lunes, 18 de junio de 2018

Perro blanco (1981)


<<Soy anti-racista y creo que eso está perfectamente claro en Perro blanco>>

Samuel Fuller. Dirigido por... núm. 1976, enero 1990


La postura anti-racista de Samuel Fuller asoma a lo largo de su filmografía. Lo hace en Yuma (The Fly of the Arrow, 1957), en El kimono rojo (The Crimson Kimono, 1959), en Corredor sin retorno (Shock Corridor, 1963) o en el guión de El hombre del clan (The Klasman; Terence Young, 1974), pero fue en Perro blanco (White Dog, 1981) donde cobró mayor fuerza, al convertir su película en un contundente estudio sobre el odio racial. <<No digo en el film cuál puede ser la solución para acabar con el racismo, ya que no es esa la misión del cineasta, pero es evidente que si desde la escuela y en los hogares, los padres y los maestros enseñan a sus hijos y alumnos que el color de la piel no tiene la menor importancia es posible, digo, que en diez, doce generaciones se acabe con el problema>> (ibidem). Para exponer su perspectiva, Fuller concede el protagonismo de esta alegoría cinematográfica a un pastor alemán blanco, cuyo violento comportamiento posibilita la reflexión sobre el racismo y cómo este se perpetúa consecuencia de la educación recibida, la cual se personifica en el adiestramiento al que fue sometido el perro que Julie (Kristy McNichol) recoge después de atropellarlo accidentalmente. Inconsciente del condicionamiento del animal, la chica lo cuida a la espera de que aparezca su dueño. Pero este no da señales y la relación se afianza sin que ella sospeche el violento desequilibrio de su nuevo amigo.


Sin lugar a dudas, dicho desequilibrio refleja el del humano que lo entrenó, a quien Keys (
Paul Winfield) no duda a la hora de señalar como el verdadero monstruo, pues comprende que el aberrante comportamiento canino es la imagen de la irracionalidad de quien lo "educó" en el odio que ha generado el instinto asesino selectivo. Keys es consciente de esto, y de la necesidad de extirpar la lacra que ha transformado al animal en agresor, y en asesino, de cualquiera que tenga la piel negra. Pero también comprende que se trata de un proceso complejo, duro y sin apenas posibilidades de éxito, porque el brutal adiestramiento sufrido de cachorro forma parte de los rasgos que definen al sabueso en el presente. Quizá Perro blanco no sea el film redondo que Fuller habría deseado, pero, sin duda, se trata de un propuesta muy por encima de la mediocridad que dominaba el cine hollywoodiense de la década de 1980. Valiente, explícita y veraz en el desarrollo de sus ideas y de su dura crítica, estas alcanzan su máximo en la relación que se establece entre Keys y el can blanco que fue entrenado por el hombre, en apariencia amable y familiar, que se presenta en casa de Judith para reclamar a su víctima canina.

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