domingo, 29 de septiembre de 2024
La salida de los obreros de la fábrica Lumière (1895)
sábado, 28 de septiembre de 2024
Vidas de nadie
En dos libros de segunda mano que adquirí recientemente, encontré un par de “huellas”, ajenas al contenido de los textos, que despertaron mi curiosidad. En uno de los libros había una dedicatoria escrita del puño y letra del autor, tal vez sería mejor precisar que recopilador y redactor de las memorias de otra persona, pues transcribía los recuerdos de vida que le contaba una mujer; y en el otro, entre sus paginas ya ajadas por las cuatro décadas de distancia que me separan del año de su edición, encontré una invitación (en hoja de imprenta) al acto de entrega del premio periodístico “Purificación de Cora”, convocado por el diario El Progreso, de Lugo, en 1983, con motivo del setenta y cinco aniversario del periódico. El nombre de Purificación de Cora, que fue el fundador de El Progreso allá por el verano de 1908, me sonaba de encuentros anteriores, pero el que aparecía por partida doble, no. Así que sentí curiosidad, tal vez porque en la dedicatoria escrita aparecía, entre otros atributos del destinatario, “estimado compañero, gran escritor”. ¿Quién era? Gracias a la cantidad de información a la que hoy se puede tener acceso instantáneo, pronto lo supe. Pero ahora no voy a hablar de eso ni de él, sino a comentar como aquellas huellas del pasado, que me llegaron por una de esas casualidades de las que están llenas nuestras existencias, me hicieron pensar que los libros no solo encierran parte de vida de sus autores, sino de sus lectores; y si el volumen pasa de mano en mano, las vidas y pensamientos que quedan en él aumentan y se relacionan sin saberlo.
Los que van antes permanecen invisibles a los posteriores, a quienes los pretéritos nunca llegaron a pensar. Pero, aunque la desconozcan, ya hay una realidad futura, presente y anterior que les une: la lectura del mismo libro y el acceso al mismo espacio narrativo que harán diferente, según su interpretación. La afirmación de invisibilidad podría aplicarse también en la historia y en la vida, pues otros dos aspectos que me llamaron la atención, aunque no me resultaban novedosos, puesto que ya me rondaban desde tiempo atrás, fueron el gran tamaño de mi ignorancia y la creciente idea del olvido en el que caemos los vivos cuando muertos —en vida también, pero este es otro tema—. Incluso quienes en su momento hacen algo que los saca del anonimato, de lo corriente y de lo cotidiano, del tránsito de altibajos que de alguna manera nos iguala, caen en el no somos nadie, cuando ya nadie los recuerda. ¿Cuántos humanos se recuerdan? ¿Un 0, 0000001 por ciento de los nacidos? ¿Ignoramos el 99, 999999 restante? Ignoro el porcentaje, pero seguro que se aproxima a la totalidad. Es natural y humano. Es nuestro olvido, del que se salva ese mínimo que se recuerda y quienes, sin haber existido, son leyenda. A veces, los personajes históricos, ilustres o mitológicos puede parecer numerosos, debido a los nombres que se recopilan en las enciclopedias y en los cuentos, los que la historia realza o los que señalan las calles de las ciudades y pueblos… Pero estos con nombre son los menos; y los más son nadie, pues sirvan estas líneas como recuerdo a esos miles y miles de millones de quienes nunca supimos y ya nunca sabremos…
viernes, 27 de septiembre de 2024
Los desafíos (1969)
El productor Elias Querejeta produjo Los desafíos (1969) a tres directores noveles. En realidad, eran tres películas en una, suma que da la unidad dispar que supuso el primer largometraje de José Luis Egea, Claudio Guerín y Víctor Erice. En cierto modo, también supuso un final para el Nuevo Cine Español, el cual no dejaba de ser quijotesco en su intención de luchar contra gigantes como la censura, la distribución, el anquilosamiento en el que parecía hallarse el cine y el propio público, más interesado en otro tipo de films, menos arriesgados y poco exigentes. En teoría y al inicio de la década, pues Viridiana (Luis Buñuel, 1961), El cochecito (Marco Ferreri, 1960), Plácido (Luis García Berlanga, 1961) o El verdugo (Luis García Berlanga, 1963) —las de Berlanga y Ferreri con Rafael Azcona en el guion— apuntaban una calidad inusual no solo para el cine español, el panorama cinematográfico de los años sesenta prometía modernizar el cine, dotándolo de mayor personalidad y riesgo. Pero solo fue un espejismo, una promesa que se cumplió a medias, si se mira desde el hoy, pues, a pesar de las trabas que fueron mermando ilusiones y minimizando las opciones, aquellos jóvenes que, como Francisco Regueiro, Mario Camus, Miguel Picazo, Basilio Martín Patino, Gonzalo Suárez, Pere Portabella o Joaquim Jordá —estos últimos ubicados cinematográficamente en lo que se dio en llamar Escuela de Barcelona; algo que habría que matizar—, debutando a lo largo de la década de 1960 lograron filmar películas que hoy son historia del cine español. En cierto aspecto, Guerín, Egea y Erice fueron los últimos de aquella estirpe. Ya habían realizado cortometrajes previos a este film episodios en los que buscaban formas expresivas novedosas, ilusionados por romper con el cine (comercial) que se hacía en España.
