miércoles, 22 de mayo de 2019

Sin piedad (1948)


Bajo el deslumbrante brillo de algunos de los títulos más representativos del neorrealismo italiano, se descubren otras películas imprescindibles, algunas conocidas, otras a la espera de ser rescatadas del olvido actual, pero todas ellas guardan en común la intención de mostrar la realidad, no como un espacio exclusivamente físico, sino parte de realidades humanas, espirituales, individuales o colectivas que se encuentra en escenarios naturales, urbanos o rurales, donde descubrimos a hombres y mujeres frente a las circunstancias de su presente, de guerra o de paz, un ahora en el que luchan por sobrevivir. Con variantes personales, según el caso y el realizador, la intención neorrealista era similar, aunque no lo fueron los géneros empleados para llevarla a cabo. Paisà (1946) asume el bélico para documentar seis etapas de la Segunda Guerra Mundial a lo largo de Italia y de cómo el conflicto afecta a distintos personajes; Vivir en paz (Vivace in pace, 1947) se desarrolla en un pequeño pueblo de montaña y escoge la comedia para desarrollar su drama humano; Ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette; 1948) deambula por Roma en busca del medio que permita la supervivencia de la familia y de la dignidad de los desamparados representados en padre e hijo; Arroz amargo (Riso amaro, 1949) encuentra su excusa en las trabajadoras de los arrozales de Vercelli para desatar el melodrama donde, más que nada, luce el erotismo de Silvana Mangano; Milagro en Milán (Miracolo a Milano, 1951) desciende a la marginalidad de los suburbios milaneses para, desde lo más bajo, ascender a la fantasía de un mundo donde los oprimidos dejen de serlo, mientras, El bandido (Il bandito, 1946) y Sin piedad (Senza pietà, 1948) se decantan por transitar la senda de la criminalidad donde el dinero fácil asume importancia capital. Estos últimos son, quizá, los títulos más desconocidos entre los nombrados, pero no desmerecen respecto al momento cinematográfico en los que fueron realizados. Además, Sin piedad tiene la particularidad de inaugurar oficialmente la relación profesional de Federico Fellini y Tulio Pinelli, por aquel entonces guionistas bajo contrato en Lux Films -productora donde trabajaban Carlo Ponti y Dino de Laurentiis-, y de ofrecer el primer papel acreditado a Giulietta Masina, sin olvidar que, probablemente, fue el film que plantó la semilla de la asociación de Fellini y Lattuada, la cual germinaría en una pequeña cooperativa cinematográfica -que también contó con la participación de Massina y Carla Del Poggio- cuyo fruto Luces de variedades (1950) significó el debut en la dirección del responsable de La strada (1954). Más que nada, esto lo escribo como anécdota, lo que me interesa señalar es la figura que rompe barreras raciales y conecta Paisà, Vivir en paz y Sin piedad. Se trata del soldado afroestadounidense, que asume importancia ascendente con el paso de cada una de estas películas. En la de Roberto Rossellini adquiere protagonismo en el segundo episodio, en el que comparte amistad con un niño napolitano, en la de Luigi Zampa se erige en el "culpable" de la alegría fraternal que aviva el jolgorio en un pueblo temeroso ante la amenaza del invasor y en la de Lattuada es el co-protagonista de un amor interracial, imposible en un mundo caótico de posguerra, de ambición, de inmoralidad y criminalidad. De modo que no se trata de una imposibilidad nacida de distintas tonalidades cutáneas, sino del propio espacio humano, deshumanizado en todo caso, donde la inocencia de la pareja apenas sobrevive en una huida simbólica que conduce al abismo donde las manos de Angela (Carla del Poggio) y Jerry (John Kitzmiller) se acarician para corroborar un amor que la vida misma les impide. Sin piedad transita por los bajos fondos y por los muelles de Livorno durante la posguerra, un lugar y un tiempo perfecto para el mercado negro y para desarrollar esta propuesta que transita entre el melodrama, el cine negro y el realismo poético con el que Lattuada detalla la humanidad reducida a la ambición de dinero fácil, simplificación que margina y condena sin piedad a sus dos protagonistas. Sin piedad nos descubre las playas donde se desembarca la mercancía ilegal o donde, por un millón de liras, Marcella (Giulietta Masina) acaricia el sueño americano, imposible para los protagonistas, así como los locales de alterne, el centro de detención del cual Jerry logra escapar, el crimen organizado o la constante presencia de soldados estadounidenses; pero el film de Lattuada se centra en la pareja, que sufre la degradación y el despojo de la esperanza que se descubre dibujada en la inocencia de Angela cuando, al inicio del film, viaja de polizonte en el tren que, en apariencia símbolo del viaje al renacer, la conduce al infierno portuario donde pretende reunirse con su hermano e iniciar una vida que cumpla la promesa de tiempos mejores que los dejados atrás. Pero estos nuevos tiempos se oscurecen desde el primer instante, cuando observa una persecución en la distancia, que se aproxima más y más, hasta que alcanza el vagón donde ella viaja y es testigo de los disparos que abaten a Jerry; es su primer encuentro y, durante el mismo, sin ser conscientes, unen sus destinos para compartir su fatalidad.

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