viernes, 31 de mayo de 2019

Mirando hacia atrás con ira (1959)



Mirar hacia el pasado, y ver que en el presente no se han cumplido las promesas de mejora, cabrea a Jimmy (Richard Burton), que vive en un estado de ansiedad y violencia interna que se agudiza en compañía de Allison (Mary Ure), su mujer, de quien desprecia su origen clasista y su aparente aceptación del ayer en el hoy. Como el resto de los protagonistas del free cinema, Jimmy es un joven de clase obrera que se descubre disconforme con su momento, rechazando el orden establecido, el inamovible que se perpetúa en la sociedad a la que no desea pertenecer. Por ello vive odiando, se odia a sí mismo y al mundo del cual se evade tocando con su trompeta música jazz y oponiéndose con sus gritos y palabras a cualquier vestigio del conservadurismo anterior y posterior a la guerra, cuyo fin no trajo los cambios sociales que esperaba, al menos ningún cambio significativo. Odia la pequeña y lúgubre buhardilla que comparte con Allison y también con su amigo Cliff (Gary Raymond), y más adelante con Helena (Claire Bloom). Odia el ninguneo de sus estudios universitarios en un entorno deprimente donde se gana la vida vendiendo caramelos en el mercado, en un puesto que pudo lograr gracias al apoyo económico de la señora Tanner (Edith Evans), la única persona con quien su ira se suaviza hasta ser sustituida por amor filial. Nada, salvo el jazz y sus juegos escapistas con Allison, parece satisfacer sus necesidades, ni calmar su agonía existencial, ni su rechazo a cualquier representante del orden y se posiciona frente al racismo u otras injusticias e insolidaridades que abundan en el ambiente. Es su forma de protestar contra las diferencias de clase, contra las miserias y las cadenas sociales que mantiene a los desfavorecidos esclavizados en la parte baja de mundo, pero también es su necesidad de exteriorizar su victimismo y su modo de descargar en otros la decepción y la impotencia que lo ahogan. Es la esterilidad de su lucha, es su forma de herirse y herir a la mujer que abandonó el acomodo socio-económico y familiar para casarse con él, y que ahora aguanta sus cambios de humor y calla su embarazo, porque la comunicación entre ambos apenas existe en ese instante que conduce a la ira sobre la que se sustenta la crítica del primer largometraje realizado por Tony Richardson, quizá, entre los cineastas del grupo, el de mayor talento cinematográfico. Basada en la obra homónima escrita por John Osborne y llevada a escena en 1956 por el propio Richardson, Mirando hacia atrás con ira (Look Back in Anger, 1959) es un título clave del free cinema, junto a Un lugar en la cumbre (Room at the Top; Jack Clayton, 1958) y Sábado noche, domingo mañana (Saturday Night, Sundey Monring; Karel Reisz, 1960), uno de los tres largometrajes que, 
más allá de ensayos teóricos, de la intención de ruptura apuntada en diferentes artículos y de los cortometrajes que, entre 1953 y 1959, fueron proyectados durante las jornadas de The free cinema Programmes, confirmaban las pretensiones renovadoras de Lindsay Anderson, Gavin Lambert y Karel Reisz para con el cine británico. ¿Tan mal estaba el cine inglés para que un grupo de jóvenes intelectuales pretendiesen dicha ruptura? Si nos ceñimos a los títulos previos y contemporáneos al movimiento, aquellos que han sobrevivido al paso del tiempo, la respuesta es que gozaba de excelente salud. Otra cuestión sería mirar el conjunto y descubrir todas esas películas que, como en cualquier otra cinematografía, se producían en cadena y primaban lo comercial, la repetición, la ausencia de ideas y el escapismo. Más que revolucionar el cine británico, rompiendo totalmente con el pasado, el free cinema lo evolucionó hacia otros derroteros, lo llevó a la modernidad que también florecía en otras cinematografías mundiales. En la actualidad es posible una mirada retrospectiva más pausada y objetiva, imposible por aquellos años debido a su inmediatez temporal. Si bien la prensa inglesa de la época habló de renovación, quizá hoy sea más adecuado hablar de un paso adelante, no de una revolución o ruptura total con la época previa, en la que hubo muestras de interés social en el documentalismo, en el teatro y en la narrativa (ambas fueron fuentes de inspiración para los realizadores) y también en distintos (melo)dramas cinematográficos. Por tanto, no fue un movimiento caprichoso ni destructivo; era constructivo, que se sostenía sobre bases teóricas e ideológicas (sobre todo las expuestas por Anderson), más o menos acertadas, y que supo mirar el presente y conectar a sus rebeldes protagonistas con el público juvenil de la época. Por otra parte, vistas hoy, algunas películas que se inscriben en el free cinema han perdido parte de su fuerza discursiva, pérdida que, por otro lado, refuerza el brillo de las producciones de Alexander Mackendrick, Charles Crichton o Robert Harmer para la Ealing, las de Terence Fisher para Hammer Films o las de Carol Reed, David Lean y el dúo Michael Powell y Emeric Pressburger. Esto se debe en buena medida a la temporalidad, quiero decir, a que películas como Mirando hacia atrás con ira viven en su presente, discuten con su ahora, lo rechazan porque encuentran aspectos mejorables que no se mejoran y los señalan, pero son aspectos que, en algunos casos, han dejado su lugar a otros distintos -o a los mismos, aunque con las peculiaridades de nuestros días-, mientras que, por ejemplo, las grandes comedias de la Ealing superan el examen del tiempo porque no hablan de esta o aquella época concreta, ni de los condicionantes que marcan un instante que pide a gritos mejoras sociales que semejan no llegar, e ironizan desde el ingenio, no desde el genio, sobre la identidad británica, sobre aspectos humanos que se prolongan más allá del momento de su gestación.

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