En su noveno largometraje, el primero que realizaba en el siglo XXI, Hayao Miyazaki dejaba volar no solo la imaginación, sino la emoción y el sentimiento característicos de sus películas. Desde el momento de su estreno, El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no Kamikakushi, 2001) resultó un fenómeno de masas dentro del cine de animación japonés. Poco tardó en convertirse en un éxito fuera del país del sol naciente y, quizá, en el título más popular y emblemático de la filmografía de Miyazaki, cuya obra conjunta (y por separado) destaca por su humanismo y su desbordante fantasía visual, incluso en aquellas piezas que, como la biográfica, sensible y comedida El viento se levanta (Kaze Tachinu, 2013), se suponen más realistas. Lo dicho: la obra cinematográfica de Miyazaki desborda imaginación e inventiva; también corazón, así como movimiento y acercamiento emocional más allá del viaje físico que depare el recorrer distintos paisajes o el acceso a otros mundos. En las películas del director de Porco Rosso (Kurenai no buta, 1992) siempre hay un viaje, a menudo iniciático, que implica no solo el aprendizaje de sus protagonistas, sino también el de quienes les rodean. Es decir, todos sus personajes (con entidad narrativa) parten de un estado inicial, lo cual no deja de ser lógico —sería impensable que solo uno o dos personajes iniciasen su andadura y el resto permaneciese en estado pétreo—, que evoluciona a lo largo de la aventura propuesta por este cineasta y animador que, junto a Isao Takahata, evolucionó el anime y lo elevó a un nivel internacional impensable con anterioridad. Al finalizar cualquiera de sus películas, el cambio es evidente y, acercamiento aparte, depara la liberación de sus héroes y heroínas, también de supuestos villanos. La maduración de los personajes se ha producido durante ese recorrido que, tanto físico como espiritual, siempre es vital y emocional. El título El viaje de Chihiro ya define esta circunstancia viajera. La niña protagonista accede a un mundo diferente donde logra superar las distintas trabas que se le presentan en su intención de recuperar a sus padres. No se rinde, no puede ni está dispuesta a hacerlo, pero también ella necesita ayuda. A medida que avanza su estancia en la casa de los baños, Chihiro, valiente, generosa, rebosante de amor, se aleja del capricho y del egoísmo infantil en el que inicialmente se encuentra para dar rienda suelta a su nueva comprensión y al sentimiento que ya llevaría dentro, pero que ahora, en una situación extraordinaria, desborda en todo su esplendor y le permite comunicarse y establecer la reciprocidad emocional que rompe las barreras. Entonces, se establece un intercambio entre el emisor y el receptor que depara comunión y libera a ambos…
jueves, 19 de septiembre de 2024
miércoles, 18 de septiembre de 2024
Alberti, qué sé de ti, qué me cuentan de ti
martes, 17 de septiembre de 2024
Ensayo de orquesta (1977)
(1) Ernesto Sabato: El escritor y sus fantasmas. Austral, Barcelona, 2011.
lunes, 16 de septiembre de 2024
Maruja Mallo y el desorden
Me intereso por la obra de Maruja Mallo cuando una amiga me descubre Antro de fósiles (1930); el cuadro me impacta y, desde ese momento, el nombre de la pintora se graba en mi memoria. Inconsciente del proceso que sigue —supongo que, a medida que su nombre y su obra reaparece ante mí, la curiosidad se hace más fuerte—, siento el deseo de conocer más sobre esta figura inusual ya no solo en la pintura, sino en su época, quizá lo sería en cualquier época. De nombre Ana María Gómez González, Maruja Mallo nace en Viveiro (Lugo) en 1902 sin saber que su futuro le depara convertirse en una de las mujeres más transgresoras de su época, en la pintora más representativa de la generación del 27 y en una de sus figuras señeras, ya no solo por su arte, sino por su carácter independiente, estrafalario y jovial, que no a todos gusta. Su espíritu libre, juerguista, viajero, despunta en sus primeros tiempos en Madrid, adonde se traslada en 1922 para estudiar Pintura en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En la Academia tiene por compañero a Dalí, por entonces un estudiante de pintura incansable. Era tiempo de vanguardias, de surrealismo. ¿Y qué otro estilo mejor que este que preconiza la ruptura con el orden para una mujer del carácter de Maruja? El “desorden”, el poner el mundo patas arriba, le abre las puertas para desarrollar un universo creativo y expresivo de su rebeldía, donde plasmar sus inquietudes e ideas. Su primera exposición individual la realiza en 1928, en la sede de la Revista Occidente, editada por Ortega y Gasset, y en la que sus compañeros poetas de generación, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, José María Cossio y José Bergamín, entre otros, publican versos en homenaje a Góngora, en el tercer centenario de su nacimiento.
