martes, 27 de febrero de 2018

Salvatore Giuliano (1961)


La ausencia del supuesto protagonista de Salvatore Giuliano (1961), solo se muestra su cadáver y el retrato que han colocado en su lápida, puede llamar la atención a quienes desconozcan la intención de Francesco Rosi de reflexionar sobre la posguerra y sobre un espacio (Sicilia) anclado en el pasado, donde las fuerzas políticas, las del orden y las organizaciones delictivas intentan imponer sus intereses. Los verdaderos protagonistas del film, que iba a titularse Sicilia 1936-1960son la época, el espacio, las fuerzas vivas que lo ocupan y la novedosa crónica expositiva de Rosi, que indaga en las sombras de la historia desde los continuos saltos temporales que rompen la linealidad de este título clave en la evolución-modernización de la cinematografía italiana (y mundial) que se produjo en la década de 1960. Como consecuencia, se comprende que el director italiano ni pretendió realizar una película biográfica ni una aproximación romántica al héroe popular, como la filmada veinticinco años después por Michael Cimino en El Siciliano (The Sicilian, 1986). Al responsable de Los mercaderes (I magliare, 1959) no le interesaba este aspecto de la no historia, le interesaba la historia o, mejor dicho, investigar y plantear hipótesis sobre los distintos aspectos que se ocultan tras la misma, de ahí que su tercer largometraje reconstruya el rompecabezas que encuentra su pieza inicial en la muerte de Giuliano.


El (primer) encuentro de la cámara con el fuera de la ley se produce al inicio, cuando el encuadre lo muestra tendido sobre el suelo, rodeado de policías, de periodistas que toman fotos del cadáver y de un juez de instrucción que levanta el acta de defunción. Todo parece indicar que el bandido ha sido abatido por la policía en una refriega, sin embargo, existen puntos oscuros que apuntan hacia otra dirección y esa otra dirección (una de las posibles)
 se adentra en la época, en el espacio y en los hechos puntuales que se desarrollan en Salvatore Giuliano cual reportaje periodístico que deambula entre la ficción recreada, la documentación hallada, la información expuesta y las preguntas que quedan en el aire, preguntas que ni el realizador y ni sus co-guionistas Suso Cecchi D’Amico, presencia constante en los primeros títulos del realizador, Franco Solinas, guionista de otro film-reportaje imprescindible —La batalla de Argel (La battaglia di AlgeriGillo Pontecorvo, 1965)—, y Enzo Provenzale, también habitual en el cine de Rosi, logran contestar. Pero lo importante es plantearlas y, para ello, el personaje de Giuliano es la excusa ideal que permite acercarse al momento histórico que el film analiza en busca de la reflexión sobre la historia oficial y aquella que silenciada. La minuciosidad de la secuencia de apertura anuncia el tono que predominará durante el film, meticuloso, realista, sin adornos, rodado en escenarios naturales y ajeno al sentimentalismo que generaría partir de la leyenda popular de la que Rosi se distancia en todo momento. El rechazo del mito queda más que confirmado en la escena en la que un periodista pregunta a un vecino del pueblo de Giuliano cómo era el fallecido, y aquel le responde que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Este es el mito y no tiene cabida en las piezas que van dando forma a la película de Rosi, cuya voz nos sirve de guía por los distintos pasados a los que el film retrocede o avanza, pasados que nos muestran parte del panorama siciliano durante los primeros años de posguerra, desde la liberación de la isla por los aliados hasta el juicio por la masacre de Portella della Ginestra, donde se produjo la muerte de campesinos y comunistas, cuya autoría se atribuye al bandido, y se juzga en Viterbo tiempo después de la muerte del no protagonista
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario