Se necesita un cambio para que nada cambie, es una de las frases más certeras escuchadas en la gran pantalla; además, resulta una afirmación compleja y contradictoria, que se confirma a lo largo de las tres horas de El gatopardo (Il Gattopardo, 1963), drama basado en la novela homónima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (inspirada en la figura de su bisabuelo), cuya acción se desarrolla en Sicilia, durante el desembarco de Garibaldi y sus hombres, hecho que supuso el fin del reino de las Dos Sicilias, monarquía autoritaria anclada en las tradiciones del Antiguo Régimen que desaparecería con la unificación de Italia y el nacimiento de la monarquía parlamentaria de Vittorio Emanuele II (primer rey de Italia). Aunque esta nueva Italia no resultó como se habría imaginado el aventurero, ya que sería similar a la anterior, donde las diferencias sociales perdurarían a pesar de la revolución y del cambio en el sistema político. El sustantivo gatopardo hace referencia a la heráltica del viejo príncipe Don Frabrizio Salina (Burt Lancaster), hombre orgulloso de su linaje, confundido por los tiempos que le han tocado vivir, pero consciente de que no encaja en ellos porque el tiempo de hombres como él ha pasado, y su lugar será ocupado por hombres de menor linaje y valía. Con la victoria garibaldina se crea una monarquía constitucional que no difiere demasiado de la borbónica, como se observa en el pueblo donde los votantes se ven condicionados por la presencia del príncipe, hecho que beneficia a Don Colagero (Paolo Stoppa), el padre de Angélica (Claudia Cardinale), la bella mujer que ha conquistado el corazón de Tancredi Falconeri (Alain Delon), el sobrino preferido de Don Fabrizio, joven encantador, vital y ambicioso, aunque sin blanca. Así pues, el príncipe Salina asume la necesidad que tiene Tancredi de contraer un matrimonio que le proporcione la fortuna necesaria para alcanzar sus metas, motivo suficiente para que deje en un segundo plano su orgulloso linaje y negocie con el ambicioso y rústico padre de la novia; con dicho compromiso Salina rompe una antigua tradición, la de los casamientos entre los miembros de la nobleza siciliana (todos daban por sentado que Tancredi se casaría con Concceta (Lucilla Morlacchi), la sumisa hija del príncipe), siendo el matrimonio entre Tancredi y Angélica un paso hacia ese cambio que no sería tal, ya que el deseo de los hombres representados en la figura de don Calogero sería conseguir poder y acceder al prestigio que confiere pertenecer a la nobleza más antigua del país. Luchino Visconti recorre en El gatopardo esa época de cambio desde el pensamiento de un hombre honesto consigo mismo, que se sabe distinto a Colagero, pero igualado por la posición que él ostenta y que el otro ansía para sí. El príncipe también sabe que la nueva situación no traerá cambios, ya que, durante más de dos mil años, éstos no se han producido, y tampoco se producirán debido a la naturaleza de Sicilia, a las costumbres y a la vanidad de sus habitantes, que aceptan como seña de identidad tanto la miseria como la grandeza que se otorgan. Salinas cree en la inamovilidad de dos clases sociales (privilegiados y no privilegiados) que permanecen impasibles ante una realidad imperturbable, anclada en la idea de la tradición siciliana, en la que los cambios no se producen, ya que para los sicilianos éstos no tienen razón de ser, porque provienen de un entorno distinto al suyo. En todo momento se entremezcla esa miseria a la que alude el príncipe, se observa en los exteriores, con la grandeza caduca de los palacios por donde deambulan personajes como el cura de la familia (Romolo Valli), representante de la tradición eclesiástica, o los nobles que se dan cita en el baile final, cuando se produce el acercamiento entre pasado y presente (festejan el anuncio del enlace entre Tancredi y Angélica), un baile de larga duración que cierra el ciclo del orgulloso y desencantado gatopardo, consciente de que ya sólo la muerte podría proporcionarle la paz que no encuentra en un presente al que no pertenece.
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