Figura singular donde las haya, Maruja Mallo es de las grandes de vanguardia española de la época, autora de una obra pictórica entre las que se cuentan la ya nombrada Antro de fósiles y Canto de las espigas (1939), probablemente, de las suyas, su obra preferida. El estilo surrealista de la pintura de Mallo pasa por dos etapas. En la primera predomina el color y en la segunda las sombras y el desequilibrio se hacen fuertes. Como a la mayoría de los integrantes de la generación del 27, a esta practicante de la igualdad genérica, defensora del amor libre, compañera inseparable de Alberti, hasta que el poeta gaditano conoce a María Teresa León, asidua de <<aquel Madrid!>> evocado por Pablo Neruda en sus memorias, el levantamiento de julio de 1936 la posiciona hacia el lado republicano. Obviamente, una mujer indomable como Maruja, amante de su libertad, no casa con el orden que se rebela contra el Frente Popular, por entonces al mando de una República que, desde su advenimiento, semeja navegar a la deriva, amen de recibir palos de uno y otro lado. La derrota republicana, depara el exilio de miles. El suyo dura un cuarto de siglo. Como tantos, Maruja se exilia en Sudamérica (Uruguay, Argentina, Chile), también en Nueva York. En 1964, regresa a España y ya el olvido parece envolverla hasta que, ya en la democracia, en 1982, recibe la Medalla de Oro de Bellas Artes. En la actualidad, su figura y sus obras recuperan su lugar; y sus cuadros, Canto de las espigas, La verbena (1927), Tierra y excrementos (1932) o Figuras (1937), entre otros de su autoría, pueden contemplarse en el Museo Reina Sofía.
Antro de fósiles
domingo, 15 de septiembre de 2024
Pablo Neruda y Caballo Verde (Anotado)
Caballo Verde, por Pablo Neruda*
<<Con Federico y Alberti, que vivía cerca de mi casa en un ático sobre una arboleda, la arboleda perdida, con el escultor Alberto, (1) panadero de Toledo que por entonces ya era maestro de la escultura abstracta, con Altolaguirre y Bergamín; con el gran poeta Luis Cernuda, con Vicente Aleixandre, poeta de dimensión ilimitada, con el arquitecto Luis Lacasa, con todos ellos en un solo grupo, o en varios, nos veníamos diariamente en casas y cafés.
De la Castellana o de la cervecería de Correos viajábamos hasta mi casa, la casa de las flores, en el barrio de Argüelles. Desde el segundo piso de uno de los grandes autobuses que mi compatriota, el gran Cotapos, (2) llamaba “bombardones”, descendíamos en grupos bulliciosos a comer, beber y cantar. Recuerdo entre los jóvenes compañeros de poesía y alegría a Arturo Serrano Plaja, poeta; a José Caballero, pintor de deslumbrante talento y gracia; a Antonio Aparicio, que llegó de Andalucía directamente a mi casa; y a tantos otros que ya no están o que ya no son, pero cuya fraternidad me falta vivamente como parte de mi cuerpo o substancia de mi alma.
Aquel Madrid! Nos íbamos con Maruja Mallo, la pintora gallega, por los barrios bajos buscando casas donde venden esparto y esteras, buscando las calles de los toneleros, de los cordeleros, de todas las materias secas de España, materias que trenzan y agarrotan su corazón. España es seca y pedregosa, y le pega el sol vertical sacando chispas de la llanura, construyendo castillos de luz con la polvareda (3). Los únicos verdaderos ríos de España son sus poetas; Quevedo con sus aguas verdes y profundas, de espuma negra; Calderón, con sus sílabas que cantan; los cristalinos Argensolas; Góngora, río de rubíes.
