En sus orígenes muy pocos contemplaban el cinematógrafo como un arte en potencia, aún así, los primeros pioneros no cesaron en su intento de crear un lenguaje visual propio, con sus características artísticas, creativas, técnicas y comunicativas, aspectos que se irían perfeccionando a lo largo de los años hasta alcanzar su plena madurez en la década de 1920. Esta evolución, que alejaba al cine de la estática (y la teatralidad) que dominaba sus primeras imágenes, fue posible gracias a los aportes de las distintas cinematografías de ambos lados del Atlántico. Una de ellas, la italiana, se situó junto a la francesa y a la estadounidense a la vanguardia del nuevo arte. Además de ser el primer film de ficción realizado en Italia, La toma de Roma (La presa di Roma, Filoteo Alberini, 1905) incluyó entre su reparto decenas de extras, algo hasta entonces nunca visto en la pantalla. De tal manera, con el plano de la entrada de las tropas en Roma, Alberini había sembrado la semilla del cine-espectáculo que daría su primer fruto en Los últimos días de Pompeya (Gli ultimi giorni di Pompei; Luigi Maggi y Arturo Ambrosio, 1908), otro de los títulos fundacionales del género épico-histórico y el inicio del periodo de esplendor de la cinematografía italiana, un esplendor que se prolongaría hasta la Gran Guerra. Durante los años que la siguieron se sucedieron en Italia superproducciones ambientadas en la Antigüedad, que mezclaban hechos históricos y ficticios, alcanzando sus mayores cotas en Quo Vadis? (Enrico Guazonni, 1912) y Cabiria (Giovanni Pastrone, 1913). Pero, a diferencia de la película de Guazonni, más pictórica, Pastrone introdujo decorados tridimensionales, obra del arquitecto Camilo Innocenti, como parte indispensable de su narrativa, lo mismo sucede con los movimientos de cámara (travellings y panorámicas) o los trucajes, a cargo de Segundo de Chomón, características que la distinguen de sus contemporáneas y que fueron indispensables a la hora de desarrollar las múltiples situaciones que presenta la trama y la profundidad de campo que posibilitaba mayor libertad de movimientos a los numerosos personajes que se citan en su primer largometraje. Con anterioridad Pastrone había aportado al género histórico cortometrajes como Julio César (Giulio Cesar, 1909), Agnes Visconti (1910) o La caída de Troya (La caduta di Troia, 1910), aunque fue este título mítico, en el que contó con la inestimable colaboración de los anteriormente nombrados y del director de fotografía y escultor Eugenio Bava, padre del mítico cineasta Mario Bava, el que llamó la atención de otros pioneros que encontraron en sus imágenes influencias que asumirían a la hora de desarrollar producciones propias, prueba de ello son los majestuosos decorados que David Wark Griffith mandó construir para recrear la Babilonia de Intolerancia (Intolerance, 1916). La película también contó con el reclamo publicitario del famoso escritor Gabriele D'Annucio, quien, acreditado como autor del film, en realidad solo supervisó los rótulos explicativos. La presencia del nombre de D'Annuncio contribuyó al éxito comercial de Cabiria, pero también en ofrecer al público de su época una ventana al pasado, a la aventura y a la espectacularidad de secuencias como la erupción del Etna, las desarrolladas en el templo de Moloch o el hundimiento de la flota romana ante las murallas de Siracusa. Si estas secuencias sorprendieron y agradaron al espectador, no le fueron a la zaga su escenografía, las batallas, el romance o la presencia del gigantesco Maciste, un personaje que reaparecería decenas de veces en el cine italiano. Inspirada en los hechos descritos por el historiador romano Tito Livio y en la novela de Emilio Salgari en Cartago en llamas (Cartagine in fiamme, 1908), la película ofrece un espectáculo colosal que se inicia en una casa patricia a la ladera del famoso volcán. Allí vive la niña (Carolina Catena) que da título al film, sin embargo, la armonía reinante no tarda en verse afectada por la erupción que desata el caos y provoca que la pequeña y su niñera Croessa (Gina Marangoni) sean apresadas por piratas fenicios y vendidas como esclavas en Cartago. En tierras cartaginesas el destino de Cabiria queda sellado cuando los sacerdotes del templo deciden entregarla en sacrificio a los dioses. En este punto entran en escena los dos héroes del relato, Fulvio Axilla (Umberto Mozzalo) y su fiel Maciste (Bartolomeo Pagano), que rescatan a la niña, pero los hechos provocan su separación. Axilla logra escapar mientras que su gigantesco esclavo cae prisionero de los cartagineses, siendo condenado a permanecer de por vida encadenado a la rueda de un molino. Por su parte, la niña ha sido entregada a una mujer desconocida en el jardín de Sophonisba (Italia Almirante-Manzini), la hija de Asdrúbal (Edoardo Davesnes) y hermana de Aníbal (Emilio Vardannes). La historia avanza diez años, entre medias se sucede la derrota de la flota romana en Siracusa y el encuentro de Fulvio Axilla con los padres de Cabiria, a quienes les narra sus aventuras antes de regresar al norte de África donde se producirá su reencuentro con Cabiria (Lidia Quaranta), en ese momento convertida en una bella mujer y en la esclava preferida de Sophonisba.
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