Si pienso Diario de un cura rural (Journal d’un curé de campagne, 1951) como un film de transición, Un condenado a muerte se ha escapado (Un condamné a mort s'est échappé, 1956) confirma y reafirma lo expuesto en aquella y va un paso más. Es una película en la que Robert Bresson continúa usando la voz interior, pero agudiza su minuciosidad narrativa minuciosa. Resulta más austero si cabe. Para su cine no existe la opción ornamental, no es un espacio expresivo para las florituras de ningún tipo, incluso sus historias son algo más o no lo son en absoluto. Son algo así como estados del alma. En todo caso, sea historia y/o interioridad, lo que vemos y escuchamos comienza en Lyon en 1943, con un automóvil que transporta a tres presos a la prisión de Montluc, en ese instante controlada por los alemanes. Antes de llegar al presidio, Fontaine (François Leterrier) intenta la fuga, no obstante, esta no tiene éxito. Sin embargo, el vano intento por alcanzar la libertad es una muestra de la constante que domina al joven oficial condenado a muerte, su única intención consistirá en escapar. Alejándose de los tópicos del cine de evasiones y fugas carcelarias, Bresson rueda un film intimista-realista del que se ausenta todo tipo de efectos artificiales que entorpezcan el relato mental que realiza el preso. Fontaine expone desde su pensamiento: la soledad, las intenciones y los movimientos que realiza para perpetrar su fuga, asimismo, detalla los medios que utiliza y el material con el que cuenta. Su situación se reduce a la estancia en su celda, mientras trabaja con su cuchara para abrir un hueco en la débil puerta de madera. Bresson concede una menor parte del metraje a mostrar las escasas relaciones entre los presos, apenas existentes hasta que Jost Blanchett (Charles Le Clainche) es encerrado en la celda de Fontaine, poco antes de que este lleve a cabo sus intenciones. El joven Jost le provoca ciertos recelos, ¿ha sido puesto allí para controlarle?¿será un chivato? ¿tendrá que asesinarle o le llevara con él? Esa pregunta necesita una respuesta, y debe ser lo más inmediata posible, pues a Fontaine ya no le queda tiempo y debe fugarse o morir ante un pelotón de fusilamiento. Un condenado a muerte se ha escapado, junto con Diario de un cura rural y Pickpocket (1959), forma parte de la conocida como trilogía de la soledad de Bresson, quien a través de unas imágenes y una puesta en escena sin adornos acerca ese sentimiento de aislamiento que domina a sus personajes principales. De este modo se puede apreciar el personal estilo de Robert Bresson: actores no profesionales, austeridad de medios y a la hora de exponer la situación, un realismo en el que se puede encontrar ciertas influencias religiosas, una minuciosidad narrativa que influirá en los jóvenes directores de la Nouvelle Vague, así como la soledad de sus protagonistas. La sensación de aislamiento queda patente entre esas cuatro paredes donde se encuentra retenido Fontaine, quien debe hablar consigo mismo exponiendo un plan de fuga que, de ese modo, llega hasta espectador, así como sus ansias de comprobar si hay algún otro prisionero al otro lado de la pared, alguien con quien hablar, aunque sea mediante golpes en el muro o conversaciones entre los barrotes de las ventanas.
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