El afán de independencia de Ida Lupino la llevó a dirigir, escribir y producir sus películas, la mayoría de las cuales nos descubren a una realizadora transgresora que aborda temáticas infrecuentes en su época y, lejos de acomodarse, expone de forma directa, cuando no crítica. Esto sucede en su tercer largometraje, Ultraje (Outrage, 1950), en el que nos ofrece el oscuro drama psicológico que afecta a la protagonista tras ser violada. Inicialmente feliz e inocente, Ann Walton (Mala Powers) sufre el ultraje que borra la luz de su rostro y de su cotidianidad. Las primeras imágenes nos descubren a una joven confiada, sonriente, feliz de su relación con Jim (Robert Clarke) y protegida por sus padres, pero todo ello desaparece como consecuencia de ese instante de miedo, violencia y agresión que sucede en la nocturnidad que la cámara de Lupino muestra desde diferentes encuadres, combinando picados, primeros planos y planos medios. El conjunto genera inquietud, la misma inquietud que se observa en la protagonista, quien intenta huir del acosador que la persigue y posteriormente viola (fuera de campo). Con la visión de la cicatriz del agresor y una ventana que se cierra, la secuencia concluye para abrirse a una nueva escena: la joven llegando a su hogar. En ese instante, camina con dificultad, su ropa está destrozada y su alma rota. La felicidad que la caracterizaba ha desaparecido y ni el apoyo de sus padres ni el de Jim, su prometido, le ayudan a olvidar la agresión sufrida. De poco vale que Jim insista en casarse lo antes posible, pues la joven lo rechaza, no porque no quiera, sino porque no puede. Su desequilibrio psíquico se agudiza con las miradas y los murmullos de las vecinas y vecinos, que parecen señalarla como si fuera culpable de algo o como si de un bicho raro se tratara. Al tiempo, la policía le insiste en recordar al violador, de quien nada recuerda, salvo la cicatriz, la cazadora de cuero que vestía y la agresión. Pero aquello que podría ser un policíaco, no faltan ingredientes para ello, da paso a un drama intimista y opresivo en el que la joven no puede soportar saberse el centro de atención o que el criminal todavía ande suelto. Su cotidianidad nunca volverá a ser armoniosa, pues, en su mente todo se ha convertido en insoportable, alcanzando el límite de su aguante durante la identificación de los sospechosos, tras la cual se produce su ruptura con Jim y su decisión de huir, como si escapando pudiese olvidar y, quizá, volver a sentir una vida normal. Tras sufrir el abuso, su mundo ha cambiado y su huida física conlleva una interior, encerrando los hechos que la atormentan. Ann no desea volver la vista atrás, aunque aquel momento y sus consecuencias viajan consigo, de ahí que se oculte de la policía, emplee otro apellido o continúe su avance a pie por la carretera donde, cojeando, sigue el camino hasta que desfallece. En ese instante se produce su encuentro con el reverendo Bruce Ferguson (Tod Andrews) y, a partir del mismo, el tono empleado por Lupino se suaviza, como si dicho encuentro ofreciese a Ann la oportunidad para reencontrarse, aunque, no será sencillo, como muestra su desconfianza inicial y su desorientación. La protagonista de Ultraje ignora a dónde va o si va a alguna parte, solo quiere olvidar, de modo que permanece en el hogar de los Walton e inicia su relación con Bruce, una especie de bálsamo para sus heridas no cicatrizadas y un guía en quien apoyarse. Esta parte del film cambia la negrura inicial por el melodrama que se impone mientras surge el amor entre ambos personajes, aunque, consciente de la imposibilidad de que se materialice, con acierto y sutileza, Lupino lo sugiere en las imágenes, en los rostros y en la cercanía, a la espera de que la tensión rebrote (durante un momento de acoso sufrido por Ann) y se exorcicen los demonios que atormentan a la protagonista.
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