miércoles, 12 de junio de 2019

Aflicción (1997)

Existen películas con alma y las hay que solo poseen fachada. En el primer caso, por ejemplo, se encuentran las de Paul Schrader y, como consecuencia, fondos y formas se corresponden y se necesitan porque obedecen al pensamiento y a las inquietudes del propio cineasta, las cuales cobran cuerpo en sus protagonistas y en sus historias personales. Las películas de Schrader no pretenden complacer ni conectar con el gusto mayoritario, aunque en casos alcancen dicha conexión, nacen de experiencias vitales y reflexiones existenciales propias, de gustos y fobias, de su cinefilia y de la creatividad que plasma en imágenes, silencios, palabras y comportamientos humanos. El carácter existencial impregna su obra y nos adentra en un tipo de cine que exorciza fantasmas al tiempo que enfrenta contradicciones que nos señalan el alma humana, aquella que sufre, que busca liberarse de dicha aflicción, que ahoga y condiciona sus relaciones consigo misma y con el entorno donde la mayoría de las veces se aísla o se encuentra aislada. Los protagonistas de Yakuza (Sydney Pollack, 1974), Taxi Driver (Martin Scorsese, 1977), Toro salvaje (Raging BullMartin Scorsese, 1980), Mishima (Mishima: A Life in Four Chapters, 1985), Sin posibilidad de escape (Light Sleeper, 1992) o El reverendo (First Reformed, 2017) son algunos de los personajes descritos por Paul Schrader, que encuentran un punto común en su interioridad atormentada, al límite o dentro del abismo oscuro y solitario donde se descubren atrapados, a la espera de hallar la vía que les permita escapar del tormento. Sus grandes personajes viven en un sin vivir, sin poder acariciar el equilibrio emocional y existencial que se niegan y les niegan las circunstancias que encierran en su interior y salen a la luz cuando ya son incapaces de contenerlas. Son seres heridos por el pasado, por malos tratos, por soledades hirientes, por fracasos personales o por una estricta educación, pero también por su tiempo presente, del cual no pueden desentenderse y apenas logran entender. Los demonios que habitan en ellos se agigantan en su intento de escapar de las dudas y de los espectros que siempre llevan a cuestas. Son tipos como Wade, el protagonista de Aflicción (Affliction, 1997), uno de los grandes títulos de Schrader y del cine estadounidense de la década de 1990. Apenas difiere que sea Scorsese o el propio Schrader quienes los lleven a la pantalla, todos buscan la redención, aunque apenas existe la posibilidad y esta se presenta en contadas ocasiones, la mayoría de las veces se confunde con la explosión de violencia que remite al desequilibrio emocional que no logran dejar atrás. Alguien como Wade no tiene oportunidad de liberarse de los recuerdos del ayer, de imágenes que regresan a su presente y que han hecho de él al hombre de quien nos habla su hermano (Willem Dafoe) al inicio y al final del film. Se trata de un individuo perdido, que ha perdido, un hombre que, como consecuencia, vive en el dolor, caminando sobre la nieve que observamos en el exterior donde hace las veces de policía local o chico para todo. Es un espacio blanco, frío e inhóspito que remite a la soledad, a la ausencia del calor que proporcionan las relaciones afectivas, a la imposibilidad de amar y de sentirse amado, a la hostilidad y al cabreo que le genera la imposibilidad de exorcizar los fantasmas y la aflicción que apenas logra contener; mientras, la teme y se teme a sí mismo, a ser como su padre (James Coburn), a la explosión de violencia que se aproxima y que pretende evitar aferrándose a circunstancias externas -a la resolución del asesinato que crea en su mente y a la ilusión de conseguir la custodia de su hija (Brigid Tierney)-. Son ilusiones que no logran suavizar su angustia vital, ni paliar la ansiedad y la desolación que imposibilitan su conexión con su hija, con su novia (Sissy Spacek) o con su hermano, a quien sirvió de parapeto humano ante los arrebatos de irá y golpes de su padre alcohólico, que apenas ha cambiado respecto al hombre que descubrimos en los breves recuerdos de Wade, destellos del ayer que, al prender fuego al granero donde yace el cadáver paterno, intenta reducir a cenizas.

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