martes, 17 de septiembre de 2024

Ensayo de orquesta (1977)


En El escritor y sus fantasmas, Ernesto Sabato pregunta <<¿Qué es un creador?>> y su respuesta me hace pensar en Federico Fellini. El escritor argentino responde a su interrogante diciendo que creador <<Es un hombre que en algo “perfectamente” conocido encuentra aspectos desconocidos. Pero, sobre todo, es un exagerado.>> (1) Y ahí, en esa respuesta, sitúo al italiano y me digo: acaso, ¿Fellini no es alguien que encuentra aspectos desconocidos en lo conocido y exagera como pocos lo han hecho en cine? Fellini no solo es un director de películas, es consciente de ser el deformador de su universo personal y por ello es capaz de dar formas cinematográficas a ilusiones, sueños e ideas. Allí, se descubre artista y crea su obra deformando la realidad que filtra a través de su personalidad creativa (y emotiva) y transforma a su imagen, la del caricaturista, el circense, el soñador, el ilusionista… la suma del hombre y del espectáculo. Fellini mira y construye a su gusto, pues parece saber que cualquier intento de realismo no deja de ser un espejismo o un reflejo (a imagen de quien mira) de la realidad observada… y está, a través de su mirada, resulta casi siempre exagerada porque es ahí, en la caricatura, en el exceso, donde todos sus rostros convergen para expresarse al unísono en la fantasía del Fellini personaje por él inventado y vivido. Así, partiendo de la excusa de la grabación documental que un equipo de televisión —que nunca se ve pero al que se dirigen los personajes— pretende realizar de un ensayo de orquesta, Fellini se da rienda suelta a sí mismo y a la música de su inestimable Nino Rota. Su Ensayo de orquesta (Prova d’Orchestra, 1977) desborda en su “traición” a la realidad y en su entrega a la ficción desmedida desde la cual se accede a una realidad subjetiva y, tal vez por ello, más profunda, que surge del genio creador que reduce el espacio-tiempo a su antojo para realizar una metáfora satírica (del propio oficio de cineasta) de una sociedad en crisis; sea romana, italiana, occidental, mundial, en todo caso parece una sociedad urbana, moderna, enfrentada entre sí y con el pasado evocado por el director de orquesta y por el viejo copista en sus instantes de soledad. En esta ocasión, Fellini reduce su radio de observación y deformación al bar en el que descansan los músicos, a la sala donde el director pregunta a la cámara del invisible documentalista qué es la música, mientras se evidencia su aislamiento y la dificultad de equilibrio en un arte que debe conjuntar diferentes instrumentos (y personalidades), y a la sala de espléndida acústica, en una antigua iglesia del siglo XIII donde, tras los ruidos urbanos en la apertura del film, el copista (testigo de otro tiempo) llena el espacio con las partituras en papel que cobrará vida en los sonidos; y a la duración (y descanso) de un ensayo en el que el caos, individualidades disyuntivas, disonantes, reina hasta que cobra orden y armonía musical, aunque, en el caso de Fellini, el orden dominante es la cacofonía y la anarquía.…

(1) Ernesto Sabato: El escritor y sus fantasmas. Austral, Barcelona, 2011.

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