Vi a Valle-Inclán una sola vez. Muy delgado, con su interminable barba blanca, me pareció que salía de entre las hojas de sus propios libros, aprendido por ellas, con un color de páginas amarilla.
A Ramón Gómez de la Serna lo conocí en su cripta de Pombo, y luego lo vi en su casa. Nunca puedo olvidar la voz estentórea de Ramón, dirigiendo, desde su sitio en el café, la conversación y la risa, los pensamientos y el humo. Ramón Gómez de la Serna es para mi uno de los más grandes escritores de nuestra lengua, y su genio tiene de la abigarrada grandeza de Quevedo y Picasso. Cualquier página de Ramón Gómez de la Serna escudriña como un hurón en lo físico y en lo metafísico, en la verdad y en el espectro, y lo que sabe y ha escrito sobre España no lo ha dicho nadie sino él. Ha sido el acumulador de un universo secreto. Ha cambiado la sintaxis del idioma con sus propias manos, dejándolo impregnado con sus huellas digitales que nadie puede borrar.
A don Antonio Machado lo vi varias veces sentado en su café con su traje negro de notario, muy callado y discreto, dulce y severo árbol viejo de España. Por cierto que el maldiciente Juan Ramón Jiménez, viejo niño diabólico de la poesía, decía de él, de don Antonio, que este iba siempre lleno de cenizas y que en los bolsillos solo guardaba colillas. (4)
Juan Ramón Jiménez, poeta de gran esplendor, fue el encargado de hacerme conocer la legendaria envidia española. Este poeta que no necesitaba envidiar a nadie puesto que su obra es de gran resplandor que comienza con la oscuridad del siglo, vivía como un falso ermitaño, zahiriendo desde su escondite a cuanto creía que le daba sombra.
Los jóvenes —García Lorca, Alberti, así como Jorge Guillén y Pedro Salinas— eran perseguidos tenazmente por Juan Ramón, un demonio barbudo que cada día lanzaba su saeta contra este o aquel. Contra mí escribía todas las semanas en unos acaracolados comentarios que publicaba domingo a domingo en el diario El Sol. Pero yo opté por vivir y dejarlo vivir. Nunca constaté nada. No respondí —ni respondo— las agresiones literarias. (5)
Stephen Spender y Pablo Neruda sentados a derecha e izquierda de Manuel Altolaguirre durante la inauguración del Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en Valencia, 1937. La fotografía fue tomada por Walter Reuter (1906-2005)
>>El poeta Manuel Altolaguirre, que tenía una imprenta y vocación de imprentero, llegó un día por mi casa y me contó que iba a publicar una hermosa revista de poesía, con la representación de los más alto y lo mejor de España.
—Hay una sola persona que puede dirigirla —me dijo—. Y esa persona eres tú.
Yo había sido un épico inventor de revistas que pronto las dejé o me dejaron. En 1925 fundé una tal Caballo de Bastos. Era el tiempo en que escribíamos sin puntuación y descubríamos Dublín a través de las calles de Joyce. (5) Humberto Díaz Casanueva usaba entonces un suéter con cuello de tortuga, gran audacia para un poeta de la época. Su poesía era bella e inmaculada, como ha seguido siéndolo per sécula. Rosamel del Valle se vestía enteramente de negro, de sombrero a zapatos, como debían vestirse los poetas. A estos dos compañeros próceres los recuerdo como colaboradores activos. Olvido a otros. Pero aquel galope de nuestro caballo sacudió la época.
—Sí, Manolito. Acepto la dirección de la revista.
Manuel Altolaguirre era un impresor glorioso cuyas propias manos enriquecían las cajas con estupendos caracteres bodónicos. (6) Manolito hacía honor a la poesía, con la suya y con sus manos de arcángel trabajador. El tradujo e imprimió con belleza singular el Adonis de Shelley, elegía a la muerte de John Keats. Imprimió también la Fabula del Genil, de Pedro Espinosa. (7) Cuánto fulgor despedían las estrofas áureas y esmaltinas del poeta en aquella majestuosa tipografía que destacaba las palabras como si estuvieran fundiéndose de nuevo en el crisol.
