lunes, 2 de abril de 2018

Rutal infernal (1957)


La tensión y la violencia que rodean y golpean al protagonista de Ruta infernal (Hell Drivers, 1957) confieren a la película de Cy Endfield su apariencia de thriller, mientras que el realismo de sus imágenes y su drama social la sitúan dentro de un ámbito laboral que, por similitud temática, recuerda en ciertos momentos a Mercado de ladrones (Thieves' Highway; Jules Dassin, 1949) y en menor medida a El salario del miedo (Le salaire de la peur; Henri-Georges Clouzot, 1953). Pero Ruta infernal no está influenciado por estos títulos míticos, lo está por los aspectos sociales de su época, por el realismo que años atrás se había impuesto en diferentes cinematografías e incluso por las experiencias vividas por su realizador, exiliado en Reino Unido tras su inclusión en las listas del comité de actividades antiestadounidenses. Dichas influencias se unen en Ruta infernal para dar forma a un excelente drama negro que señala y denuncia la explotación laboral sufrida por los camioneros, condicionados por el entorno que, con gran acierto, Endfield expuso adelantando algunas características del free cinema posterior. El verismo con el que el director estadounidense encaró la descripción tanto de los espacios por donde transita la película (la pensión, el bar, las carreteras, la cantera o el recinto empresarial) como de los personajes remite a la realidad laboral de un grupo de trabajadores presionados por su capataz y por el gerente de la empresa.


<<Exigimos velocidad>>, dice el empresario cuando también habla del sueldo por viaje realizado por carreteras estrechas y mal asfaltadas, de posibles tropiezos con la policía y sin preguntas sobre el pasado y la vida personal de sus empleados. El trabajo parece perfecto para alguien como Tom (
Stanley Baker), necesitado de un empleo que le permita rehabilitarse y dejar atrás su pasado delictivo; por tal motivo no le importa que la labor sea peligrosa. Pisa el acelerador, mantiene limpio su camión y realiza el mayor número de viajes posibles porque necesita reiniciar su vida, la cual ha estado marcada por el distanciamiento familiar y la delincuencia que también encuentra en el presente por el cual Ruta infernal transita a alta velocidad. Lo hace por el asfalto donde los conductores compiten inconscientes de que sirven a los fines de quienes se lucran avivando la competitividad dominante en ese entorno cerrado donde el protagonista, como recién llegado, sufre el rechazo desde el primer instante. Salvo Gino (Herbert Lom), marginado por su condición de emigrante, y Lucy (Peggy Cummins), la única mujer en la empresa —por lo tanto, también minoría marginada—, el resto se muestran condicionados por Red (Patrick McGoohan), el capataz y el conductor a batir, un piloto que, tras su aparente conducción temeraria, su locura y su violencia, esconde la corrupción que a él le beneficia y perjudica a sus compañeros.

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