Eran tiempos de aprendizaje; sin ir más lejos, Erice había sido ayudante de dirección de Antxon Eceiza en El próximo otoño (1961) y Egea había trabajado a las órdenes de Carlos Saura, cuyo film Los golfos (1958) puede considerarse pieza seminal del NCE, y de Miguel Picazo en Llanto por un bandido (1964) y en La tía Tula (1964), respectivamente. Cada uno de los tres se encargó del guion de sus episodios, en los que contaron con la colaboración de Rafael Azcona, cuya aportación parece quedar clara en la negrura y en la sensación de encierro que acercan los episodios al cine hecho por el riojano junto a Ferreri en su etapa italiana. Pero los nexos visibles entre los cortometrajes, independientes entre sí, que componen Los desafíos son la presencia estadounidense (en la triple actuación del actor Dean Selmier), la cual apunta una realidad de la España de la década de 1960, la influencia norteamericana, y la de la muerte. En las tres películas, cada una de duración que ronda la media hora, el yanqui es una imagen amenazante, el detonante para introducir el choque cultural y para que estalle la violencia… Pero lo interesante de los tres films no son sus argumentos, tampoco sus temas, sino la intención de Egea, Guerín y Erice de experimentar con planos, imágenes, colores… Esto hace que de Los desafíos sea una declaración de intenciones, aunque, debido a diferentes motivos —Guerín fallecía en 1973 y Egea ha colaborado con otros directores y en publicidad—, solo Erice ha desarrollado y evolucionado, manteniéndose fiel a sí mismo —con lo que esto significa en un negocio como el audiovisual—, un cine independiente y experimental ya perseguido en Los desafíos, desafíos que responden al reto asumido por cada uno de los tres cineastas, también por Querejeta, cuando filmaron esta película que, en su momento, apuntaba ruptura…
jueves, 26 de septiembre de 2024
El libro de Eli (2010)
En la estela de Mad Max 2 (George Miller, 1981) y Mad Max: más allá de la cúpula del trueno (Beyond Thurnderdome, George Miller, 1985), aunque sin la gracia de las secuelas del loco Max interpretado por Mel Gibson, El libro de Eli (The Book of Eli, Albert y Allen Hughes, 2010) no aporta novedad alguna al western postapocaliptico ni a la figura del héroe que, como en tantas otras ocasiones previas y posteriores, se intenta disfrazar de antihéroe. Para lograr el efecto antiheroico, los hermanos Hughes, en un primer momento, describen a su protagonista como un tipo solitario, rápido con las armas, letal para quien se entrometa en su camino y reacio a ayudar al prójimo, porque no es asunto suyo, en un mundo desolado y gris. Este caminante viaja hacia el oeste e, inicialmente, solo se debe a sí mismo. Va a lo suyo, como pueda ir el mutante al que da vida Kevin Costner en Waterworld (Kevin Reynolds, 1995) o mismamente Max, al inicio de las dos películas de Miller. El personaje que interpreta Denzel Washington, Eli, sigue su transitar por un mundo desértico, escaso de agua y de población, la cual se ve obligada al nomadismo —viaja en solitario, en pareja o en grupos reducidos como el que vanamente intenta asaltar al héroe de la función— o se concentra en pequeños núcleos como el pueblo dominado por Carnegie (Gary Oldman), el cacique que toma su apellido del magnate del acero y a quien gusta la lectura y pretende los servicios del desconocido, después de verle en acción, y el libro religioso, ejemplar único, que porta. El villano de turno aduce que las palabras del texto pueden controlar las mentes débiles y él quiere para sí la capacidad de someterlas. Claro que el cacique local y sus colaboradores ignoran lo que, ya desde el primer momento, el público sabe sobre el extraño: que se trata de alguien que no dejará que se lo arrebaten y que, además, tiene “corazón”, como demuestran la misión que se atribuye —llevar las palabras del libro allí donde sirvan para liberar— y su relación con Solara (Mila Kunis), la heroína y su aprendiz, claro…
miércoles, 25 de septiembre de 2024
Rebobine, por favor (2008)
Allá, por la segunda mitad de la década de 1980 y principios de los 90, acudir al video-club era un entretenimiento, más que una diversión, que me ocupaba su tiempo, pues elegir la cinta o cintas que iba a llevarme a casa no era cuestión de un minuto, sino de alguno más. Antes de entrar en el local, tenía decidió cuáles eran los títulos que quería llevarme, pero al recorrer las estanterías, y descubrir que las pretendidas ya habían sido alquiladas, me veía en la situación de tener que escoger entre las que quedaban. No era un problema, ni una decepción, ya que mirar aquellas carátulas me evadía de pensamientos que no fuesen relacionados con las películas que estaban disponibles y las que habían volado momentáneamente a otros hogares. A veces, me sorprendían las inesperadas. Lo que ya me sorprendía menos era encontrarme con las cintas sin rebobinar, a pesar de que en las paredes del local (o detrás del mostrador e incluso en la propia cinta) se pedía educadamente “rebobine, por favor”. Yo era de los que hacían caso a tal petición y también de los que solía “cagarme” en quienes devolvían las vhs sin rebobinar. Me cabreaba que su pereza obligase a la mía a escuchar dos veces el sonido del rebobinado y a esperar varios minutos hasta poder darle al “play” y disfrutar o no de la película alquilada, la cual, a veces, tenía que ver rayada. Esto último precipitaba el desesperado movimiento de mis ojos y de mi cerebro, pero mi cabreo no era una cuestión de rayas, ni de baile neurótico, ni de tiempo perdido, aunque lo fuese, sino por la falta de respeto hacia el siguiente socio; más bien, debido a la dejadez del anterior, a quién imaginariamente preguntaba qué le habría costado rebobinar. Quizá no fuese tan costoso realizar algo tan simple como lo señalado, tal vez se trataba de una muestra de rebeldía de quienes solo podía rebelarse así. Nunca supe los motivos ajenos, pero comprendía el porqué yo rebobinaba. No era una cuestión de cumplir o no la petición del video-club sino de cumplir con el siguiente consumidor, que también sería cumplir conmigo mismo, pues, ni mas ni menos, yo era el siguiente de alguien previo.
