Ante la ausencia de ideas, que suele conducir a callejones sin salida, dar un paso atrás no siempre implica un retroceso. A veces es conveniente tomarse un respiro y descaminar lo andado para descubrir nuevas vías que permitan a las franquicias cinematográficas continuar ofreciendo más de lo mismo y, en ocasiones, algo diferente. Más de lo mismo y algo diferente podría aplicarse a la saga iniciada por Bryan Singer en X-Men (2000), la cual, tras X-Men: la decisión final (X-Men 3: The Last Stand, Brett Ratner, 2006), necesitaba encontrar nuevos horizontes por donde expandir el universo mutante. El primer intento, X-Men Orígenes: Lobezno (X-Men Origins: Wolverine; Gavin Hood, 2009), no funcionó en la taquilla como habrían previsto sus responsables y deparó un reinicio o un nuevo enfoque, más adolescente y colorista. Esa fue la propuesta de Mathew Vaughn al rejuvenecer a los personajes principales, incluyendo nuevos mutantes, y al mostrar los orígenes de la Patrulla X en X-Men: Primera Generación (X-Men: First Class, 2011). Pero, salvo este viaje al pasado y el tono pop acorde con la época en la que se desarrolla, la quinta entrega no presenta grandes novedades respecto a lo planteado con anterioridad por Singer y Ratner en la trilogía original. El rechazo que sufren los mutantes por sus diferencias, el paternalismo de Charles Xavier (James McAvoy), algunos personajes que solo funcionan como parte del espectáculo o el enfrentamiento ideológico entre el profesor X y Erik Lensherr (Michael Fassbender), dos amigos que defienden a los suyos desde perspectivas que irremediablemente los separa, continúan vigentes en esta primera generación. El inicio de X-Men (Bryan Singer, 2000) sirve de arranque para X-Men: Primera generación, algo lógico si se tiene en cuenta que el film de Vaughn propone un retroceso temporal que expone los orígenes de esa minoría evolucionada que, como en anteriores entregas, ya se encuentra dividida en las dos posturas antagónicas representadas por Charles y Erik, que hereda el pensamiento de Sebastian Shaw (Kevin Bacon). La presentación de ambos amigos los muestra en su niñez, habitando ambientes opuestos que marcarán sus interpretaciones de la realidad que descubrimos en 1962, cuando se produce su primer encuentro como consecuencia de su intención de atrapar a Shaw, quien pretende la hecatombe nuclear que posibilite la supremacía mutante. Sus infancias y sus experiencias diferencian a Erik y a Charles. El primero pertenece a dos minorías, la mutante y la hebrea que sufre el holocausto, mientras que el segundo vive protegido en una soledad dorada que se mitiga tras la irrupción de Raven (Jennifer Lawrence), la niña que se convierte en la adolescente desorientada que, al igual que Hank (Nicholas Hough), oculta sus diferencias ante el posible rechazo que estas generan en quienes no las poseen. Su evolución genética provoca el enfrentamiento entre dos mitades que no se aceptan, dos mitades que obligarán a los jóvenes mutantes a tomar decisiones que inevitablemente llevarían al presente expuesto en la trilogía original, pero también permite introducir un tema recurrente en Vaughn: el aprendizaje, presente en Stardust (2007), Kick-Ass: Listo para machacar (Kick-Ass, 2010) y en Kingsman: Servicio Secreto (Kingsman: The Secret Service, 2014), cuyos jóvenes protagonistas encuentran su lugar a partir de su contacto con un guía adulto, enseñanza-aprendizaje que se invierte en Kingsman: El Círculo de Oro (Kingsman: The Golden Circle, 2017). Desde esta perspectiva educativa, Erik y Charles, opuestos aunque complementarios, se convierten en mentores de adolescentes, pero esta función queda relegada a un plano secundario cuando cobran fuerza las realidades que ambos amigos persiguen desde su encuentro: el uno vengarse de Shaw, porque <<digamos que soy el monstruo de Frankenstein y estoy buscando a mi creador>>, y el otro equilibrar la convivencia entre sus congéneres y los no mutantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario