lunes, 17 de junio de 2019

El bandido (1946)


Previo al neorrealismo, la guerra en la pantalla italiana solo asomaba en películas de propaganda bélica -Bengasi (Augusto Genina, 1942) o La nave blanca (La nave bianca, Roberto Rossellini,1941)- o en noticiarios que, posiblemente, no se ajustasen a la realidad vivida por los soldados en el frente o por la población civil en un país dividido que no tardaría en convertirse en un campo de batalla más. El grueso de la producción cinematográfica lo formaban comedias, dramas y adaptaciones literarias. Ninguna mostraba la realidad que se vivía en Italia; no se podía, no existía; era el momento de la desinformación y del escapismo, usuales y comunes a cualquier régimen que tenga bajo control los distintos medios de comunicación y expresión. Pero, tras la contienda, dicho control desapareció, al menos durante los primeros tiempos de posguerra, y los cineastas aprovecharon el instante para mirar sin miedo el presente y su pasado reciente. En El bandido (Il bandito, 1946) el tiempo pretérito no asoma en la pantalla, pero vive en el hoy expuesto por Alberto Lattuada, y somos conscientes desde su inicio. Lo mejor de esta película, que transita entre el drama y el cine de gánsteres, no reside en las interpretaciones de Amadeo Nazzari, Anna Magnani y Carla Del Poggio -tres de los rostros más famosos de la pantalla de aquel entonces-, se encuentra en esos primeros minutos, en la exposición de la llegada del tren de prisioneros de guerra italianos a una estación donde, tras su cautiverio en campos de concentración alemanes, escuchan su idioma dominando el entorno. Están de vuelta en Italia y, a su llegada, observan a hombres y a mujeres que, desesperados y esperanzados, buscan entre los recién liberados a familiares. Muestran fotografías, preguntan si reconocen o han visto a sus seres queridos, aunque nadie contesta, solo el caos y la necesidad de olvidar, visible en el ex-soldado que repudia a la joven que ha sido su pareja antes y durante el viaje. La aleja porque ha vuelto a casa y pretende regresar a su vida anterior, al lado de su mujer italiana. La inmediata posguerra queda perfectamente retratada en esa estación de tránsito. Es el momento de olvidar aquello que no desean llevar consigo en su anhelo de recuperar lo perdido. Centran sus esperanzas en retomar la existencia allí donde se vieron obligados a abandonarla, cuando estalló el conflicto y fueron enviados a combatir, primero junto a los alemanes y, una vez liberada Italia, contra sus antiguos aliados. Entre los repatriados, la cámara escoge a Ernesto (Amadeo Nazzari) y Carlo (Carlo Campanini), dos amigos de cautiverio que se dirigen a Turín. Allí sus caminos se separarán, aunque no la amistad que los une. Ese instante nos da a conocer sus intenciones, pero también nos descubre una ciudad destruida por las bombas y la insolidaridad que intuimos en el conductor del camión, que exige la silla de Carlo como pago por el trayecto. Aunque se queja, apenas protesta, pues lo más importante para él es abrazar a Rosetta (Eliana Banducci), la hija de quien habla desde su primera aparición en la pantalla. Por su parte, Ernesto camina hacia la suya, pero no tarda en descubrir que fue barrida durante el bombardeo en el que falleció su madre. Nada resulta como pensaba, ni siquiera sabe dónde se encuentra Maria (Carla Del Poggio), su hermana; ha desaparecido, igual que las promesas e intenciones con las que inició el viaje de regreso, antes de enfrentarse a la realidad en la que se descubre como uno más entre los excombatientes que intentan cobrar la pensión de guerra o encontrar trabajo. Hasta aquí, Lattuada expone hechos; y a partir de aquí, cruza en el camino del protagonista el destino y la fatalidad que cobra forma corpórea en Lidia (Anna Magnani), trasunto de "mujer fatal" del cine negro estadounidense, y Maria, cuya muerte durante el reencuentro con su hermano -consecuencia del forcejeo que este mantiene con el proxeneta- provoca que El bandido cambie de registro y se decante por el género criminal, desde el cual desarrolla el ascenso y caída de Ernesto en los bajos fondos y la imposibilidad que sellará su destino; ese destino caprichoso que también deparará su violento encuentro con Rosetta y, gracias a la niña, con la redención.

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