Entre 1949 y 1953, Mario Monicelli y Steno (Stefano Vanzina) codirigieron nueve películas, entre las cuales se encuentra esta comedia sobre cómicos y la precariedad en la que se mueven. Su tono es realista porque mira la miseria de cara, una similar a la expuesta en la pantalla por el irrepetible y heterogéneo grupo de directores y guionistas que dieron forma y sentido al neorrealismo. Aunque no fueron protagonistas, Monicelli y Steno formaron parte de ese momento que miraba los distintos problemas sociales —una novedad respecto al periodo anterior—, concienciando de los hechos que asolaban a buena parte de la población. Sin embargo, Vida de Perros (Vita da cani, 1950) solo toma aquellas características neorrealistas que precisa para ofrecer la realidad que rodea a una compañía de actores desde el humor, no exento de drama y tragedia, que sería un antecedente claro de la posterior comedia a la italiana. Monicelli tenía claro que la cualidad de comedia era su tonalidad y que <<la comicidad debía partir de un argumento serio, no de un divertimento. Para él, la comedia a la italiana, al menos las suya con o sin Steno, <<debía contener elementos amargos, cuando no dramáticos, trágicos, ya que en muchas de estas películas los personajes se enfrentan con la muerte. Pero siempre se mantenía el tono irónico>>.
En su tercera colaboración en la dirección, Monicelli y Steno se centran en los apuros de un grupo de actores y actrices, liderado por Nino Martoni (Aldo Fabrizzi), que debe superar el día a día para continuar exhibiendo su mal pagado arte, algo que se muestra en los constantes enredos en los que se ve envuelto, ya que sin dinero debe conseguir alojamiento, alimentos y transporte para su compañía. Este empresario, humorista y padre de una familia de actores, se desvive por los suyos mostrando una picaresca que les permite mal vivir recorriendo los pueblos de Italia. A esta compañía de variedades llega Franca (Tamara Lees) con la intención de lograr su objetivo, que no sería triunfar en el mundo del espectáculo, sino conseguir que algún millonario se fije en su hermosura y le ofrezca la oportunidad de abandonar la miseria en la que ha vivido y en la que ha dejado a Carlo (Marcello Mastroianni), el amor de su vida, con cara de idiota. Para Franca el amor debe ser sacrificado por la comodidad y la opulencia, elección que choca con la prioridad de Vera (Delia Scala), su nueva compañera y amiga, quien se ha decantado por escoger al amor como motor de su existencia. Vera y Mario se aman, aunque no resulta una relación sencilla, pues el padre del muchacho considera a las bailarinas mujeres de vida alegre, carentes de la moral necesaria para el matrimonio, postura que muestra la doble moralidad de un individuo quien, sin saber que se trata de la novia de su hijo, intenta propasarse con ella.
A lo largo de su metraje, Vida de perros detalla las desventuras y carencias a las que se enfrentan los cómicos ambulantes, pero también enfrenta las posturas elegidas por Vera y Franca, a las que se une una tercera opción romántica tras la aparición de Margherita (Gina Lollobrigida), la joven fugitiva (de su hogar) que se cuela en el vagón donde viaja la compañía y a quien Martoni protege, ofrece un hogar y convertirá en Rita Buton. Mientras el grupo se traslada a Milán surgen estas cuestiones, al tiempo que Martoni se las ingenia para no pagar en un hotel, para sobrevivir a los abucheos de los espectadores descontentos o para encontrar a la nueva estrella que levante el maltrecho espectáculo, algo que ya ha hecho en infinidad de ocasiones, pero siempre con el mismo final: el abandono de la vedette. Sin embargo en Rita encuentra a alguien diferente, una mujer sencilla, inteligente y simpática que le quiere por lo que es y por lo que hace por ella o por los demás miembros de la compañía, por ese motivo la nueva estrella de variedades no quiere abandonarle, a pesar de la sustanciosa oferta que ha recibido después de que Martoni le ofreciese la oportunidad para cantar y bailar. Para Nino Martoni esto es un verdadero problema porque se ha enamorado, pero también es consciente de que si confiesa su amor la condenaría a una vida de perros, y esa es una verdad que no puede permitir.
Tanto por su tono como por su forma que dieron a su película, Monicelli y Steno lograron un acercamiento excepcional a este mundo en el que nada reluce, salvo el humor con el que el jefe de la compañía se defiende y sobrevive, pues sabe que es la única manera de continuar adelante, todo lo contrario a Franca, quien ni ríe ni disfruta, porque ha dejado atrás lo único que le importaba. Por un instante parece arrepentirse, por eso se presenta en la antigua residencia de de Carlo, en un último intento para que sus sentimientos venzan a su ambición, un gesto que resulta inútil, porque no soporta la idea de vivir en la miseria de la que escaparía definitivamente si aceptase la propuesta de matrimonio realizada por un hombre que cumple todos los requisitos que busca, excepto uno: el amor. Vida de perros es una magnífica muestra de una realidad enfocada desde el humor, como también lo es Guardias y ladrones (Guardie e ladri), otro gran film realizado entre ambos directores, pero que no puede evitar ser lo que es, una comedia agridulce, porque así sería la vida de ese grupo de cómicos encabezados por un hombre que no se rinde, a pesar de saber que todo continuará igual para él y para los suyos.
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