lunes, 2 de mayo de 2011

Apocalypse Now (1979)


En mayo de 1979, ante la expectativa generada entre la prensa especializada, Francis Ford Coppola estrenaba en el Festival de Cine Internacional de Cannes un film ambientado en la Guerra de Vietnam que a la postre se alzaría con la Palma de Oro, galardón compartido con El tambor de hojalata (Die blechtrommel; Volker Schlöndorff, 1979). De ese modo triunfal se presentaba en el prestigioso certamen una película bélica que <<no es una película sobre la Guerra de Vietnam, es Vietnam>>, además de ser la primera producción de envergadura que criticaba el conflicto de forma directa y radical. Las palabras entrecomilladas, salidas de la boca de Coppola, resumen la historia de Apocalypse Now (1979), una historia caótica y cruda como las imágenes que la componen, una historia que daría para llenar las páginas de varios libros y la filmación de un documental, no solo por la obra maestra que sin duda es, sino por la locura que significó un rodaje marcado por los constantes contratiempos que retrasaron su filmación desde su inicio en 1976, cuando, con varios premios Oscar en su haber, el director de La conversación (The Conversation, 1974) hizo realidad un viejo proyecto escrito por John Milius y que iba a ser dirigido por George Lucas.


Encontrada la financiación necesaria para iniciar el rodaje, estrellas de la talla de Steve McQueen, Clint Eastwood, James Caan o Al Pacino rechazaron uno tras otro el papel protagonista por desacuerdos económicos o por el esfuerzo que implicaba filmar durante dieciséis semanas en la jungla filipina. Quien, por una cantidad superior a los tres millones de dólares, no rechazó participar fue 
Marlon Brando. De tal manera, Coppola tenía a su estrella, aunque fuera en un papel secundario, solo le faltaba su protagonista y acabó contratando a Harvey Keitel para el papel de Willard, aunque no tardó en sustituirlo por Martin Sheen (quien durante el rodaje sufrió un ataque cardíaco que casi acaba con su vida). Un nuevo contratiempo humano se presentó con Brando, que se negaba a viajar a Filipinas y, cuando por fin aceptó, lo hizo con sobrepeso y sin haber leído el guion. Pero lo que pudo haber sido un problema, acabó beneficiando a su personaje, al emplear su corpulencia e improvisar de manera brillante algunos de sus diálogos. Aparte de los problemas artísticos, Coppola tuvo que vérselas con los meteorológicos, logísticos, económicos y socio-políticos que se presentaron en el país elegido para la filmación, inmerso en una especie de guerra civil que alteró el ritmo del rodaje. Dichas circunstancias acarrearon los problemas económicos, retrasos y gastos imprevistos, que llevaron al guionista, productor y director a hipotecar su casa y su productora, pues solo así podría conseguir la cantidad necesaria para llevar a buen puerto esta magnífica odisea cinematográfica que contaba con más de trescientas horas de material rodado.


Sin tiempo para estrenarla como hubiera deseado, el cineasta la presentó en el citado certamen y sorprendió a todos con un film denso, devastador, colosal y onírico, que en 2001 reestrenaría en ese mismo festival con más de cuarenta minutos de metraje añadido, bajo el título de Apocalypse Now Redux
. Sin embargo, para muchos aficionados al cine fue aquel primer viaje al corazón de las tinieblas —en alusión a la novela de Joseph Conrad que inspiró el guión escrito por CoppolaMilius—, internas y externas del capitán Willard (Martin Sheen), el que permanece en la memoria cuando se recuerda la calurosa, húmeda y asfixiante habitación de un hotel del mala muerte donde se descubre al protagonista atrapado en la desesperación, la confusión y la locura inherentes a la guerra.


La presentación de este oficial muestra el inicio de la pesadilla en la que se embarca cuando asume su cometido de asesinar a un coronel que, según sus superiores, ha enloquecido, sin plantearse si su misión (o sumisión a las órdenes recibidas) es o no correcta. Mediante la lectura del dossier que se le entrega se familiariza con el oficial a quien debe matar, y descubre en él a un personaje enigmático, incluso fascinante, de modo que las dudas regresan y las preguntas se acumulan sin respuesta. Mientras, el viaje a lo largo del río se va transformando en una especie de sueño confuso en el que se le presentan personajes como el coronel Kilgore (
Robert Duvall), apasionado del surf y del olor a napalm, y su noveno de caballería, que cabalga sobre los helicópteros que bajo el estruendo de las Valkirias destrozan un poblado vietnamita sin la menor compasión —el 
vuelo del “noveno”, a ritmo de Wagner y de sus “valkirias”, apuntan, tras su aparente épica operística y visual, un fondo “imperialista”, el de un ejército conquistador y no de liberación. Igual de alucinógenas resultan las escenas nocturnas por ese caudal que se acerca a la pesadilla, que se suaviza cuando los soldados observan el espectáculo de las chicas playboy que desatan el deseo carnal de los allí presentes. Sin embargo, este momento de evasión solo es un pequeño alto en el deambular de la patrullera que prosigue su viaje por la corriente onírica donde Willard se descubre atrapado al lado de sus compañeros, quienes, al igual que él, empiezan a sentir en su propia carne como la misión que han emprendido (y de la que poco o nada saben) se transforma en el viaje hacia la locura que habita en ellos mismos y en ese entorno de muerte que la potencia.

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