martes, 3 de abril de 2018

Masacre: Ven y mira (1985)



Entre sus cortometrajes en la escuela de cine de Moscú y sus largometrajes profesionales, la filmografía de Elem Klimov apenas alcanza la decena de títulos, un bagaje que se antoja escaso para un cineasta que alcanzó su mayor popularidad con Ven y mira (Idi i smotri, 1985), un film premiado en el festival de Moscú y proyectado en certámenes internacionales como San Sebastián. A pesar del éxito internacional de esta película, por motivos ajenos, Klimov no volvió a completar un proyecto cinematográfico, lo cual supuso una pérdida para el cine, pues, vistos algunos de sus films, nos encontramos con un director cuyo talento narrativo se pone al servicio de su mirada crítica, la cual evolucionó desde la sátira en Bienvenidos o prohibido el paso de extraños (Dobro pozhalovat, ili Postoronnim vkhod vospreshchen, 1964), su primer largo, hasta la trágica pesadilla que se descubre en las imágenes de Ven y mira. Antifascista, antimilitar y en parte fruto de los recuerdos de infancia de Klimov (del terror vivido durante el asedio a Stalingrado, su ciudad natal), la película se desarrolla en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, en una Bielorrusia de pesadilla, donde el horror y la alucinación nos llega a través de la mirada de Florya (Aleksey Kravchenko), a quien descubrimos desenterrando en un paraje desértico y desolado. No tardamos en saber qué busca. Se trata de un fusil que le permitirá unirse a la guerrilla, lo único que parece importar a este adolescente de quince años que desoye los ruegos maternos. Para él, la lucha es la idealización de la heroicidad nacida de la inocencia que no contempla el horror, la locura y la muerte que serán la tónica de su deambular por los distintos lugares donde sus ojos se abren a la realidad del conflicto que encuentra allí donde va y mira. En el barro, en el bosque, en la aldea o en la isla donde se encuentra con centenares de refugiados hambrientos, ven y mira como tu familia desaparece, como violan a las mujeres o como los aldeanos son hacinados en la iglesia de madera y quemados vivos. Todo ello forma parte del viaje sin retorno a la pesadilla bélica propuesta por Klimov, un viaje al  dolor y a la pérdida que desorbitan los ojos de Florya en los primeros planos que nos muestran su rostro, el cual solo se relaja al inicio, con la alegría de haber encontrado el arma, o durante la única escena idílica, que apunta a un imposible despertar al primer amor, una secuencia que se produce en el bosque y tiene como protagonista a Glasha (Olga Mironova). Ese instante de ensoñación desaparece porque en el espacio bélico expuesto solo habitan la desesperanza, el hambre y la violencia de los soldados alemanes que dan rienda suelta al salvajismo del cual los civiles no pueden escapar.

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