Meer (Saeed Jaffrey) y Mirza (Sanjeev Kumar) son dos aristócratas bien posicionados que pasan las horas del día jugando al ajedrez, un juego de estrategia en el que se plantea una batalla no sangrienta, de igual modo que lo hacen el general inglés Outrand (Richard Attenborough) y el rey de Oudh (Amjad Khan), un pequeño reino musulmán en el norte de la India. Satyaji Ray aprovecha las similitudes entre los jugadores de ajedrez y los gobernantes de ambas facciones para narrar como dichas parejas de estrategas mueven sus piezas. Los primeros sobre un tablero de tela y los segundos sobre una basta extensión de tierra, un país en el que viven fichas de carne y hueso, muy diferentes a las de marfil que utilizan Meer y Mirza. Estos dos posesos del ajedrez pasan todo el tiempo que pueden realizando sus movimientos estratégicos, es tan grande su adicción y ceguera que obvian todo lo demás, incluido esposas y funciones. La mujer de Mirza (Shabana Azmi), protesta una y otra vez, se inventa jaquecas para que su marido acuda a su lado, estratagema que no resulta, incluso fracasa cuando roba las piezas del juego, puesto que el dúo de ajedrecistas se las arregla para reemplazarlas por frutos secos y hortalizas. Tampoco Meer es capaz de contentar a su esposa, aunque ésta se posicione en las antípodas de la señora Mirza. Le anima a salir del hogar a primera hora para que pase todo el día jugando, postura que a Meer le llena de orgullo, no en vano, su mujer asume la importancia que tiene el juego para él. Sin embargo, el vecindario al completo sabe que la razón es otra bien distinta (un simpático y acertado plano muestra a este noble bajo dos espadas, que le sirven de cornamenta, mientras alardea de su buena suerte). Así pues, los dos amigos se encuentran ensimismados con esas partidas, nada importa más que el juego, circunstancia que les relaciona directamente con los hombres que deciden los destinos de una población que no dejan de ser meros peones sobre el tablero de Oudh. El rey, sensible y pacífico, prefiere la música, la danza o la poesía, a combatir y enfrentarse a unos hechos que apenas comprende. Su ministro (pieza básica, que en el ajedrez occidental se calificó como reina), le aconseja y le insta a reujnir un ejército para enfrentarse a la amenaza británica. Pero, este rey teme por su pueblo, no quiere que sufran las consecuencias de una guerra, del mismo modo que pretende evitar que la ciudad sea destruida. Su punto de vista es más apacible y tranquilo que el británico, algo que también se pone de manifiesto en las reglas del ajedrez hindú, que restringen el avance inicial de los peones a una casilla, por las dos que permite el occidental. Los jugadores del ajedrez (Shatranj Kekhilari) es una rica metáfora narrativa, a veces pausada, a veces simpática, pero siempre con la presencia de un juego estratégico que se tradujo en el dominio colonial que permitió a Gran Bretaña ser el país más poderoso del mundo durante el siglo XIX, gracias, entre otras cuestiones, al apoyo económico que recibía de sus colonizados, a quienes derrotaban, sin demasiados esfuerzos, en esa partida real que finalizaba con el jaque mate siempre deseado y buscado por los jugadores de ajedrez.
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