miércoles, 8 de mayo de 2019

¡Queremos los coroneles! (1973)



Enfrentándose a su tiempo, el Voltaire narrador y cuentista asumía la ironía y la irreverencia para exteriorizar impresiones y su disconformidad con fanatismos religiosos, totalitarismos políticos o cualquier sinsentido del siglo de las luces, su siglo. Por eso me gusta su Cándido, el optimista, porque mantiene su lucidez y su modernidad intactas gracias al tono paródico que lo hace cercano a cualquier época, un tono que también descubro en Chaplin, que hizo de la farsa el medio ideal para expresar su disconformidad con aspectos político-sociales del momento que le tocó vivir, fuese la irracionalidad de la guerra en Armas al hombro (Shoulder Arms, 1918), las miserias que nos llegan a través de su vagabundo o los totalitarismos en El gran dictador (The Grat Dictator, 1940). Igual simpatía siento por las sátiras cinematográficas de Luis García Berlanga o de Mario Monicelli, cineastas que eligieron la comedia y la burla para ofrecernos circunstancias sociales de sus respectivos países. No escondo mi debilidad por su cine, y la que siento por el de Monicelli parte de las tramas que realizó junto a Steno —Guardias y ladrones (Guardie e ladri, 1951) o Vida de perros (Vita da cani, 1950)— y transita sin orden cronológico por los ignorados anónimos de Rufufú (I soliti ignoti, 1958), los soldados que no desean serlo en La Gran Guerra (La Grande Guerra, 1959), la cruda crónica obrera de Los camaradas (I compagni, 1963) o por el muy humano, patético y cobarde antagonista de Un héroe de nuestro tiempo (Un eroe deo nostri tempi, 1955). El toscano, como el londinense o el valenciano, fue un creador lúcido que se decantó por el entretenimiento para evidenciar la realidad desde lo grotesco o señalar lo grotesco de la realidad. A pesar de las distancias geográficas —y temporales en el caso del dramaturgo, filósofo y poeta ilustrado—, la sátira nos confirma que no solo pretende la risa, sino que en manos de creadores ingeniosos y comprometidos desvela circunstancias, individuos y contextos históricos y sociales, sociedades y momentos en los que los protagonistas de BerlangaMonicelli apenas son peleles frente a las fuerzas externas que los de Chaplin rechazan de plano, ya que eligen vivir en constante vagabundeo. Los tres expusieron lo trágico desde lo cómico y, de ese modo, el drama se transformó en la comedia que vemos en la pantalla. Acaso ¿no es un drama perder la libertad a manos de golpistas como los de Queremos los coroneles, el no poder escapar al negro destino de La Gran Guerra o vivir en la miseria que ahoga a los granujas de medio pelo de Rufufú? Monicelli no fue neorrealista, fue un satírico de la realidad, de su exageración cómica para desvelarla, y nunca evadirla. En su extensa filmografía no hace sino confirmarlo una y otra vez, en personajes que asumen la caricatura para hacer lo propio con su entorno, entiéndase este como la sociedad italiana de su tiempo, incluso proyectándola en el pasado medieval de 
La armada Brancaleone (L'armata Brancaleone, 1966). Los protagonistas de Monicelli habitan espacios de pícaros y perdedores, que a menudo vendrían a ser lo mismo, en su mayoría, son exageraciones humanas que caminan en solitario o se agrupan para alcanzar metas que nunca podrán lograr. Lo dicho también sirve para definir a los golpistas de Queremos los coroneles (Vogliamo i colonnelli, 1973), grotescos titiriteros en una farsa igual de desmesurada en la que pretenden hacerse con el poder, y hacer de él su lugar de acomodo.


La exageración aumenta la aberración que implica el plan que el honorable Giuseppe "Beppe" Tritoni (
Ugo Tognazi) pretende llevar a cabo: un golpe de estado que devuelva el fascismo a Italia. A pesar de que al inicio se anuncie como la crónica de un golpe de estado, la película descarta desde ese mismo instante la seriedad expositiva que sí observamos en Costa-Gavras y películas como Z (1970), título clave en el cine de denuncia política. Sin embargo, más allá de la temática y del guiño de Queremos los coroneles al film de Gavras, Monicelli se distancia de la realidad, se decanta por la risa y acepta sin disimulo la burla como vía que le permite evidenciar (y denunciar) el carácter, el peligro y la ideología de los subversivos que pretenden destruir la democracia italiana. En esa Italia de la década de 1970, las fuerzas políticas chocan de continuo en la cámara de los diputados donde no existe diálogo, tampoco una intención que pueda conducir a él, solo existen intereses partidistas, personales o ideas reaccionarias como las que convence al representante de la extrema derecha, "Beppe" Tritoni, a buscar el apoyo de los militares y de otras fuerzas que posibiliten su ansiado acceso al poder. Como nos advierte el subtítulo, estamos ante un crónica cinematográfica y, como tal, nos presenta a los personajes y los hechos a través de la voz de un cronista que asume el humorismo que irá en aumento a medida que nos adentra en la delirante exposición de este fallido intento de golpe de estado, inspirado en un intento real, acontecido en 1970, y del cual fue acusado Junio Valero Borghese, antiguo oficial fascista, colaborador nazi durante la Segunda Guerra Mundial y fundador del partido Frente Nazionale. Ahí reside el acierto del cineasta italiano, en el uso de comedia grotesca, que no conviene menospreciar a la hora de realizar denuncias cinematográficas, menos aún si se posee la capacidad crítica y la lucidez del cineasta italiano, de Chaplin o de Berlanga, tres cineastas con puntos comunes al exagerar los espacios y las realidades que satirizan en sus películas.

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