El caso es que era socio de varios video-clubes en los que casi nunca estaban las películas que quería alquilar, pues siempre había alguien más adelantado. Así que un buen día, cuando el mercado casero vivía su auge, decidí acumular en propiedad los títulos que más me interesaban; llegando a rondar mi videoteca los tres mil originales, cinta arriba, cinta abajo, de los que hoy no conservo ni el primero. Tal acumulación ocupaba tanto espacio que incluso tuve que guardar algún centenar en los armarios de mi habitación. Algunas cintas se desgastaban casi antes de usarlas, lo mismo sucedía con la ropa. Sus imágenes lluviosas y rayadas, su ausencia de sonido y los crecientes fundidos en negro ajenos al director, eran signo de la decrepitud que nunca tuve la oportunidad de frenar. Si al menos hubiese tenido una cámara y formado parte de un grupo de colegas tan “espabilados” como los héroes de Rebobine, por favor (Be Kind Rewind, 2008), comedia absurda con la que Michel Gondry viaja a un tiempo pasado sin moverse del presente que lo descarta, hubiese sido capaz de solucionar el deterioro de mis cintas grabando en ellas “suecadas”; pero no, entonces no se me ocurrió y, cuando vi la luz, ya era demasiado tarde. Gondry, Jack Black, Mos Def y compañía se me habían adelantado y el vhs ya había dejado su lugar a otros formatos que, en la actualidad, también son historia…
martes, 24 de septiembre de 2024
El empleo (1961)
En Ermmano Olmi se da un humanismo cristiano, católico, aparentemente inusual en el cine de la década de 1960 en adelante, pero que nada tiene ni de extraño ni de imposto en él. Se trata del modo de mirar y de pensar que arraiga en el cineasta desde su niñez y que madura a lo largo de los años para dar su fruto cinematográfico en una obra fílmica que centra su mirada en las personas, en su situación y en su relación con el mundo al que pertenecen. Es, ante todo, un cineasta humanista que observa, que prioriza y recrea las relaciones humanas que el individuo establece con su entorno, con sus semejantes y con su tiempo. De ahí que el cine de Olmi sea un cine de vida, más allá del cristianismo y del realismo que se le atribuye. A menudo, toma Lombardía —Milán (ciudad a la que se trasladó de niño) y alrededores— como escenario, así sucede en el pasado de El árbol de los zuecos (L’albero degli zoccoli, 1978) o en la contemporánea El empleo (Il posto, 1961), dos de sus films más reconocidos: el segundo le situó en el panorama cinematográfico internacional, al ser premiado en Venecia; y el primero le proporcionó la Palma de Oro en Cannes. En ambas recrea cotidianidad y en ninguna de ellas resulta sonriente; al contrario, Olmi no esconde las miserias. Su intención es desvelar, no tapar. En El empleo sigue la cotidianidad de su joven e ingenuo protagonista desde que este se presenta a las pruebas para entrar a trabajar en una gran empresa. Es uno más entre decenas de candidatos que, probablemente, vivan existencias similares, resignados, obligados, ingenuos, esperanzados…
Minucioso, pero sin entrometerse en la narración ni insistir, Olmi despoja su película de efectismos y de adornos y relata la cotidianidad del protagonista en su acceso al mundo laboral y a su primer amor sin necesidad de apelar a los sentimientos ni a las emociones. No quiere adulterar ni pretende condicionar, sino mostrar. Lo primero que expone en la pantalla es el hogar: la situación familiar y económica en la que vive el muchacho. Se comprende la necesidad que le obliga a acudir a la sede de la empresa donde participa en las pruebas de acceso. Allí, en un edificio impersonal, donde los ordenanzas tratan con deferencia a los ingenieros y con indiferencia, e incluso con altivez, al tímido y hasta sumiso protagonista, conoce a una joven que también ha acudido a las pruebas laborales. Apenas es un instante compartido, la hora de comer y el paseo que les lleva de regreso al edificio, pero es tiempo suficiente para que Olmi exponga varias ideas. Por una parte, la ingenuidad y la aceptación del joven. <<Mi padre dice que en estas grandes empresas, los salarios no son gran cosa, pero son empleos seguros para toda la vida>>, le comenta el joven que, sin saberlo, vive en la resignación que también ella siente. Y por otra, la realidad de la chica, que le comenta que, una vez casada, tendrá que dejar el mundo laboral. Su necesidad les acerca, y su juventud les atrae. Comparten ese instante, que a él se le antoja lo mejor de la jornada, en la que intiman a la espera de regresar al edificio y proseguir con la selección.
