domingo, 26 de mayo de 2019

Roma, a las 11 (1951)


Arroz amargo (Riso amaro, 1949) es la película más popular de Giuseppe De Santis, también es la que el público actual reconoce como su gran aportación al neorrealismo y, sin embargo, dista de ser su mejor obra neorrealista. Quizá y sin quizá, tal honor recae en Roma, ore 11 (1951), una obra maestra del neorrealismo y del humanismo que reúne múltiples realidades, las de cada una de las mujeres que son el corazón de una película coral que nunca pierde de vista aquello que pretende mostrar. Da igual en quien recaiga la atención, cuando abandona a un personaje para centrarse en otro, en todo momento, De Santis tuvo claro a dónde quería llegar y por donde transitar para lograrlo. Lo hizo por los rostros y las voces de sus protagonistas femeninas, pero también de los familiares, de los periodistas que acuden al lugar del siniestro o al hospital a la caza de la noticia o de los señalados que eluden responsabilidades mientras Luciana (Carla Del Poggio) siente culpabilidad, aunque únicamente es víctima de la precariedad económica y laboral del momento y de su necesidad de liberarse de la miseria en la que vive. Los espacios de Roma, ore 11 -las calles, la escalera, la oficina donde realizan la prueba laboral o el hospital- reúnen distintas vidas, ilusiones, decepciones y dramas, tantas como el número de mujeres que, al inicio, se acercan al inmueble donde, entre esperanzadas y alteradas, aguardan y sufren las consecuencias de su espera. Es un solo puesto de mecanógrafa y ellas son muchas, tantas que la escalera del viejo edificio no aguanta el desorden que se desata después de que, desesperada, Luciana se cuele para hacer la entrevista laboral de la que depende su presente y el de su marido (Massimo Girotti), que lleva seis meses recorriendo las canteras en busca de un trabajo que no encuentra. Los primeros instantes de Roma, ore 11 muestran diferentes páginas de jornales que informan sobre el derrumbe de la escalera de un edificio en Via Savoia, un hecho real que en 1951 supuso decenas de heridas y una victima mortal. Pero a De Santis y a sus guionistas, entre ellos Cesare Zavattini, que ya había colaborado con el realizador en Caza trágica (Caccia tragica, 1946), no les interesó tanto el señalar posibles responsables como el exponer los distintos dramas humanos que se viven antes y después del accidente. Les interesaron las personas, esas casi doscientas mujeres que aguardan, hablan, se preguntan y preguntan, expresen dudas y, sobre todo, intenten encontrar una solución que les posibilite vidas dignas. Son Simona (Lucia Bosé), Caterina (Lea Padovani), Luciana, Angelina (Delia Scala), Adriana (Elena Varzi) o Gianna (Eva Vanicela), mujeres de distinta condición y en diferente situación, pero que ven en ese puesto laboral la oportunidad de su liberación. El paro es en apariencia el problema planteado en Roma, ore 11, pero tras este descubrimos la necesidad de liberarse: de un entorno burgués clasista y opresivo (Simone), de la prostitución (Caterina), de malvivir un padre y cuatro hijos de la mísera pensión paterna (Giorgeta), del desengaño amoroso que obligó a Adriana a dejar su anterior trabajo, de la amenaza de desahucio que Gianna escucha de su madre cuando hablan en el centro sanitario donde les informan que tendrán que pagar por las atenciones médicas, de la servidumbre de la que Angelina pretende huir y que otra de las chicas acepta para no retornar al pueblo que abandonó en busca de una vida mejor. El film de De Santis equilibra las distintas situaciones y el amplio abanico de personajes sin que ni las unas ni los otros pierdan su esencia, ni se desdibujen los diferentes motivos que han llevado a tantas mujeres a las escaleras de la espera y de la imposibilidad que se cierne sobre algunas. Es un día que apunta derrota, ilusiones, necesidades y luchas diarias de existencias humanas que seguirán caminos separados; algunos se abren optimistas -el de Clara (Irene Galter), que ha encontrado el amor en un instante de dolor-, otros pesimistas -la realidad a la que regresa Caterina- y otros ya imposibles como el de Cornelia (Maria Grazia Francia), la víctima mortal que Luciana no puede olvidar -se culpa de la catástrofe- y, como consecuencia, se hunde en la desesperación que la sitúa al borde mismo del suicidio.

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