De mi Caballo Verde salieron a la calle cinco números primorosos, de indudable belleza. Me gustaba ver a Manolito, siempre lleno de risa y de sonrisa, levantar los tipos, colocarlos en las cajas y luego accionar con el pie la pequeña prensa tarjetera. A veces se llevaba los ejemplares de la edición en el coche-cuna de su hija Paloma. Los transeúntes lo piropeaban:
—Qué papá tan admirable! Atravesar el endiablado tráfico con esa criatura!
La criatura era la Poesía que iba de viaje con su Caballo Verde. La revista publicó el primer nuevo poema de Miguel Hernández, y, naturalmente, los de Federico, Cernuda, Aleixandre, Guillén (el bueno, el español), (8) Juan Ramón Jiménez, neurótico novecentista, seguía lanzándome dardos dominicales. A Rafael Alberti no le gustó el título:
—Por qué va a ser verde el caballo? Caballo Rojo, debería llamarse. (9)
No le cambie el color. Pero Rafael y yo no nos peleamos por eso. Nunca nos peleamos por nada. Hay bastante sitio en el mundo para caballos y poetas de todos los colores del arco iris.
El sexto número de Caballo Verde se quedó en la calle Viriato sin compaginar ni coser. Estaba dedicado a Julio Herrera y Reissig (10) —segundo Lautréamont de Montevideo— y los textos que en su homenaje escribieron los poetas españoles, se pasmaron ahí con su belleza, sin gestación ni destino. La revista debía aparecer el 19 de julio de 1936, pero aquel día se llenó de pólvora la calle. Un general desconocido, llamado Francisco Franco, se había rebelado contra la República en su guarnición de África.>> (11)
*Pablo Neruda: Confieso que he vivido. Memorias. Editorial Planeta, Barcelona, 1977.
Notas
(1) Pablo Neruda se refiere al escultor toledano Alberto Sánchez Pérez, figura clave de la vanguardia española. Para más información, dejo el siguiente enlace: https://www.museoreinasofia.es/exposiciones/alberto-1895-1962
(2) Acario Cotapos (1889-1969). <<También Acario Cotapos era músico, pero de vanguardia, lleno de sorpresas. El Acario Cotapos que yo tengo en esta memoria pálida que me va quedando es el chilenito extraordinario, inmóvil después de un accidente grave, a quienes sus amigos han regalado el departamento donde hoy todos van a encontrarlo.>> (María Teresa León: Memorias de la melancolía. Sobre este compositor chileno, aquí: https://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-3271.html
(3) Neruda, aparte de su gusto por el tópico, parece desconocer España y reducirla, por lo que deduzco, a la meseta castellana y a parte del suelo andaluz, tal vez a zonas (semi)desérticas del sureste peninsular y de las islas más orientales de Canarias. Una reducción similar sucede al inicio de Tierra de España (Spanish Earth, 1937), el prestigioso documental realizado por Joris Ivens —y narrado por Ernest Hemingway— durante la guerra civil. En todo caso, el conjunto cultural y paisajístico de la península ibérica (la Hispania romana) abarca mayor amplitud que la evocada por el poeta chileno y por el cineasta holandés.