Ambos consiguen un puesto laboral en la empresa, pero, al día siguiente, a él lo envían fuera de la central, lo que supone que ya no se encuentren, pero el otro interés es el encuentro del joven con la realidad que va descubriendo, una realidad laboral de la que nadie le había hablado y que dista de ser idílica; más bien, descubre que se trata de lo contrario. Lograr el puesto de trabajo es una “obligación” social y un “triunfo” que le asegura un sueldo y la supuesta seguridad laboral para toda la vida de la que habla el padre. Todavía es joven, con sueños que, probablemente, se marchitarán sentado en una oficina que esconde otra realidad: la sensación de “derrota” y de sometimiento que se suaviza con un sueldo que no aparta la miseria; ni del saberse sin libertad para elegir ni para realizarse tanto personal como profesionalmente. ¿Su vida le pertenece o pertenece a la empresa? Condicionado por la premura de un salario fijo que le permita ayudar a cubrir las necesidades básicas de la familia —comida, techo, vestimenta que le proteja de las inclemencias atmosféricas y morales—, el protagonista de El empleo se ha visto obligado a renunciar a sus estudios y acudir a ese ámbito empresarial al que dará las mejores décadas de su vida, a cambio de un mínimo que, al nunca ser suficiente, le hará continuar un día tras otro ejerciendo una labor que no le enriquece como persona, en un ambiente donde es uno más entre tantos prescindibles…
lunes, 23 de septiembre de 2024
Hojas sueltas
Fotograma de The Square (Ruben Östlund, 2016)
Viene a la ocasión un viejo “chiste de Jaimito”, en el que el profesor le pregunta qué es el arte y él le responde que “helarte es morirte de frío”. No le falta razón al niño, ¿quién puede contradecirle? Pensando en el arte, no pocas veces me he quedado helado. Tampoco tengo una respuesta precisa para definir algo que es más que su forma y su idea, algo que se me antoja inabarcable o, al menos, que se escapa a la medida común y que no siempre puede racionalizarse. Nos dicen que lo que se expone en un museo de arte es arte, ¿lo es? Lo dudo, por mucho que el complemento de régimen que determina el tipo de local lo afirme, como dudo que todo aquel o aquella a quien se califique de artista lo sea por el hecho de decirlo; aunque exista quien intente discutir mis dudas al respecto de ambos casos, también dudo que me convenciese de lo contrario. Hace años que esa idea de arte ausente, salvo por el sustantivo empleado, me invade cuando, por ejemplo, entro en alguna sala de exposiciones. Lo mismo valdría para la música, hoy más cercana a las voces y sonidos enlatados; el cine, al que un propagandista o alguien optimista dio en llamar séptimo arte; o cuando acudo a un teatro y descubro que ni los personajes aplaudirían a su autor. En más visitas de las esperadas, no encuentro una obra o un montaje que sacuda mi realidad temporal y me despierte de la apatía hacia la que todo conformismo tiende. ¿Cómo iba a hacerlo aquella sucesión de hojas de libreta de tamaño DIN A-5 que alguien había pegado en la pared de un museo de arte contemporáneo? Eran diez o doce hojas arrancadas, amarillentas, repletas de palabras escritas a bolígrafo en líneas que apenas podían leerse. Quizá la leyenda que las acompañaba indicase que el conjunto de la obra aludía al paso del tiempo, a la resistencia del ayer en el hoy, a la transformación del espacio rayado a voluntad del artista, a la defensa numantina de la escritura manual en un mundo ya digital o a un recorrido introspectivo del autor o autora por su caligrafía; o a cualquier otra cuestión que les diese por indicar a los responsables de la exposición. No lo recuerdo; pero el caso es que allí estaban las hojas sueltas y por su estar allí adquirían (y presumían) un estatus que no se le concede al resto de hojas escritas y arrancadas de las espirales de las libretas.
¿Surrealista? No, contemporáneo. Al instante, mi mirada se cruzó con la de mi acompañante y, en la suya, leí un pensamiento similar al mío. Una sonrisa cómplice y burlona se dibujó en nuestras mentes, pues ambas sospechaban que el arte que se le atribuía no le era intrínseco. Sin mediar palabra, nos dijimos que no era suyo, su supuesta naturaleza artística no nacía de su mano creadora sino del lugar donde se encontraba. Aquel momento me corroboraba lo que ya había sentido e intuido en ocasiones anteriores, una vez más, me dije que en los museos o en otros espacios artísticos no siempre encuentro obras de arte, o aquello que podría considerar como tal. En aquellas hojas sueltas, aunque para la leyenda museística tuviesen cohesión y explicación, no había nada que me transmitiese ni que me desubicase, situándome fuera de mí —sin que por ello tuviera que abandonar mi cuerpo, al que estoy muy apegado y entregado en alma—, dejándome a la deriva en un instante entre la realidad que observo y la idea que me trastoca emocionalmente. No se había establecido la conexión emocional entre objeto observado y sujeto que observa. ¿Dónde está ese algo orgásmico del que tanto hablan los “presumidores” de consumir arte? Acaso ¿se consume? ¿Y ese flechazo que debería llevarme a un lugar sensorial y emotivo donde nunca he estado antes? ¿A esto llamaré arte? ¿Lo es? Ante una obra de arte, consciente de que no todas las que se dicen artísticas lo son, por el hecho de que alguien así lo señale, el espacio que me separa de ella desparece. La obra, que es mucho más que el resultado físico para quien le da forma, un mucho más que a veces ni él o ella podría explicar, se transforma en cada mente que la contempla en sensitiva —sus formas expresivas— y emocional —que depende de cada individualidad—. En esa intimidad sensible y emotiva nace mi idea de arte, imposible sin la conexión entre el creador, el objeto y el sujeto a quien se desvela la belleza generándole un estado emocional chocante, en el que chocan las subjetividades de quien crea (siempre presente en su obra) y la de quien es testigo de la creación. A lo largo de la historia se ha intentado definir qué es el arte, Jaimito dio su fría y racional respuesta, y otros muchos hicieron lo propio, del mismo modo que en el devenir histórico se han sucedido momentos de mayor y de menor esplendor artístico. Esto parece inevitable: a Grecia le sucedió Roma, al medievo (prerrománico, romántico y gótico), el renacimiento, al barroco, el rococó y,… bajones y subidones en continuo oleaje que alcanza el hoy del que sospecho, pues no lo puedo afirmar al carecer de una perspectiva global del ahora en el que vivimos; artísticamente, uno de los momentos bajos, pero esto no quiere decir que no vaya a elevarse el nivel del que gozamos, fruto de la vulgaridad, de la repetición, del carácter comercial y del dudoso gusto, de la idea de que todo puede ser arte, incluso los inodoros, los zurullos y las hojas sueltas…
Fotograma de The Square
sábado, 21 de septiembre de 2024
El columpio (1993)
viernes, 20 de septiembre de 2024
La j de Juan Ramón
jueves, 19 de septiembre de 2024
El viaje de Chihiro (2001)
En su noveno largometraje, el primero que realizaba en el siglo XXI, Hayao Miyazaki dejaba volar no solo la imaginación, sino la emoción y el sentimiento característicos de sus películas. Desde el momento de su estreno, El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no Kamikakushi, 2001) resultó un fenómeno de masas dentro del cine de animación japonés. Poco tardó en convertirse en un éxito fuera del país del sol naciente y, quizá, en el título más popular y emblemático de la filmografía de Miyazaki, cuya obra conjunta (y por separado) destaca por su humanismo y su desbordante fantasía visual, incluso en aquellas piezas que, como la biográfica, sensible y comedida El viento se levanta (Kaze Tachinu, 2013), se suponen más realistas. Lo dicho: la obra cinematográfica de Miyazaki desborda imaginación e inventiva; también corazón, así como movimiento y acercamiento emocional más allá del viaje físico que depare el recorrer distintos paisajes o el acceso a otros mundos. En las películas del director de Porco Rosso (Kurenai no buta, 1992) siempre hay un viaje, a menudo iniciático, que implica no solo el aprendizaje de sus protagonistas, sino también el de quienes les rodean. Es decir, todos sus personajes (con entidad narrativa) parten de un estado inicial, lo cual no deja de ser lógico —sería impensable que solo uno o dos personajes iniciasen su andadura y el resto permaneciese en estado pétreo—, que evoluciona a lo largo de la aventura propuesta por este cineasta y animador que, junto a Isao Takahata, evolucionó el anime y lo elevó a un nivel internacional impensable con anterioridad. Al finalizar cualquiera de sus películas, el cambio es evidente y, acercamiento aparte, depara la liberación de sus héroes y heroínas, también de supuestos villanos. La maduración de los personajes se ha producido durante ese recorrido que, tanto físico como espiritual, siempre es vital y emocional. El título El viaje de Chihiro ya define esta circunstancia viajera. La niña protagonista accede a un mundo diferente donde logra superar las distintas trabas que se le presentan en su intención de recuperar a sus padres. No se rinde, no puede ni está dispuesta a hacerlo, pero también ella necesita ayuda. A medida que avanza su estancia en la casa de los baños, Chihiro, valiente, generosa, rebosante de amor, se aleja del capricho y del egoísmo infantil en el que inicialmente se encuentra para dar rienda suelta a su nueva comprensión y al sentimiento que ya llevaría dentro, pero que ahora, en una situación extraordinaria, desborda en todo su esplendor y le permite comunicarse y establecer la reciprocidad emocional que rompe las barreras. Entonces, se establece un intercambio entre el emisor y el receptor que depara comunión y libera a ambos…
miércoles, 18 de septiembre de 2024
Alberti, qué sé de ti, qué me cuentan de ti
martes, 17 de septiembre de 2024
Ensayo de orquesta (1977)
(1) Ernesto Sabato: El escritor y sus fantasmas. Austral, Barcelona, 2011.
(2) Federico Fellini: Fellini , les cuento de mí. Conversaciones con Costanzo Constantini (traducción de Fernando Macotela). Editorial Sexto Piso, Madrid, 2006.
lunes, 16 de septiembre de 2024
Maruja Mallo y el desorden
Me intereso por la obra de Maruja Mallo cuando una amiga me descubre Antro de fósiles (1930); el cuadro me impacta y, desde ese momento, el nombre de la pintora se graba en mi memoria. Inconsciente del proceso que sigue —supongo que, a medida que su nombre y su obra reaparece ante mí, la curiosidad se hace más fuerte—, siento el deseo de conocer más sobre esta figura inusual ya no solo en la pintura, sino en su época, quizá lo sería en cualquier época. De nombre Ana María Gómez González, Maruja Mallo nace en Viveiro (Lugo) en 1902 sin saber que su futuro le depara convertirse en una de las mujeres más transgresoras de su época, en la pintora más representativa de la generación del 27 y en una de sus figuras señeras, ya no solo por su arte, sino por su carácter independiente, estrafalario y jovial, que no a todos gusta. Su espíritu libre, juerguista, viajero, despunta en sus primeros tiempos en Madrid, adonde se traslada en 1922 para estudiar Pintura en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En la Academia tiene por compañero a Dalí, por entonces un estudiante de pintura incansable. Era tiempo de vanguardias, de surrealismo. ¿Y qué otro estilo mejor que este que preconiza la ruptura con el orden para una mujer del carácter de Maruja? El “desorden”, el poner el mundo patas arriba, le abre las puertas para desarrollar un universo creativo y expresivo de su rebeldía, donde plasmar sus inquietudes e ideas. Su primera exposición individual la realiza en 1928, en la sede de la Revista Occidente, editada por Ortega y Gasset, y en la que sus compañeros poetas de generación, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, José María Cossio y José Bergamín, entre otros, publican versos en homenaje a Góngora, en el tercer centenario de su nacimiento.
Figura singular donde las haya, Maruja Mallo es de las grandes de vanguardia española de la época, autora de una obra pictórica entre las que se cuentan la ya nombrada Antro de fósiles y Canto de las espigas (1939), probablemente, de las suyas, su obra preferida. El estilo surrealista de la pintura de Mallo pasa por dos etapas. En la primera predomina el color y en la segunda las sombras y el desequilibrio se hacen fuertes. Como a la mayoría de los integrantes de la generación del 27, a esta practicante de la igualdad genérica, defensora del amor libre, compañera inseparable de Alberti, hasta que el poeta gaditano conoce a María Teresa León, asidua de <<aquel Madrid!>> evocado por Pablo Neruda en sus memorias, el levantamiento de julio de 1936 la posiciona hacia el lado republicano. Obviamente, una mujer indomable como Maruja, amante de su libertad, no casa con el orden que se rebela contra el Frente Popular, por entonces al mando de una República que, desde su advenimiento, semeja navegar a la deriva, amen de recibir palos de uno y otro lado. La derrota republicana, depara el exilio de miles. El suyo dura un cuarto de siglo. Como tantos, Maruja se exilia en Sudamérica (Uruguay, Argentina, Chile), también en Nueva York. En 1964, regresa a España y ya el olvido parece envolverla hasta que, ya en la democracia, en 1982, recibe la Medalla de Oro de Bellas Artes. En la actualidad, su figura y sus obras recuperan su lugar; y sus cuadros, Canto de las espigas, La verbena (1927), Tierra y excrementos (1932) o Figuras (1937), entre otros de su autoría, pueden contemplarse en el Museo Reina Sofía.
Antro de fósiles
domingo, 15 de septiembre de 2024
Pablo Neruda y Caballo Verde (Anotado)
Caballo Verde, por Pablo Neruda*
<<Con Federico y Alberti, que vivía cerca de mi casa en un ático sobre una arboleda, la arboleda perdida, con el escultor Alberto, (1) panadero de Toledo que por entonces ya era maestro de la escultura abstracta, con Altolaguirre y Bergamín; con el gran poeta Luis Cernuda, con Vicente Aleixandre, poeta de dimensión ilimitada, con el arquitecto Luis Lacasa, con todos ellos en un solo grupo, o en varios, nos veníamos diariamente en casas y cafés.
De la Castellana o de la cervecería de Correos viajábamos hasta mi casa, la casa de las flores, en el barrio de Argüelles. Desde el segundo piso de uno de los grandes autobuses que mi compatriota, el gran Cotapos, (2) llamaba “bombardones”, descendíamos en grupos bulliciosos a comer, beber y cantar. Recuerdo entre los jóvenes compañeros de poesía y alegría a Arturo Serrano Plaja, poeta; a José Caballero, pintor de deslumbrante talento y gracia; a Antonio Aparicio, que llegó de Andalucía directamente a mi casa; y a tantos otros que ya no están o que ya no son, pero cuya fraternidad me falta vivamente como parte de mi cuerpo o substancia de mi alma.
Aquel Madrid! Nos íbamos con Maruja Mallo, la pintora gallega, por los barrios bajos buscando casas donde venden esparto y esteras, buscando las calles de los toneleros, de los cordeleros, de todas las materias secas de España, materias que trenzan y agarrotan su corazón. España es seca y pedregosa, y le pega el sol vertical sacando chispas de la llanura, construyendo castillos de luz con la polvareda (3). Los únicos verdaderos ríos de España son sus poetas; Quevedo con sus aguas verdes y profundas, de espuma negra; Calderón, con sus sílabas que cantan; los cristalinos Argensolas; Góngora, río de rubíes.
Vi a Valle-Inclán una sola vez. Muy delgado, con su interminable barba blanca, me pareció que salía de entre las hojas de sus propios libros, aprendido por ellas, con un color de páginas amarilla.
A Ramón Gómez de la Serna lo conocí en su cripta de Pombo, y luego lo vi en su casa. Nunca puedo olvidar la voz estentórea de Ramón, dirigiendo, desde su sitio en el café, la conversación y la risa, los pensamientos y el humo. Ramón Gómez de la Serna es para mi uno de los más grandes escritores de nuestra lengua, y su genio tiene de la abigarrada grandeza de Quevedo y Picasso. Cualquier página de Ramón Gómez de la Serna escudriña como un hurón en lo físico y en lo metafísico, en la verdad y en el espectro, y lo que sabe y ha escrito sobre España no lo ha dicho nadie sino él. Ha sido el acumulador de un universo secreto. Ha cambiado la sintaxis del idioma con sus propias manos, dejándolo impregnado con sus huellas digitales que nadie puede borrar.
A don Antonio Machado lo vi varias veces sentado en su café con su traje negro de notario, muy callado y discreto, dulce y severo árbol viejo de España. Por cierto que el maldiciente Juan Ramón Jiménez, viejo niño diabólico de la poesía, decía de él, de don Antonio, que este iba siempre lleno de cenizas y que en los bolsillos solo guardaba colillas. (4)
Juan Ramón Jiménez, poeta de gran esplendor, fue el encargado de hacerme conocer la legendaria envidia española. Este poeta que no necesitaba envidiar a nadie puesto que su obra es de gran resplandor que comienza con la oscuridad del siglo, vivía como un falso ermitaño, zahiriendo desde su escondite a cuanto creía que le daba sombra.
Los jóvenes —García Lorca, Alberti, así como Jorge Guillén y Pedro Salinas— eran perseguidos tenazmente por Juan Ramón, un demonio barbudo que cada día lanzaba su saeta contra este o aquel. Contra mí escribía todas las semanas en unos acaracolados comentarios que publicaba domingo a domingo en el diario El Sol. Pero yo opté por vivir y dejarlo vivir. Nunca constaté nada. No respondí —ni respondo— las agresiones literarias. (5)
Stephen Spender y Pablo Neruda sentados a derecha e izquierda de Manuel Altolaguirre durante la inauguración del Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en Valencia, 1937. La fotografía fue tomada por Walter Reuter (1906-2005)
>>El poeta Manuel Altolaguirre, que tenía una imprenta y vocación de imprentero, llegó un día por mi casa y me contó que iba a publicar una hermosa revista de poesía, con la representación de los más alto y lo mejor de España.
