El protagonismo del film recae en un grupo de jóvenes prostitutas que sobreviven en el Tokio de posguerra. Suzuki se centra en ellas y, desde ellas, retrata, no sin excesos, el entorno marginal por donde se mueven independientes y salvajes, pero con normas que, como la de no entregar su cuerpo sin cobrar a cambio, se autoimponen para llevar a cabo su trabajo en la marginalidad donde se ubica una historia en la que predomina la carne, el sexo, la delincuencia, la provocativa y premeditada exageración a la que tiende el cineasta y la ensoñación y la pesadilla que atrapa a Maya (Yumiko Nogawa). Son hijas de la guerra y del derrotismo de la posguerra, huérfanas que han perdido sus familias, el significado del amor y del cariño desinteresado o del hogar que apenas recuerdan en el presente donde la joven Maya recorre los suburbios hambrienta, desprotegida y solitaria, entre el bullicio y la multitud, hasta que es recogida y acogida por esas prostitutas que se reconocen y personalizan a partir de las fuertes tonalidades que Suzuki y su director artístico, Takeo Kimura, escogen para sus vestidos. Rojo es el de Sen (Satoko Kasai); amarillo, el de Oruku (Tomiko Ishii); violeta, luce O-Mino (Kayo Matsuo) y un ropaje más oscuro y tradicional cubre a O-Machi (Misako Tominaga), mujer entre adolescentes que se han criado salvajes. Ella fue esposa antes de la guerra y es viuda de posguerra. Tanto su ropa como sus características la distinguen, pero, sobre todo, la diferencia más pronunciada reside en su conocimiento del <<secreto de la carne>>, el amor carnal sin dinero de por medio. Pero no cobrar conlleva castigo, y O-Machi recibe uno brutal. Desnuda y atada por sus compañeras, estas la golpean sin piedad en un momento febril que contagia a Maya, que se une a la agresión fuera de sí, como si en ese instante que toma la vara entre sus manos se castigase a sí misma, consciente del creciente deseo de ser una mujer que conoce el amor. Aunque intenta ser como las demás, adaptarse a su nueva "familia", su pertenencia al grupo es circunstancial, pues Maya es una paria en un entorno donde cualquier sentimiento generoso parece haber desaparecido. Es el inframundo de La puerta de la carne, un espacio violento, colorista, sexual, pasional y sensual que se sitúa en la inmediata posguerra, tiempo de desorientación, de pobreza, de orfandad, de mercado negro, de derrota moral y nacional, de ocupación estadounidense, cuya presencia victoriosa ondea en las barras y estrellas de banderas, en los policías militares que imponen su orden o en los uniformes que se pasean en busca de placer, y lo encuentran en esas muchachas de la calle que luchan por su independencia respecto al entorno y por su supervivencia dentro del mismo espacio caótico y violento que obliga a ello. Sin concesiones y con exageraciones conscientes, Suzuki personaliza su mirada en la de Maya, cuya vestimenta verde-azulada quizá no quiera decir nada, salvo llamar la atención del público, o remita a la mezcla del vacío y de la esperanza que le permita llenarlo. Pero, en su historia, nada apunta tal posibilidad. Prevalece el sexo, los chanchullos callejeros, la derrota, la muerte y la desesperanza. Sin embargo, la cotidianidad grupal se ve alterada con la irrupción de Ibuki (Joe Shishido), el ex-combatiente y ladrón que, herido en una pierna, se oculta entre los escombros donde viven las muchachas. Huye de la policía, huye de su pasado bélico, apunta primitivismo y será el detonante del despertar de Maya. Las chicas lo aceptan mientras se recupera, pero Ibuki se impone e impone su físico, el atractivo que desata la pasión e ilusión de esas muchachas que lo convierten en el objeto de deseo que deparará futuras fricciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario