sábado, 25 de junio de 2011

Taxi driver (1976)



El insomnio puede con él, necesita ocupar su tiempo para no pensar. El trabajo de taxista le ofrece esa ocupación en la que pretende encontrar una salida, sin embargo, el sueño no llega. Las noches pasan, el tiempo pasa, y Travis Bickle (Robert DeNiro) recorre las calles de una Nueva York dominada por una inmundicia que le revuelve las entrañas. El taxista es una bomba de relojería a punto de estallar y su mente, en un estado de confusión y de alteración, pide ayuda. Necesita encontrar a alguien que le muestre que la vida es algo más que aquello que perciben sus sentidos, un mundo putrefacto que precisa una limpieza. Travis es un solitario, quizá no por su naturaleza, sino por su modo de pensar y de interpretar la realidad de la que forma parte. Esto lo convierte en un tipo raro, un ser que no se encuentra y que busca con desesperación un lugar que le proporcione la tranquilidad que cree descubrir en Betsy (Cybill Shepherd), una hermosa mujer que a sus ojos resulta de blancura virginal. La obsesión que siente hacia Betsy le lleva a estacionar su taxi delante del local donde ella trabaja como colaboradora en la campaña electoral del senador Palantine (Leonard Harris). ¿Qué tiene que perder? Pues, a pesar de no conocerse, está convencido de que existe algo especial entre ellos. Idea que le decide a presentarse e invitarla a un café, porque esa valentía podría proporcionarle el apoyo necesario y una relación que calme la tormenta que se está desatando en su interior. Gracias a la aceptación de Betsy el mundo de Travis parece haber cambiado, ya no se siente solo, y la inmundicia que le rodea se ve apartada por la presencia de ese ángel que puede protegerlo de la suciedad reinante. Sin embargo, la errónea decisión del taxista de llevarla a ver una película pornográfica (el tipo de película que él suele ver; afición que quizá apunte la soledad, la ausencia de relaciones sexuales reales y las inquietudes culturales e intelectuales de Travis) rompe la hipotética relación. Esta hecho profundiza en la desesperación del hombre, que se encuentra al límite y que continúa sin conciliar el sueño. Sin poder dormir, su rostro y sus pensamientos se alteran por la falta de reposo y por su constante deambular por unas calles inseguras, reflejo de una época de inestabilidad y caos. Pero ¿qué puede hacer? ¿Limpiarlas? Alguien debe hacerlo, si no son los políticos ha de ser él.


 Es innegable 
que Taxi Driver es una película de Martin Scorsese, pero también es indudable que lo es de su guionista: Paul Schrader, ya que en ella se percibe ese universo sórdido desarrollado en otros de sus guiones. Racismo, violencia, incomunicación, soledad, degeneración o redención, son características que forman parte del mundo por el que Travis-Schrader transita en su vehículo amarillo, las mismas que le provocan rechazo y alteración. Es un ser herido, consecuencia de su estancia en el ejército y de su no ubicación en una ciudad que resulta el reflejo de la corrupción e ineptitud de algunos líderes políticos. Armarse hasta los dientes, entrenar y ensayar ante el espejo, es su forma de manifestar una disconformidad que roza la locura, sensación esta que se ve aumentada cuando la cámara de Scorsese enfoca una habitación llena de fotos del senador Palantine, quien semeja la nueva obsesión de Travis. ¿Será su víctima? ¿Borrará la inmundicia eliminando al político que admira? ¿Quién sabe? Lo único que se puede decir a favor de este taxista sería que es un hombre con buenas intenciones, sobre todo cuando pretende que Iris (Jodie Foster), una prostituta de trece años, regrese al hogar de sus padres, aunque sus métodos sean más expeditivos de lo usual para conseguir su propósito, ya que su mente se encuentra incapacitada para distinguir la líneas de no retorno, porque, para él, cuanto hace estaría justificado. Iris representa a esa amiga que necesita, porque ella le permite sentirse útil, poder ayudarla, sacarla de la putrefacción y alejarla de Matthew (Harvey Keitel), un macarra de tres al cuarto que la prostituye como si únicamente fuese mercancía.


Taxi Driver
es una película difícil de catalogar desde una perspectiva genérica, ya que transciende los géneros para profundizar en el pesimismo que dominan en la sociedad y en aquel momento presente en el que el país norteamericano sufrió varios desengaños —la guerra del Vietnam o el escándalo Watergate— que conllevaron la desconfianza que se refleja en un tipo de cine más violento —el policiaco y el thriller de los setenta— que pretendía plasmar la situación que dominaba las calles de ciudades como Nueva York u otras grandes metrópolis estadounidenses. Por eso Travis no puede soportar la confusión que mora tanto en su mente como en las aceras que delimitan su territorio, es un taxista desesperado que ha decidido no vivir en una sociedad como la que descubre en su cotidianidad. En este aspecto, Robert DeNiro recreó magistralmente la situación por la que atraviesa su personaje, su transformación o, mejor dicho, su explosión que le conduce a terminar con todo. Pero también cabe destacar la excelente fotografía de Michael Chapman, así como los aciertos de Martin Scorsese en prácticamente todas las escenas, en las que una voz en off comparte la ansiedad que vive en la mente de Travis, donde desarrolla sus conocimientos fílmicos y un talento innato que se percibe en los encuadres,  en el travelling final desde el techo, en la utilización de los primeros planos o en las imágenes que reflejan ese universo oscuro por donde se mueve su protagonista y, para terminar, no se puede olvidar la banda sonora compuesta por el legendario Bernard Herrmann, que acompaña el deambular nocturno de un hombre que con su transitar presenta al espectador cuanto odia y habita en su entorno, una soberbia despedida para uno de los grandes músicos del cine.

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