—Hay una sola persona que puede dirigirla —me dijo—. Y esa persona eres tú.
Yo había sido un épico inventor de revistas que pronto las dejé o me dejaron. En 1925 fundé una tal Caballo de Bastos. Era el tiempo en que escribíamos sin puntuación y descubríamos Dublín a través de las calles de Joyce. (5) Humberto Díaz Casanueva usaba entonces un suéter con cuello de tortuga, gran audacia para un poeta de la época. Su poesía era bella e inmaculada, como ha seguido siéndolo per sécula. Rosamel del Valle se vestía enteramente de negro, de sombrero a zapatos, como debían vestirse los poetas. A estos dos compañeros próceres los recuerdo como colaboradores activos. Olvido a otros. Pero aquel galope de nuestro caballo sacudió la época.
—Sí, Manolito. Acepto la dirección de la revista.
Manuel Altolaguirre era un impresor glorioso cuyas propias manos enriquecían las cajas con estupendos caracteres bodónicos. (6) Manolito hacía honor a la poesía, con la suya y con sus manos de arcángel trabajador. El tradujo e imprimió con belleza singular el Adonis de Shelley, elegía a la muerte de John Keats. Imprimió también la Fabula del Genil, de Pedro Espinosa. (7) Cuánto fulgor despedían las estrofas áureas y esmaltinas del poeta en aquella majestuosa tipografía que destacaba las palabras como si estuvieran fundiéndose de nuevo en el crisol.
De mi Caballo Verde salieron a la calle cinco números primorosos, de indudable belleza. Me gustaba ver a Manolito, siempre lleno de risa y de sonrisa, levantar los tipos, colocarlos en las cajas y luego accionar con el pie la pequeña prensa tarjetera. A veces se llevaba los ejemplares de la edición en el coche-cuna de su hija Paloma. Los transeúntes lo piropeaban:
—Qué papá tan admirable! Atravesar el endiablado tráfico con esa criatura!
La criatura era la Poesía que iba de viaje con su Caballo Verde. La revista publicó el primer nuevo poema de Miguel Hernández, y, naturalmente, los de Federico, Cernuda, Aleixandre, Guillén (el bueno, el español), (8) Juan Ramón Jiménez, neurótico novecentista, seguía lanzándome dardos dominicales. A Rafael Alberti no le gustó el título:
—Por qué va a ser verde el caballo? Caballo Rojo, debería llamarse. (9)
No le cambie el color. Pero Rafael y yo no nos peleamos por eso. Nunca nos peleamos por nada. Hay bastante sitio en el mundo para caballos y poetas de todos los colores del arco iris.
El sexto número de Caballo Verde se quedó en la calle Viriato sin compaginar ni coser. Estaba dedicado a Julio Herrera y Reissig (10) —segundo Lautréamont de Montevideo— y los textos que en su homenaje escribieron los poetas españoles, se pasmaron ahí con su belleza, sin gestación ni destino. La revista debía aparecer el 19 de julio de 1936, pero aquel día se llenó de pólvora la calle. Un general desconocido, llamado Francisco Franco, se había rebelado contra la República en su guarnición de África.>> (11)
*Pablo Neruda: Confieso que he vivido. Memorias. Editorial Planeta, Barcelona, 1977.
Notas
(1) Pablo Neruda se refiere al escultor toledano Alberto Sánchez Pérez, figura clave de la vanguardia española. Para más información, dejo el siguiente enlace: https://www.museoreinasofia.es/exposiciones/alberto-1895-1962
(2) Acario Cotapos (1889-1969). <<También Acario Cotapos era músico, pero de vanguardia, lleno de sorpresas. El Acario Cotapos que yo tengo en esta memoria pálida que me va quedando es el chilenito extraordinario, inmóvil después de un accidente grave, a quienes sus amigos han regalado el departamento donde hoy todos van a encontrarlo.>> (María Teresa León: Memorias de la melancolía. Sobre este compositor chileno, aquí: https://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-3271.html
(3) Neruda, aparte de su gusto por el tópico, parece desconocer España y reducirla, por lo que deduzco, a la meseta castellana y a parte del suelo andaluz, tal vez a zonas (semi)desérticas del sureste peninsular y de las islas más orientales de Canarias. Una reducción similar sucede al inicio de Tierra de España (Spanish Earth, 1937), el prestigioso documental realizado por Joris Ivens —y narrado por Ernest Hemingway— durante la guerra civil. En todo caso, el conjunto cultural y paisajístico de la península ibérica (la Hispania romana) abarca mayor amplitud que la evocada por el poeta chileno y por el cineasta holandés.
(4) Aparte de poesía, Juan Ramón también escribía crítica literaria y caricaturas sobre personajes de la cultura española. En varios caricaturizó a Antonio Machado, de quien no me cabe duda de su admiración. En un texto recogido en Libros de prosa, I, Crítica 1907-19013 dice Juan Ramón sobre una obra del poeta: <<Hay en medio del libro un florilejio suave que muestra un título de romería: Del camino. Creo que no se ha escrito en mucho tiempo una poesía tan dulce y tan bella como la de estas cortas composiciones, misteriosas y hondamente dichas con el alma.>> Y en un extracto de unos de sus textos recopilados en Españoles de tres mundos expresa lo que sigue: <<Poeta de la muerte, y pensado, sentido, preparado hora tras hora para lo muerto, no he conocido otro que como él haya equilibrado estos niveles iguales de altos y bajos, según y cómo; que haya salvado, viviendo muriendo, la distancia de las dos únicas existencias conocidas, paradójicamente opuestas; tan unidas aunque los otros hombres nos empeñemos en separarlas, oponerlas y pelearlas. Toda nuestra vida suele consistir en temer a la muerte y alejarla de nosotros, o mejor, alejarnos nosotros de ella. Antonio Machado la comprendía en sí, se cedía a ella en gran parte. Acaso él fue, más que un nacido, un resucitado. Lo prueba quizás, entre otras cosas, su madura filosofía juvenil. Y dueño del secreto de la resurrección, resucitaba cada día ante los que lo vimos esta vez, por natural milagro poético, para mirar su otra vida, esta vida nuestra que él se reservaba en parte también.>>
(5) En estos párrafos, Neruda ajusta cuentas por la crítica hacia su obra (la realizada hasta entonces), que no gustaba al de Moguer (Huelva), autor de las caricaturas recogidas en Españoles de tres mundos; en una de las cuales, la dedicada al poeta chileno, expone su opinión sobre la poesía de Neruda. Aparte de imperfecto y de genio indiscutible de la poesía en lengua castellana, Juan Ramón fue un hombre crítico e irónico. Lo era honestamente, también consigo mismo, por devoción y por naturaleza; no pretendía caer simpático ni hacer grupo; menos aún dorar la píldora a nadie. <<Yo no he visto nunca Neruda sino en fotografía, en escultura o en dibujo. Hago su caricatura estando él vivo, contra mí norma, porque lo he oído por teléfono cantar contra mí en coro de necios y beodos, cuando yo no quise firmar su desairado documento de respuesta a Vicente Huidobro. Que luego se cambió por otro que yo hubiera firmado, porque no había motivo para que la Revista Occidente rechazara los consabidos versos de Neruda. (No quise firmarlo porque ni Huidobro ni Neruda ni Lorca tenían razón en lo peor de todo aquello. Por ser honrado con los tres, Neruda me cantaba, con los varios suyos de entonces, coplas soeces por teléfono. Yo le digo sin soecia lo que es para mí como escritor, por ser honrado con él y conmigo.)>> (Juan Ramón Jiménez: Españoles de tres mundos) Otro genio singular e imposible de abarcar como Juan Ramón era Baroja, que tampoco buscaba caer simpático entre los jóvenes artistas del 27 (y alrededores), pero la suya ya es otra personalidad y otra historia. Por supuesto que el chileno no responde las agresiones literarias, solo las trae a colación cuando, supongo, regresan y escuecen mientras él omite su parte y escribe, en 1972, Confieso que he vivido, título que me suena un tanto petulante. Con todo, hay pocas memorias que se acusen, que se sinceren hasta que sangre el alma. Las hay que, tras ligera autocrítica, disimulan su intención de lucir ante sus contemporáneos con uno ojo puesto en la posteridad. Neruda se quiere el héroe de las suyas, pero ¿quién no es el héroe o la heroína de sus memorias?
(5) El irlandés James Joyce ambienta su famosa novela Ulises en el Dublín de los años veinte. Pinchando aquí, el comentario que compartí en el blog: https://vadevagos.blogspot.com/2022/12/joyce-y-beach-la-edicion-de-ulises.html?m=1
(6) Con “caracteres bodónicos”, el poeta se refiere a los tipos de letra (con finos adornos) diseñados por Giambattista Bodoni (1740-1813) a fines del siglo XVIII.
(7) <<el paso por Antequera, donde mientras nos abastecíamos de nafta me recité en silencio octavas de la Fábula del Genil, de Pedro Espinosa, el gran poeta clásico allí nacido>> (Rafael Alberti: La arboleda perdida)
(8) El otro Guillén (se supone que el malo o el feo), sería el poeta y periodista cubano Nicolás Guillén, uno de los autores más reconocidos de las letras cubanas, a quien Altolaguirre publicó su libro Poema en cuatro angustias, después de que el cubano viajase a España en 1937, para participar en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en el que también participó Neruda, entre otros muchos grandes nombres de la literatura.
(9) Neruda sería elegido senador de la República de Chile en 1945, ya siendo miembro del partido comunista chileno; y Alberti estaba afiliado al PCE y era secretario general de la Alianza de Intelectuales Antifascistas durante la guerra civil. Por su filiación y su ideología, Alberti prefería el nombre “Caballo Rojo”.
(10) Julio Herrera y Reissig, poeta uruguayo del romanticismo tardío. Información en https://www.cervantesvirtual.com/portales/julio_herrera_y_reissig/autor_apunte/
(11) En aquel primer momento, la rebelión militar no tenía un líder claro. Su planificador había sido el general Emilio Mola, que se las había arreglado para meter en la misma revuelta a carlistas, monárquicos y falangistas; y la cabeza visible iba a ser Sanjurjo, tal vez fuese una figura de paja, pero falleció en el accidente aéreo que debía transportarle a España desde Lisboa, donde vivía su exilio tras el fallido levantamiento de 1932. En cuanto a Franco, no era ningún desconocido: <<El “Anuario Militar” de 1936 situaba a Franco solo en el puesto número veintitrés en cuanto a antigüedad entre los generales de división, y a cuanto a años de servicio se veía superado por Cabanellas, Queipo y Saliquet, aunque ningún otro tenía la misma experiencia en guerra y el mismo prestigio militar, ni tampoco igual tacto político ni la misma influencia exterior […] No solo el nombre de Franco era el mejor conocido entre los generales rebeldes, sino que se lo asociaba menos directamente con la actividad política, odiosa para la opinión española no extremista>>, dice Stanley G. Payne en su libro sobre el dictador, Franco, el perfil de la historia, que, entrando de cabeza en “la actividad política”, asumió el mando de la rebelión el 1 de octubre de 1936; y ya no lo soltó hasta su muerte en 1975, después de casi cuatro décadas de dictadura.