viernes, 9 de diciembre de 2011

Love Actually (2003)



Iniciar un film sensiblero y con romances de por medio asegurando que el amor se encuentra en todas partes me resulta falso y acaramelado, pero intuyo que queda bonito y vende lo suyo, que toca la fibra de muchos y que sirve para poner en marcha varias historias paralelas en las que se intentará demostrar la afirmación que abre Love Actually (Richard Curtis, 2003) en el aeropuerto londinense de Heathrow, donde se inicia y concluye su relleno de algo más de dos horas de situaciones en la superficie que quiere pasar por emotivas con la ayuda de un tono directo al buen rollo y a un mundo feliz, de una banda sonora pegadiza —con temas de Wet Wet Wet, Joni Mitchell, The Beatles, Maroon 5, Texas, entre otros— y de ser una propuesta coral en el que se deja ver un reparto atractivo que, por británica mayoría, podría participar en una de Harry Potter o de James Bond. El cambiar de una historia a otra, sin detenerse más que lo justo para corroborar su hipótesis del amor en todas partes, ayuda a no sospechar que todas ellas no suman juntas ni una media historia… siendo, para quien esto escribe, el intento de una fantasía que contente por su amabilidad y su superficialidad disfrazada de emotividad. De los fragmentos que la componen, los más logrados son la presencia de Alan Rickman y Emma Thompson. Habrá quien no lo vea así y se decante por el romance del escritor y su asistenta, o por un Billy Nighy exagerando a su rockero de vuelta y media e imitador de Robert Palmer, de su Addicted to Love, una de las canciones y de los videoclips más populares del cantante británico que fallecía un mes antes del estreno de esta popular comedia cuyos instantes cruzados buscan entretener, lo cual es de agradecer o no, enternecer al crear la sensación de estar ante algo más profundo de lo que realidad asoma en la pantalla…


Así, apostando por la irrealidad del cuento de hadas, por lo que se consideran buenos sentimientos y por la amabilidad de su perspectiva cómica y forzadamente amorosa se presentan varias situaciones en las que los personajes disfrutan y sufren los avatares del amor, sentimiento tan humano que los creadores del film, a través de la voz del personaje de Hugh Grant, presidente kitsch y enamorado, desafiante con su engreído homólogo estadounidense e imitador, con los pantalones puestos y momentáneo, del Tom Cruise de Risky Business (Paul Brickman, 1983), afirman que se encuentra allí donde se mire. Sin embargo, basta una mirada para saber que se refiere a un sentimiento particular no genérico que para algunos de los protagonistas no resulta tan sencillo ni encontrarlo, ni conseguirlo o retenerlo. Como si fuese algo más tangible que emocional, Richard Curtis, director y guionista del invento, crea el espejismo del amor, lo falsea para que reluzca en la escena, y resuelve las situaciones que pone en marcha y que ponen a prueba a hombres y mujeres entrelazadas en una ciudad, en un tiempo cercano a la Navidad, en la búsqueda de la felicidad y del amor prometido… situaciones como la de Daniel (Liam Neeson) y su hijo Sam (Thomas Sangster), en la que, tras la muerte de su mujer, el primero centra su atención en el pequeño y este en conquistar al amor de su todavía corta vida, aunque, por larga que sea, toda existencia se antoja corta y siempre en busca de aquello llamado amor; pero no todos buscamos consejo en Titanic (James Cameron, 1997), pues eso nos hundiría a muchos en el bostezo y la apatía más largas. A grandes rasgos, las relaciones que Curtis muestra desde la comedia y la ¿ternura? le posibilitan crear un divertimento (o “aburrimento”) en el que el amor vence al desamor y a los momentos tristes, pues los lazos amorosos y la proximidad navideña sirven de guía para los personajes que pueblan Love Actually, película que, por un instante, pienso como un reverso “british”, conformista y cursi de la espléndida Magnolia (Paul Thomas Anderson, 1999)…

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