El 20 de septiembre de 1961 fallecía en un accidente de tráfico
Andrzej Munk, uno de los grandes cineastas que formaron parte de la "escuela polaca" que surgió en la segunda mitad de la década de 1950. Como miembro destacado de aquel grupo, entre quienes también se encontraban
Andrzej Wajda,
Jerzy Kawalerowicz o
Jan Rybkowski,
Munk fue fundamental en el auge, desarrollo y renovación de la cinematografía de su país, por aquel entonces dominada por el realismo socialista impuesto por el partido comunista. Pero su enorme talento y la progresión de su cine se vieron interrumpidos para siempre aquel fatídico día de finales de verano, cuando
Munk tenía cuarenta años y trabajaba en el rodaje de
La pasajera (
Pasazerka, 1961), una película que dos años después sería estrenada con el material filmado, con fotos fijas, siguiendo las anotaciones del realizador y con el vacío dejado por este. Aunque las imágenes que conforman el filme que conocemos no pueden reflejar con exactitud lo pretendido por
Munk, sin duda, se trata de una obra de incuestionable valor artístico y humano, no solo por abordar el holocausto, sino por la reflexión que encierran los recuerdos de Liza (
Aleksandra Slaska). Supervisora de la SS en Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial, Liza regresa a Europa años después del final de la guerra y se ve sorprendida por su reencuentro con la realidad que dejó tras de sí. Dicha realidad vuelve a ella en el transatlántico que el narrador compara con <<una isla en el tiempo>>, sin pasado y sin futuro, solo con ese instante presente en el que ella viaja al lado de Walter, su marido. Pero la <<isla en el tiempo>> hace escala en Inglaterra, donde ella cree ver la visión de un fantasma pretérito que le devuelve las imágenes de los hechos de los que fue testigo y partícipe. Mediante las analepsis introducidas por las dos confesiones de Liza, una a Walter y otra a sí misma,
La pasajera juega con la memoria, con el deseo de autojustificación y con la necesidad de tergiversar de la protagonista, que oculta a su marido los hechos que no puede oscurecer en su pensamiento. Las imágenes retraen la historia de Liza y de Marta (
Anna Ciepielewska), la mujer que ha creído ver desembarcar en suelo británico. El recuerdo de aquella la devuelve al pasado que narra a su marido desde una perspectiva más amable de la realidad que, poco después, se contará a sí misma. Liza le dice que <<cuando podía facilitar la vida a esas mujeres, lo hacía sin dudar>>, pero su estancia en el campo de exterminio resulta distinta, más cruda e inhumana, como posteriormente se reconoce, cuando habla de su obsesión hacia Marta, de la necesidad de someterla y de la ambigua relación que mantuvieron. A través de su confesión descubrimos como telón de fondo los barracones, las alambradas, la ropas y los enseres de presos y presas hacinados en montones, cuerpos ahorcados, a un soldado que vierte gas Ziclón B por las chimeneas que conectan con las duchas, a oficiales, burócratas o a vigilantes como la propia Liza, que se muestran en una cotidianidad que no parece afectar sus conciencias. Sin embargo, en el presente, ella se justifica, incluso necesita o llega a creerse la víctima de Marta. Esta es la película que ha llegado hasta nosotros, dejando un amplio espacio para llenar y para llegar a conclusiones, pues
Munk no da respuestas, tampoco juzga a Liza, quizá porque su intención fuera la de hurgar en los hechos y el tiempo, en cómo este altera las perspectivas. Por ello, y por no saber a ciencia cierta lo pretendido por el realizador, tampoco existen conclusiones más allá de interrogantes que me llevan a preguntar si Liza vive consciente de la realidad pasada o debe adulterarla para vivir su presente, en su isla en el tiempo.
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