(4) Aparte de poesía, Juan Ramón también escribía crítica literaria y caricaturas sobre personajes de la cultura española. En varios caricaturizó a Antonio Machado, de quien no me cabe duda de su admiración. En un texto recogido en Libros de prosa, I, Crítica 1907-19013 dice Juan Ramón sobre una obra del poeta: <<Hay en medio del libro un florilejio suave que muestra un título de romería: Del camino. Creo que no se ha escrito en mucho tiempo una poesía tan dulce y tan bella como la de estas cortas composiciones, misteriosas y hondamente dichas con el alma.>> Y en un extracto de unos de sus textos recopilados en Españoles de tres mundos expresa lo que sigue: <<Poeta de la muerte, y pensado, sentido, preparado hora tras hora para lo muerto, no he conocido otro que como él haya equilibrado estos niveles iguales de altos y bajos, según y cómo; que haya salvado, viviendo muriendo, la distancia de las dos únicas existencias conocidas, paradójicamente opuestas; tan unidas aunque los otros hombres nos empeñemos en separarlas, oponerlas y pelearlas. Toda nuestra vida suele consistir en temer a la muerte y alejarla de nosotros, o mejor, alejarnos nosotros de ella. Antonio Machado la comprendía en sí, se cedía a ella en gran parte. Acaso él fue, más que un nacido, un resucitado. Lo prueba quizás, entre otras cosas, su madura filosofía juvenil. Y dueño del secreto de la resurrección, resucitaba cada día ante los que lo vimos esta vez, por natural milagro poético, para mirar su otra vida, esta vida nuestra que él se reservaba en parte también.>>
(5) En estos párrafos, Neruda ajusta cuentas por la crítica hacia su obra (la realizada hasta entonces), que no gustaba al de Moguer (Huelva), autor de las caricaturas recogidas en Españoles de tres mundos; en una de las cuales, la dedicada al poeta chileno, expone su opinión sobre la poesía de Neruda. Aparte de genio indiscutible de la poesía en lengua castellana, Juan Ramón fue un hombre crítico e irónico. Lo era honestamente, también consigo mismo, por devoción y por naturaleza; no pretendía caer simpático ni hacer grupo; menos aún dorar la píldora a nadie. <<Yo no he visto nunca Neruda sino en fotografía, en escultura o en dibujo. Hago su caricatura estando él vivo, contra mí norma, porque lo he oído por teléfono cantar contra mí en coro de necios y beodos, cuando yo no quise firmar su desairado documento de respuesta a Vicente Huidobro. Que luego se cambió por otro que yo hubiera firmado, porque no había motivo para que la Revista Occidente rechazara los consabidos versos de Neruda. (No quise firmarlo porque ni Huidobro ni Neruda ni Lorca tenían razón en lo peor de todo aquello. Por ser honrado con los tres, Neruda me cantaba, con los varios suyos de entonces, coplas soeces por teléfono. Yo le digo sin soecia lo que es para mí como escritor, por ser honrado con él y conmigo.)>> (Juan Ramón Jiménez: Españoles de tres mundos) Otro genio singular e imposible de abarcar como Juan Ramón era Baroja, que tampoco buscaba caer simpático entre los jóvenes artistas del 27 (y alrededores), pero la suya ya es otra personalidad y otra historia. Por supuesto que el chileno no responde las agresiones literarias, solo las trae a colación cuando, supongo, regresan y escuecen mientras él omite su parte y escribe, en 1972, Confieso que he vivido, título que me suena un tanto petulante. Con todo, hay pocas memorias que se acusen, que se sinceren hasta que sangre el alma. Las hay que, tras ligera autocrítica, disimulan su intención de lucir ante sus contemporáneos con uno ojo puesto en la posteridad. Neruda se quiere el héroe de las suyas, pero ¿quién no es el héroe o la heroína de sus memorias?
(5) El irlandés James Joyce ambienta su famosa novela Ulises en el Dublín de los años veinte. Pinchando aquí, el comentario que compartí en el blog: https://vadevagos.blogspot.com/2022/12/joyce-y-beach-la-edicion-de-ulises.html?m=1
(6) Con “caracteres bodónicos”, el poeta se refiere a los tipos de letra (con finos adornos) diseñados por Giambattista Bodoni (1740-1813) a fines del siglo XVIII.
(7) <<el paso por Antequera, donde mientras nos abastecíamos de nafta me recité en silencio octavas de la Fábula del Genil, de Pedro Espinosa, el gran poeta clásico allí nacido>> (Rafael Alberti: La arboleda perdida)
(8) El otro Guillén (se supone que el malo o el feo), sería el poeta y periodista cubano Nicolás Guillén, uno de los autores más reconocidos de las letras cubanas, a quien Altolaguirre publicó su libro Poema en cuatro angustias, después de que el cubano viajase a España en 1937, para participar en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en el que también participó Neruda, entre otros muchos grandes nombres de la literatura.
(9) Neruda sería elegido senador de la República de Chile en 1945, ya siendo miembro del partido comunista chileno; y Alberti estaba afiliado al PCE y era secretario general de la Alianza de Intelectuales Antifascistas durante la guerra civil. Por su filiación y su ideología, Alberti prefería el nombre “Caballo Rojo”.
(10) Julio Herrera y Reissig, poeta uruguayo del romanticismo tardío. Información en https://www.cervantesvirtual.com/portales/julio_herrera_y_reissig/autor_apunte/
(11) En aquel primer momento, la rebelión militar no tenía un líder claro. Su planificador había sido el general Emilio Mola, que se las había arreglado para meter en la misma revuelta a carlistas, monárquicos y falangistas; y la cabeza visible iba a ser Sanjurjo, tal vez fuese una figura de paja, pero falleció en el accidente aéreo que debía transportarle a España desde Lisboa, donde vivía su exilio tras el fallido levantamiento de 1932. En cuanto a Franco, no era ningún desconocido: <<El “Anuario Militar” de 1936 situaba a Franco solo en el puesto número veintitrés en cuanto a antigüedad entre los generales de división, y a cuanto a años de servicio se veía superado por Cabanellas, Queipo y Saliquet, aunque ningún otro tenía la misma experiencia en guerra y el mismo prestigio militar, ni tampoco igual tacto político ni la misma influencia exterior […] No solo el nombre de Franco era el mejor conocido entre los generales rebeldes, sino que se lo asociaba menos directamente con la actividad política, odiosa para la opinión española no extremista>>, dice Stanley G. Payne en su libro sobre el dictador, Franco, el perfil de la historia, que, entrando de cabeza en “la actividad política”, asumió el mando de la rebelión el 1 de octubre de 1936; y ya no lo soltó hasta su muerte en 1975, después de casi cuatro décadas de dictadura.
sábado, 14 de septiembre de 2024
El viento que agita la cebada (2006)
viernes, 13 de septiembre de 2024
Yo, Daniel Blake (2016)
Si hubiese un neorrealismo británico, su máximo representante sería Ken Loach, cuyo cine social hace visibles a los invisibles como Bob, Joe o Dan, los protagonistas de Lloviendo piedras (Raining Stones, 1993), Mi nombre es Joe (My Name Is Joe, 1998) y Yo, Daniel Blake (I, Daniel Blake, 2016). Los tres son trabajadores en paro y marginados por el sistema para el cual han trabajado, pero el tercero vive una situación más kafkiana, humillado por una burocracia más deshumanizada si cabe que las de la época de Bob y Joe (los años noventa del siglo XX). El mundo de Dan ha desaparecido, el que lo sustituye le es desconocido. Se trata de la era de la informática, en la cual los funcionarios semejan, salvo excepciones puntuales, robots. Los trabajadores que llevan su “expediente” se muestran incapaces de salirse del programa, ya no pueden ni saben personalizar a quienes atiende, ateniéndose a las órdenes programadas. Son esclavos del sistema del que Dan es víctima, pero este no se da por vencido. Es un tipo acostumbrado a la lucha y eso es lo que hace, porque no puede hacer otra cosa. En su ir y venir se hermana a K en El Castillo, peleándose contra agentes que trabajan para el poder invisible que lo controla todo y a todos hace números, estadísticas, objetos… El inicio de Yo, Daniel Blake sobre fondo negro deja escuchar dos voces: la de protagonista (Dave Johns) y la de la funcionaria de sanidad que, más que atender, le ignora constantemente exigiéndole que se ciña al cuestionario que el obrero, recién salido de una operación coronaria, sabe inútil, porque su problema, no se cansa de repetirlo, es el corazón. Ese instante señala el inicio del film, pero también el de la lucha de Dan por no morir como persona a manos de un sistema impersonal en grado superlativo, en manos de empresas y gobiernos que ya no ven a sus gobernados como personas. Pero ¿alguna vez ha existido algún gobierno que si las viese y tratase como tales?
Los paisajes humanos que Loach radiografía suelen ser los británicos de finales del siglo XX y primer cuarto del XXI. Sus personajes son únicos, pero el sistema hace prescindibles, les roba el nombre, la identidad. ¿Qué le puede importar al sistema los problemas del padre de Lloviendo piedras o la humillación a la que se ve sometido este obrero que, como consecuencia de la ineptitud de la representante de un sistema regido por normas que no tienen en cuenta a quienes rigen, pierde su subsidio por incapacidad laboral? Pero Dan se niega a perder su identidad individual y humana en una época que no le reconoce y en la que no se ubica, pues es un hombre de otros tiempos, de cuando las cosas se hacían cara a cara y sabían su nombre. Se encuentra en una situación absurda que le supera. Nada sabe de informática ni de tener que aguardar una hora y media al teléfono mientras suena una melodía y una voz que repite “por favor espere, su llamada será atendida en seguida”. Tampoco comprende el porqué ha de destacar entre la multitud para lograr un puesto laboral al que se presentan mil candidatos. Su enfermedad le impide ejercer: pero al sistema poco que le importa. Le exige que busque empleo para poder solicitar el subsidio por incapacidad. Absurdo, kafkiano, humillante, trágico, el recorrido de Dan muestra un panorama donde el bienestar ya está más cerca de ser exclusivo de unos pocos, un lujo solo al alcance de quienes se encuentran en la parte alta de la sociedad, que son quienes nunca se verán en una situación como la de Daniel o la Katie (Hayley Squires), la joven madre que no tiene para abonar el recibo de la luz, ni apenas dar comer y vestir a sus dos hijos. Ella también se ve empujada al abismo, en su caso a vivir de su cuerpo si quiere sobrevivir y que los suyos sobrevivan. Lo expuesto por Loach, a partir del guion de Paul Laverty, no pretende lucir en la pantalla, sino develar y denunciar una situación que no por ficticia deja de ser real. La de Dan no es una tragedia única, sino que se repite en la cotidianidad de los países llamados desarrollados; en concreto en ese Reino Unido donde los héroes y heroínas de Loach son marginales no por elección, sino por deshumanización y desentendimiento de gobierno, ya que no hay uno que vele por ellos, sino uno que los digitaliza y no atiende a sus necesidades, solo a las que demanda el propio sistema…
jueves, 12 de septiembre de 2024
Los visitantes ¡No nacieron ayer! (1993)
Montaigne, Zweig y los libros
En el libro de lengua castellana de C. O. U. (1989), Fernando Lázaro Carreter explica que <<el término ensayo fue creado por el escritor francés Montaigne, como título de su famosísima obra Essais (1580); aludía con él a que exponía “experiencias” suyas. Eran, en efecto, noventa y cuatro capítulos en el que el autor manifestaba sus puntos de vista personales ante asuntos variados: la amistad, los libros, la naturaleza física y humana, etc.>> (1) Por entonces, había leído pocos ensayos y ninguno de Montaigne, un autor con quien me encontré mucho después. En sus textos había dejado parte de su pensamiento, parte de sí mismo, pero no se trata tanto de que Montaigne inventase el género, que no lo hizo, como el llevarlo a tal extremo que, en su honor y memoria, su obra dio el nombre a un género literario que todavía hoy continúa muy vivo, porque siempre hay algo o alguien sobre que o quien ensayar. Tiempo después de su muerte, el propio Montaigne se convirtió en ensayo y estudio de otros autores. ¿Qué habría ensayado el escritor francés sobre su experiencia como un sujeto de estudio? Al igual que él, aunque por distintos motivos, no podremos saberlo. De lo que sí tenemos noticia es de la opinión que Stefan Zweig se hizo sobre su vida y obra. Fue leyendo a Zweig que quise encontrarme con Montaigne.
