domingo, 4 de febrero de 2018

Blade Runner 2049 (2017)


Innecesarias, interesadas, oportunistas son algunos adjetivos que me vienen a la mente cuando pienso en posibles secuelas de filmes redondos, al menos desde la perspectiva de las historias ya narradas. Pero de hacerlas, mejor que tengan personalidad propia, que gustará a unos y disgustará a otros, y mantengan con la original una distancia temporal prudencial que posibilite el desarrollo y la maduración de ideas. Este periodo, anterior al rodaje de esta o aquella secuela, puede generar expectativa o indiferencia, también permite conjeturar sobre quiénes formarán parte de una u otra, de qué tratarán (si aparentemente todo quedó dicho) o si los resultados artísticos serán o no satisfactorios. La posterior exhibición comercial transforma las expectativas en admiración o rechazo, más si cabe, si se trata de la secuela de un film mítico, aunque encumbrado entre los más grandes de la ciencia-ficción tiempo después de su tibia acogida por parte de crítica y público. Cualquier reacción es lícita tras su visionado, aunque quienes hemos visto y disfrutado Blade Runner (1982) no podemos negar que, consciente o inconscientemente, visionar Blade Runner 2049 (2017) conlleva la inevitable comparación con la legendaria película de Ridley Scott, cuya mitificación actual podría suponer un obstáculo (casi) insalvable a la hora de valorar con ecuanimidad los logros del film de Denis Villeneuve, que los tiene, y no pocos. Son de agradecer la puesta en escena y la atmósfera creada por el cineasta canadiense, vistas Enemy (2013), Prisioneros (Prisoners, 2013), Sicario (2015) y La llegada (Arrival, 2016) quizá la mejor elección para llevar a buen puerto el proyecto, así como su estética visual y la intención de querer narrar una historia madura que, si bien presenta rellenos innecesarios, respeta lo expuesto treinta y cinco años atrás para distanciarse de lo narrado entonces. También resulta gratificante observar que el resultado final posee personalidad, principio y fin en sí mismo (aunque se entreve la temida posibilidad de que sea el inicio de una franquicia), como ya la tuvo el film de Scott respecto a la novela de Philip K. Dick que la inspiró. Una de las diferencias más evidentes que separan al original de su (supuesta) continuación, la encontramos en los replicantes, incluyendo entre ellos a Deckard (Harrison Ford). En Los Ángeles de 2019, este muestra su cansancio vital, su pesimismo y su falta de apego mientras da caza a los Nexus 8 que, guiados por Roy Batty, buscan respuestas al misterio de la vida (creación, existencia y muerte) siempre conscientes de su humanidad, de su efímero transitar y de su inevitable fin. En esa ciudad lluviosa, oscura y pesimista, Roy y sus compañeros buscan, temen, odian, aman, dudan, se liberan,... como parte de la reivindicación de su naturaleza, tan o más humana que la de quienes los esclavizan, persiguen y retiran. En Blade Runner 2049 existe una nueva generación, pero esta ha perdido su identidad, asumiendo que su único cometido es someterse al orden establecido, para el cual solo son números de serie creados para ejecutar órdenes, sin cuestionarlas, sin opción a elegir cumplirlas o no. Al menos eso es lo que se entiende al observar por primera vez al agente de policía interpretado por Ryan Gosling, un replicante sin nombre, a pesar de que responda a la letra que inicia su número de serie, que se niega los sentimientos que le confieren el alma humana que fluirá a medida que su búsqueda avance. No por capricho, la primera escena enfrenta a esos dos modelos de replicantes, un nexus ocho, cuyas palabras desvelan aceptación del alma que lo define y del misterio que encierra, y K, quien rehuye de sí mismo, quizá porque vislumbra en su interior esa pequeña chispa de vida que trastoca su no identidad, por él asumida e impuesta por otros. Pero K es algo más que una letra o una forma humana fabricada, es alguien que se avergüenza de su supuesta inferioridad, alguien que siente, pero calla, alguien que se refugia en la soledad donde, de puertas adentro, comparte con su compañera virtual la realidad e irrealidad de su vulnerabilidad y de sus sentimientos. Son muchas las circunstancias que la espléndida propuesta de Villeneuve nos va planteando a medida que avanzan los minutos, aunque todas ellas conducen hacia la búsqueda de la identidad que confirme al protagonista que es alguien especial dentro y fuera del orden que su jefa (Robin Wright) le ordena proteger, cuando este se ve amenazado por "el milagro" de un bebé nacido de replicante.


El alumbramiento sirve de escusa narrativa para trastocar el mundo conocido por K, también su condicionamiento, empujándolo hacia un espacio intangible que inicialmente no desea recorrer, aunque inevitablemente tendrá que transitar, pues se trata de su camino vital, el de la toma de decisiones, el del descubrimiento y aceptación del yo, el del sacrificio. Dicho camino, de atmósfera menos opresiva que la de 
Blade Runner, se encuentra salpicado por el silencio, por la ilusión que comparte con Joy, por el rechazo y el sometimiento, por intereses enfrentados o por la decepción que supone comprender que no es quien empezaba a creer ser. Sin embargo, en ese instante de decepción surge la auténtica comprensión de yo real, ese alguien especial que clama por salir al exterior, no por las palabras de su compañera virtual, que expresa en voz alta aquello que él desea oír, ni por la resistencia (que parece insertada con calzador) ni por un "milagro" que apunta hacia él, sino por tomar decisiones, acertadas o erróneas, al margen de lo que se espera de un replicante-esclavo a quien se le niega el alma humana, la cual brilla en su máximo esplendor en la azotea donde el personaje interpretado por Hauer en Blade Runner recuerda sus vivencias, consciente de que <<todos esos momentos se perderán, como lágrimas en la lluvia>>. Pero, a diferencia de aquel ser consciente de su individualidad y de la proximidad de la muerte, K teme vivir los momentos, negándose a sí mismo y prefiriendo que sus sentimientos se encaucen hacia Joy, aunque esta, expresando lo que él quiere escuchar, lo empuja hacia la búsqueda que parte de los recuerdos que él cree falsos e insertados para adaptarse (someterse) al sistema que evalúa sus emociones, le niega tanto el nombre como el libre albedrío e impide <<todos esos momentos>> de vida que, aunque se pierdan en el olvido, dan forma a la humanidad de Roy en el film original.

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