miércoles, 18 de septiembre de 2024

Alberti, qué sé de ti, qué me cuentan de ti


Alberti, ¿qué sé de ti? ¿Qué me cuentan de ti? ¿Lo que recuerdas en La arboleda perdida, la melancolía que María Teresa León evoca en sus memorias? ¿Aquello que ves y te hace dos tontos o cuanto descubro sobre los ángeles, consciente de tantos versos que me quedarán sin leerte? ¿Lo leído en las páginas de quienes te trataron y recordaron? ¿Lo leído en los trabajos de quienes tu arte estudiaron? ¿Las palabras de quienes, sin llegar a verte, de ti me hablaron? ¿O te imagino en tierra caprichosa? Te fantaseo junto a tu amigo Neruda; como tú, poeta, como él, prendado de ti y como vos, enamorado de sí. Vuestra poesía es contemporánea, narcisismo y canto; alegría, nostalgia, llamamiento, tragedia, idea, guerra, comunismo, ironía y también llanto. Vestís de postín, así os veo; antes de sentaros a la mesa donde de tantos os rodeo. Os ideo en una sala recargada y pomposa, de estética dudosa, distorsión de aquella prisión mental que el ángel exterminador sobrevuela desapercibido para los sentidos que al recital se aprestan. A contraluz, sus alas, sobre el duende y el pastor, negra sombra les proyecta. Ningún mal sucede todavía. Allí, nada os falta; allí, los paladares y estómagos reunidos aplauden el festín. Voces y risas en la habitación; los comensales compartís sobremesa. Vuelan las anécdotas, los versos sueltos, las simpatías… el estruendo jubiloso y los diversos acentos. Las verdades se acallan, aunque alguna suene suelta. Recitáis vuestras rimas; aplausos. Os negáis a abandonar la escena y dais rienda suelta a vuestro gusto burgués; qué corra el café, el jerez y el güisqui del marqués. Habláis de que nada detiene el tiempo mientras contempláis el rojizo crepúsculo que precede a la aurora, espejismo de vuestra esperanza. Ilusos protagonistas de un final y un comienzo que os traiciona ahora, cuando el día siguiente se abre a la noche de redobles de tambores que escucháis ya tan cerca y lejanos. Suenan en las calles y en los campos, en los montes y cerros, en las riberas de los ríos, en la costa y en las olas del Estrecho. El viento verde, ¿deja de soplar? Tempestad. Ráfagas en Alborán, en el Puerto de Santa María, en Badajoz, a las puertas del Alcázar y de un cuartel cercano. Cuerpos en las cunetas, a las afueras, en ramblas, rúas y avenidas, en aceras ensangrentadas. Detenciones, confiscaciones y paseos. Gritos de propaganda, en la calle, en discursos, periódicos, radio y aquel cine que, en su época de pañales, te vio nacer. Luchas, derrotas; todos cantáis victoria, pero ¿cuál cabe si ninguna es posible cuando los cuerpos mueren y las esperanzas de unos y otros se marchitan? Te posicionas, dices, de corazón, por ideología y por interés, tal vez las tres te lleven a ese punto donde te encuentras, pero, vayas donde vayas, ese punto es la guerra que a la razón escapa. Caos y terror, ángeles de la muerte sobrevuelan la ciudad y llenan sus sacas. Mas no por ello se ausentan los generosos que, como el anarquista Melchor, abrazan su libertad sin perseguir otros credos. La generosidad salva. ¿Y tú? ¿Qué forma de libertad predicas? ¿Qué tipo de ángel eres? ¿O solo eres poeta y marinero en tierra? Aparte de sospecharte ángel y diablo, de dibujarte tonto como cualquiera, lleno de sueños, tristezas y claroscuros en el alma que da vida a tu genio poético, solo puedo distorsionarte, imaginarte y crear reflejos a partir de otros reflejados en anteriores espejos. Alberti, ¿qué sé de ti? ¿Qué me cuentan de ti?


Alberti, Rafael (La arboleda perdida): <<En aquel momento, de mis contemporáneos españoles mayores solo me eran familiares Antonio Machado (más que Manuel, su hermano) y Juan Ramón Jiménez. De Gabriel Miró conocía únicamente unos breves relatos y El humo dormido, primorosa novela, que por tratar de la educación en un colegio jesuita me atrajo y conmovió mucho, llevándome a recordar mis días escolares en el colegio de San Luis Gonzaga del Puerto. De Azorín había comenzado a leer Clásicos y modernos. Y me gustaba. De Unamuno, Baroja, Valle-Inclán, Pérez de Ayala, D’Ors, Ortega y Gasset… ¡Dios Santo! Yo casi era todavía un pintor y un poeta casi en estado de nebulosa, que se mataba por la poesía, amaneciendo a veces con los ojos sangrantes de no dormir por ella.>>

Asquerino, María (Memorias): <<Seguramente debió ser Alfredo Mañas, que también era muy de izquierdas, el que invitó a Rafael, o quizá fue la empresa del teatro. Yo me quedé con la boca abierta, porque conocer a un señor tan importante, siempre emociona mucho. Recuerdo que me dijo:
—Me gustaría que vinieras a comer a casa.
Yo estaba completamente feliz.
Un día fuimos a cenar a su casa. Alfredo Mañas, Amparo Baró, Guillermo Marín y yo. Estuvo absolutamente cariñoso, encantador y brillante como es él. Nos estuvo recitando sus poemas, porque a él le gusta mucho. Entre otros, un poema que yo tengo en uno de sus libros, sobre Franco, metiéndose con Franco. Esto en el año 1962, nos dejó muy sorprendidos. Para mí fue muy emocionante y maravilloso el estar allí, hablar con él. Me regaló un libro suyo, Marinero en tierra, y me hizo un dibujito.
Pasaron los años, y él, después de Argentina, se fue a vivir a Italia. No le volví a ver hasta que volvió a España, ya con la democracia. Cuando le vi, le recordé, por si él no se acordaba de mí, ya que habían pasado bastantes años:
—¿Te acuerdas, Rafael, aquel día que estuve en tu casa, en Buenos Aires, que estuviste tan cariñoso, y que me gustó tanto conocerte?
Se acordaba perfectamente.>>

Aub, Max (La gallina ciega): <<Reventé cuando al nombrar a Alberti el de más nombre hizo un gesto de claro desprecio como diciendo: ¡Ya salió aquello! Salté. Salté de verdad: me puse de pie, me apoyé en la mesa, mirándoles:
—¿Qué ha leído de él? ¿Marinero en tierra, claro?
No estaba seguro. Cité diez títulos, algún soneto, otras obras recientes.
Nada.
—Antologías.
—¿Qué más?
—¡De la pintura! —fanfarroneaba en su derrota.
—¿Sabe de qué fecha es?
—No.
—Lo que sucede es que usted es un pobre tonto.
Y la máquina seguía grabando.
Lo solté y me arrepentí inmediatamente.
—¡Ese libro sobre Roma! —se defendió desesperadamente.
—¡Qué más quisiera que haber escrito uno solo de sus sonetos…! —le solté. Pero ya no tenía ganas de hablar ni me iba a poner a explicarles que ahí radicaba una de las barreras más duras de salvar entre ellos —ahí presentes— y nosotros. ¿Dónde la posibilidad de comprender, en verso, en prosa, el humor, la ironía, la broma brutal o sutil lo mismo en línea que en color; la diferencia de lo serio de lo que no lo es?>>

Blanco Amor, Eduardo (Entrevistas con E. Blanco Amor): <<Nunha valoración literaria, para mín, Alberti é o máis grande poeta da fala castelá, ao carón de Neruda, e sin que as súas poesías se subordinen ou interfiran, aínda cando traten temas ideolóxicos comúns. O libro Retornos de lo vivo lejano ha quedar como a máis importante testemuña da poesía nostálxica que eu conozo de toda a historia lírica castelá. Galicia non, porque está Rosalía.>>

Buñuel, Luis (Mi último suspiro): <<Rafael Alberti, nacido en Puerto de Santa María, cerca de Cadiz, era una de las grandes figuras de nuestro grupo. Es más joven que yo —tiene dos años menos, si no me equivoco—, y al principio lo tomamos por un pintor. Algunos dibujos suyos, realzados en oro, adornaban las paredes de mi habitación. Un día, tomando unas copas, otro amigo, Dámaso Alonso (actual presidente de la Real Academia de la Lengua Española), me dijo:
—¿Sabes quién es un gran poeta? ¡Alberti!
Al ver mi asombro, me tendió una hoja de papel y leí una poesía, que aún recuerdo como empezaba…>>

Cierva, Ricardo de la (Los años mentidos): <<He prometido antes un nuevo estudio que va a revolucionar la biografía de Rafael Alberti: el antilibro de La arboleda perdida y me temo que va a ser la arboleda arrancada y quemada.>>

