria solo sea la idea de quienes conducen al país hacia una guerra inútil con la que pretenden aumentar su popularidad y conseguir la aceptación entre una población que un año después celebraría el final de la dictadura y la llegada de la democracia.
sábado, 2 de abril de 2016
Samurái (1954)
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