miércoles, 14 de diciembre de 2011

Vidas secas (1963)



La década de 1960 fue un decenio de cambios en el cine, algunos de ellos tan revolucionarios como los nuevos cines latinoamericanos o el nacimiento de diferentes cinematografías africanas. Común a todas ellas sería su intención de ruptura y de crear un cine propio, comprometido con su identidad y su realidad. Pero antes de producirse esta eclosión de nuevos cines hubo primeros intentos o, lo que vendría a ser similar, hubo precursores tal cual Nelson Pereira dos Santos en Brasil, cuyas Río 40 graus (1955) y Río Zona Norte (1957) son consideradas obras que señalan el camino al Cinema Novo al que el cineasta aportó uno de sus títulos clave: Vidas secas (1963), película en la que adaptaba a Graciliano Ramos. Aquellos dos primeros largometrajes introducían características del neorrealismo italiano, un realismo que Fernando Birri llevó a Argentina en Los inundados (1957) o los cineastas cubanos a las primeras producciones del ICAIC. En Vidas secas, Pereira dos Santos evoluciona su cine más allá de cualquier el género y de influencias, algo que ese mismo año también hicieron Ruy Guerra en Os fuzis (1963) y Glauber Rocha en Deus e o diablo na terra do sol (1963), otros films abanderados de un movimiento heterogéneo que transformó la cinematografía brasileña dotándola de un carácter autóctono, rebelde y de denuncia social.


Ubicada en el Nordeste del Brasil, Vidas secas se vale de la familia protagonista para mostrar el subdesarrollo, la marginalidad, la precariedad que aquejan a un amplio sector de la población, condenado a sufrir la injusticia social y laboral, la ausencia de formación educativa y una pobreza económica que se antoja extrema. Apenas tienen para cubrir las necesidades básicas de techo y comida, lo que genera desesperanza y falta de libertad, que se agudiza con la ausencia de oportunidades dentro de un sistema que les somete a una política social injusta, hecha por y para favorecer el bienestar, la economía y la perpetuidad de la clase privilegiada en el poder. Cuando se descubre a esa familia que viaja a pie por un páramo desolado, ya se tiene conocimiento de que se trata de un núcleo familiar desheredado, cuyos miembros son personas condenas a vagar por cualquier lugar en busca de un futuro mejor que nunca llega, pues las diferencias sociales son un obstáculo insalvable para ellos. Fabiano (Átila Iório), Victoria (María Ribeiro), sus dos hijos y el perro Baleia apenas pueden alimentarse, por eso Victoria rompe el cuello de un loro que no habla, pero al menos les proporciona un engaño a sus estómagos vacíos. Cercano al documental, el viaje continúa por el silencio interrumpido por el llanto de uno de los niños, que, desfallecido, se niega a continuar. No lo hace por capricho, sino porque las fuerzas le han abandonado. Este primer instante de Vidas secas muestra la desolación por la que transita la familia protagonista, una desolación que podría generalizarse más allá de ese Nordeste y alcanzar otros lugares del Brasil contemporáneo al film.


El siguiente paso de los nómadas de Pereira dos Santos por la desolación les acerca a una pequeña población donde encuentran un techo bajo el que cobijarse. Llegan con la esperanza de encontrar un empleo y comenzar una vida mejor, pero la primera reacción del patrono (Joffre Soares), cuando los descubre en la chabola deshabitada, es la de ordenarles que se marchen. A él, como cacique, le son indiferentes los problemas de la familia o su precaria condición; lo único que le interesa es que nadie ponga en duda su estatus y que los recién llegados salgan de sus posesiones. Sin embargo, el ofrecimiento de Fabiano para trabajar de vaquero convence al ganadero, que permite que se queden. Este rayo de esperanza se convierte en abuso, ya que el patrón no entrega el salario convenido, consciente de que Fabiano tendrá que aceptarlo si desea continuar trabajando para él. ¿Qué puede hacer este padre de familia, más que soportar el abuso del hacendado? ¿Conseguiría que alguien le ayudase y se uniese en su protesta? El patrón es consciente de que a un hombre analfabeto, con responsabilidades familiares, asustado y necesitado es más fácil de controlar y Vidas secas muestra esa carencia educativa, que agudiza la desesperanza y priva de libertad. El analfabetismo y el hambre son armas que permiten abusar de unos trabajadores que no alcanzan a comprender que en ellos reside la totalidad del trabajo; y que sin ellos, no sería posible. No obstante, los vaqueros, campesinos y mujeres que viven en el pueblo temen a la autoridad, y acatan sus decisiones, como se observa cuando un agente del orden (Orlando Macedo) descarga su frustración con Fabiano. Mientras Fabiano sufre los golpes de los soldados, su mujer y sus dos hijos aguardan por él, sin que nada sepan de lo que ocurre, pero conscientes de que nada pueden hacer salvo esperar. Los protagonistas de Vidas secas tienen miedo, aceptan lo que les ofrecen, por muy poco que sea, porque necesitan cubrir sus necesidades básicas: comer y un techo bajo el cual cobijarse y calentar a sus hijos, condenados a la misma realidad en la que viven sus progenitores.

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