Foxá, Agustín de (Madrid de corte a checa): <<Pululaban por aquellos aristocráticos salones muchos escritores. Algunos hablaban en francés con intelectuales enviados por León Blum. En la serre ardorosa de sol, encristalada, los escritores ensayaban el nuevo teatro revolucionario. Le saludaron afectuosos María Zambrano, Neruda y Alberti. Todos iban disfrazados de milicianos con pistolas en la cintura. En los descansos tomaban unas copas de jerez.>>

Gibson, Ian (Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca. 1898-1936): <<El primer amor de Alberti había sido la pintura, pero cuando conoció a Lorca había tomado ya la decisión de consagrar sus energías exclusivamente a la poesía. Federico le rogó que, para celebrar su encuentro, hiciera un “último” cuadro para él, a lo que accedió gustoso. En su autobiografía La arboleda perdida (1959), Alberti, que no era residente pero vivía cerca, evoca sus primeras impresiones del granadino, que le había invitado a cenar y después, en el jardín, acompañado del susurro de los chopos, le había recitado el “Romance sonámbulo”.
En otro momento dijo que el “viento era verde” del poema “nos tocó a todos, dejándonos su eco en los odios”.
Alberti no olvidaría nunca aquellas horas inaugúrales con su “primo”. Hasta cierto punto los dos se convertirían luego en rivales poéticos y, si hemos de creer el fascinante testimonio de Dalí, Federico sentía a veces celos del gaditano, cuatro años más joven y cuyo carisma, aunque diferente del suyo (le faltaba, por ejemplo, el don musical), no dejaba de ser considerable. “Federico era la persona más celosa del mundo, de Alberti sobre todo —declaró el pintor ante la grabadora de Max Aub—. Alguien decía por casualidad: “Hay una cosa de Alberti (o de cualquier otro), un tema precioso…” Se le veía devenir pálido, blanco, y entonces, al cabo de un momento, decía: “Estoy fastidiado, tengo dolor de garganta, me voy a acostar…” Y era una escena de celos, ni más ni menos […] Estaba muy celoso de todo el mundo. Era terrible […] El quería ser único”.
Y Salvador, ¿no quería él también ser único? Claro que sí. Lorca, Buñuel y Dalí, que iban a formar el triángulo amoroso/amistoso quizá más extraordinario del siglo XX, eran, cada uno de ellos a su manera, ambiciosos con mayúsculas y capaces de las más feroces, si bien nunca confesadas, envidias.
Alberti visitaba asiduamente la Residencia y evoca en La arboleda perdida las célebres sesiones de canciones populares que improvisaba el granadino, a veces con concurso incluido…>>

Jiménez, Juan Ramón (Españoles de tres mundos): <<Por ahí anda, por todos los ahíes, tocándose los verdugones de talón celeste. Estraordinario él mismo en su gustoso alarde de tontilocuente contra la exajeración inútil e innecesaria. Cuando se descuelgue su sétimo manto de amanerada elocuencia, tire al abismo su varita de habilidad, se evada netamente de su actual sobrerromanticismo, y en la ramazón de su disgregada labia escesiva aísle otra vez la hermosa ave fresca de su voz una, como tiene además en su último piso esa trampa natural por donde saca, atravesando lámparas de techo con cubo de plata y oro, cosas de fuego diamantino del centro de la tierra, Rafael Alberti le va a decir a lo no mirado una gran cosa del tamaño por lo menos del mar de Cádiz, el más bello mar, para mí, del mundo, el golfo más rico de poesía sudoeste que yo conozco.>>

León, María Teresa (Memoria de la melancolía): <<Ahora, cuando me veo junto a Rafael, me hace gracia pensar que entró en mí por tradición oral, en forma de estribillo, apoyándome en él sin conocerlo, sin saber que había escrito Marinero en tierra, y menos, que era del Puerto de Santa María, y mucho menos, que hace hoy cuarenta y tres años que nuestras huellas por el mundo van paralelas.>> 

Morla Lynch, Carlos (Diarios españoles): <<Nos encontramos en la calle con Santiago Ontañón, Rafael Alberti y María Teresa León que se acercan al coche. La charla con ellos es un poco forzada y el ambiente frío. Alberti tiene tanta hiel…>>

Neruda, Pablo (Confieso que he vivido): <<Este poeta de purísima estirpe enseñó la utilidad pública de la poesía en un momento crítico del mundo. En eso se parece a Maiakovski. Esta utilidad pública de la poesía se basa en la fuerza, en la ternura, en la alegría y en la esencia verdadera. Sin esta calidad la poesía suena pero no canta. Alberti canta siempre.>>

Rojas, Carlos (La guerra civil vista por los exiliados): <<Lorca y Alberti se conocen desde otoño de 1924, cuando alguien, tal vez Salvador Dalí, los presenta en la Residencia de Estudiantes. Aquella tarde recita Lorca a Alberto su ultimo poema, “Romance sonámbulo”, y el estribillo se le hace inolvidable a Alberti: “Verde que te quiero verde / verde viento, verdes ramas”. El mismo año, Alberti dedica un poema a Lorca: “A Federico García Lorca, poeta de Granada.” Juntos participan en el homenaje a Góngora, en Sevilla y en 1927. En los meses que preceden al alzamiento militar, firman juntos el manifiesto de la Unión Mundial de la Paz y otro escrito pidiendo la libertad del dirigente comunista brasileño Luis Carlos Prestes. No obstante, en los últimos años, la estrecha amistad de los dos escritores parece haberse enfriado un tanto. En un poema, escrito mucho tiempo después, alude Alberti a aquellas diferencias: “dime si no has querido significar con eso / que, a pesar de las mismas batallas que reñimos, / sigues unido a mí más que nunca en la muerte / por las veces que acaso / no lo estuvimos —¡ay, perdóname!— en la vida.>>

Semprún, Jorge (La escritura o la vida): <<Conocía ya la poesía de Rafael Alberti: sus poemas políticos de los años treinta, los de la guerra civil. Pero su violencia no me extrañaba, entonces, como tampoco la de Aragon. Todavía vivía yo en el mismo universo de verdades y valores afilados como la espada de los ángeles exterminadores. Por lo demás, en aquella época, en plena madurez de su talento, Rafael Alberti conseguía preservar el rigor formal, la riqueza prosódica de una obra que desde entonces demasiadas veces se ha disgregado plegándose a los imperativos cambiantes de la estrategia política del comunismo.>>

Seoane, Luis (Figuraciones): <<Hoxe vive en Roma, cidade á que adicou algún dos seus máis graciosos poemas: “Roma, peligro para caminantes”. Roma é agora o que foi Buenos Aires, centro da súa vida, descanso dos seus viaxes europeos. Os que fumos estudantes nunha época de Galicia lembrámonos da admiración que sentimos por este poeta andaluz, que se tiña iniciado con tres grandes libros renovadores da poesía peninsular, Marinero en tierra, Cal y canto, Sobre los ángeles…>>

Thomas, Hugh (La guerra civil española): <<El subcomisario Castro Delgado y el comisario Delage salieron secretamente de Madrid para preguntar a la dirección del Partido Comunista si podían ordenar a las divisiones comunistas que marcharan sobre la capital. Descubrieron a “la Pasionaria”, Lister y Modesto en una espléndida casa de campo en las inmediaciones de Elda, convertida en un hotel regentado por el poeta Alberti y su mujer, María Teresa León. También estaban presentes la secretaria de “la Pasionaria”, Irene Falcón, Tagueña (huido de Madrid) y algunos otros. Reinaba la indecisión, en medio de una atmósfera de irrealidad. Se servían opíparas comidas. Los miembros del comité central y los comisarios se paseaban tranquilamente, como si fueran huéspedes invitados a pasar un fin de semana en una casa de campo, que no sabían exactamente en qué ocupar su tiempo. Alberti paseaba tristemente bajo los árboles. Togliatti estaba decidiendo lo que había que hacer.>>

Trapiello, Andrés (Las armas y las letras): <<Rafael Alberti, al que el poeta de Moguer se había encontrado a la salida de la oficina de pasaportes, se ofreció a ponerles una guardia comunista durante el tiempo que todavía permaneciesen los Jiménez en Madrid. Pero de nuevo J.R.J. rehusó. No obstante, lo que J.R.J. pensaba de la poesía del poeta de Cádiz, que no estimaba en mucho (ni siquiera Marinero en tierra, en el que J.R.J., en el ejemplar que se conserva en Puerto Rico, anotó abundantes “lata”, “lata”, “hojalata”), años más tarde todavía le agradecía a aquel el gesto de protegerle.>>

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