viernes, 24 de mayo de 2019

Juventud perdida (1948)


La realidad expuesta por los cineastas neorrealistas no es exclusiva del espacio físico, donde las más de las veces la miseria, el mercado negro, la delincuencia, la guerra o la carestía se hacen visibles en calles, hogares y pueblos. Más importante para ellos era el cómo dicho espacio afectaba al conjunto humano que lo ocupaba. Son los distintos tangibles e intangibles inherentes a la época retratada y, de no mirar su año de producción, 1948, su ubicación geográfica y su tema central: la pérdida de valores en la juventud de la posguerra, el segundo largometraje de Pietro Germi podría pasar por un film que se distancia de las supuestas formas neorrealistas para, entre ambientes universitarios, familiares y clubes nocturnos, bascular entre el noir, el drama juvenil y el policíaco. Esta alternancia genérica permite el acceso de Juventud perdida (Gioventú perduta, 1948) al peligro real que amenaza a la juventud de la posguerra, de la cual forman parte los asaltantes que, pistola en mano, al inicio del film irrumpen en un local que, entrada la noche, cierra sus puertas al público. Tanto el atraco como la posterior investigación policial son excusas que permiten introducir y desarrollar la indiferencia y el pesimismo existencial que arrastran a Stefano (Jacques Sernas) al nihilismo que abraza en su extremo negativo, más allá del límite donde ya nada le importa. Despojado de emociones, valores e intereses materiales e inmateriales, descubrimos en este joven a un ser frío y amoral que igual dispara sobre un desconocido que sobre una conocida. El amor, la amistad, el dinero, la familia, el futuro,... nada significan para este veinteañero que rechaza cualquier principio moral mientras congela sus emociones humanas, ausencia esta que, unida a su origen medio burgués, lo alejan de los ragazzi di vita en quien Pasolini centraría su mirada literaria en la década de 1950. Stefano no padece las necesidades de aquellos, ni vive en suburbios que invitan a algunos de los personajes pasolinianos a delinquir para conseguir dinero. La realidad del protagonista masculino de Juventud perdida, aquella que él interpreta, lo ubica en un estado de apatía que intenta alejar cometiendo fechorías con sus compinches, que no amigos. El gran acierto de Germi reside en equilibrar la trama criminal, el romance de Lucia (Carla Del Poggio) y Marcello (Massimo Girotti), el creciente sentimiento de culpa de este por saber que está utilizando a la mujer de la que se ha enamorado, y la crítica social que, a menudo, el cineasta inserta desde la voz del padre de familia, quien, consciente del peligro, es incapaz de reconocerlo en su propio hogar, en ese hijo a quien consiente y disculpa su comportamiento. La indiferencia es natural en Stefano, no así en su hermana, entonces ¿qué les diferencia? Germi no detalla la ambigüedad humana, pero apunta aspectos externos que podrían haber empujado al protagonista hacia la frialdad con la que comete sus crímenes. Existe violencia en él, aunque ni es visible ni ruidosa, como sí lo es la lúdica que asumen sus dos hermanos pequeños en sus juegos o discusiones, por lo que ya ni es violencia, al menos, él no la siente como tal, posiblemente porque ha crecido con ella durante los años del fascismo y guerra. Quizá ni el mismo sepa explicar el por qué de su comportamiento, entre cínico y pesimista, como señala su padre, sin embargo, su hermana Lucia, que ha vivido experiencias similares, no ha perdido su pasión por vivir: se enamora, sufre, sospecha, se aferra al cariño que siente por su hermano para alejar la sombra de la duda y, llegado el momento, incluso sería capaz de ofrecer su vida por aquel a quien ama, el policía que sigue la pista de la banda.

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