En uno de sus últimos trabajos, el escritor austriaco ensaya sobre Michel de Montaigne y, en un momento puntual, expresa que el ensayista <<cuenta de modo insuperable lo que lee y lo que lee con gusto. Su relación con los libros es, como en todo, una relación de libertad. Tampoco aquí conoce ningún tipo de deber. Quiere leer y aprender, pero solo aquello que le agrada, y justo cuando le produce placer. De joven confiesa haber leído “para hacer alarde”, para hacer gala de conocimientos; después, para ser un poco más sabio; ahora solo lo hace por placer, y nunca para sacar alguna ventaja. Si un libro le resulta pesado, lo cambia por otro. Si algo le resulta demasiado difícil, “no me muerdo las uñas sobre los pasajes difíciles que encuentro en un libro. Atacó una o dos veces, después lo dejo, porque mi inteligencia solo es capaz de un asalto. Cuando no entiendo un punto a la primera lectura, nada me aprovechan los esfuerzos renovados, no hacen más que oscurecer el asunto”. En el instante en que la lectura le produce cansancio, este lector perezoso deja caer el libro: “No tengo necesidad de sudar sobre los libros, y puedo desecharlos cuando me viene bien”. No se instaló en su torre para convertirse en un erudito o en un escoliasta; de los libros reclama que lo estimulen y que lo ilustren solo a través del estímulo. Aborrece todo lo sistemático, todo cuanto pretende imponerle una opinión o un saber ajenos. Todo libro de enseñanza le resulta antipático. “En general elijo libros en los que la ciencia ya está aprovechada, y no los que solo conducen a ella”. Un lector perezoso, un aficionado a la lectura; pero ni en su tiempo ni en tiempo alguno se ha dado jamás un lector ni mejor ni más sagaz. El juicio de Montaigne sobre los libros estamos dispuestos a suscribirlo en el cien por cien de los casos>>. (2) En el ensayo principal de la compilación El legado de Europa, Zweig habla de tres estados de lectura en su ilustre retratado: una primera etapa de presunción, pero también de aprendizaje; una segunda, de sabiduría, y también de aprendizaje; y una tercera, de libertad, y aprendizaje, que se adapta como un guante a la identidad lectora que se ha ido formando en la continua evolución de los tres periodos para dar plenitud y comunión a la relación lector-lectura.
Por su parte, en uno de sus Ensayos, que dedica a los Libros, Montaigne confiesa también que <<Apenas leo los libros nuevos, porque los antiguos me parecen más sólidos y sustanciosos; […] Entre los libros de mero entretenimiento me placen entre los modernos el Decameron, de Boccaccio, el de Rabelais*, y el titulado Besos, de Juan Segundo. Los Amadises y otras obras análogas ni siquiera de niño me deleitaron. ¿Añadiré además, por osado o temerario que parezca, que esta alma adormecida no se deja cosquillear por Ariosto, ni siquiera por el buen Ovidio? La espontaneidad y fecundia de este me encantaron en otro tiempo, pero hoy apenas si me interesan>>. Montaigne explica sus gustos literarios y llega a numerar entre sus poetas preferidos a Virgilio, Lucrecio, Catulo y Horacio, de quien apunta que <<considero las Georgias como la obra más acabada que pueda engendrar la poesía; si se las compara con algunos pasajes de la Eneida, se verá fácilmente que su autor hubiera retocado estos, de haber tenido tiempo para ello. El quinto libro del poema me parece el más perfecto>>. (3) El pensador se extienden es sus explicaciones y comentarios, desvelando una identidad lectora consumada, juiciosa, basada en el conocimiento y la reflexión de sus lecturas —dudo que hubiese alguien tan leído en su época y en muchas otras— y sobre los distintos autores que acepta o rechaza. De todo esto, se puede deducir que Montaigne no era amante de un solo libro, sino un enamorado de los libros, de ahí que fuese alguien que mantenía relación con muchos. A algunos permaneció fiel, a otros olvidó por el camino y en nuevos horizontes lectores buscó aire fresco, pero, fuese con unos o con otros, como asevera Zweig, <<en su tiempo ni en tiempo alguno se ha dado jamás un lector ni mejor ni más sagaz>>, ¿o sí?
*Nombrando al autor (Rabelais), Montaigne refiere la popular novela satírica Gargantúa y Pantagruel.
(1) Fernando Lázaro Carreter: Lengua Española (C. O. U.) —Siendo puntilloso, fiel al origen y respetuoso con el resto de las lenguas habladas en España, “Lengua Castellana” habría sido un título más adecuado para un libro de texto que se centra exclusivamente en la gramática castellana—. Editorial Anaya, Madrid, 1989.
(2) Sefan Zweig: Montaigne. El legado de Europa (traducción Claudio Gancho). Acantilado, Barcelona, 2003.
(3) Michael de Montaigne: Ensayos (traducción Constantino Román y Salamero). Penguin Random House, Barcelona, 2014.