domingo, 26 de diciembre de 2021

Los pazos de Ulloa (1985)


<<Los productores llevaban varios años intentando llevar a la pantalla a la Pardo Bazán, por lo que la idea es suya. Y cuando me contrataron, que fue antes de Epílogo, o sea hace ya tiempo, me pareció un empeño difícil, pero que podría resultar interesante, como de hecho ha sido. Pensé que era un punto de vista naturalista y que este podía convertirse en un receptáculo que le iría bien al tipo de trabajo que desea hacer. Y luego se convirtió en una tarea muy interesante>>.1 Fiel a lo expresado y descrito por Emilia Pardo Bazán —inconsciente de estar siendo bastante cinematográfica en su narrativa, ya que el cine no vería la luz hasta 1895— en las páginas de Los pazos de Ulloa (1886) (y Madre naturaleza, publicada al año siguiente), Gonzalo Suárez aceptó el encargo y dirigió la adaptación de la novela, cuyo guion escribió en colaboración de Manuel Gutiérrez Aragón, en quien también se había pensado para la dirección de esta miniserie coproducida por Televisión Española y la RAI italiana, y Carmen Rico-Godoy. Y aunque el formato sea de serie de televisión, en realidad, no deja de ser una película de cuatro horas de duración dividida en cuatro partes. Sus características cinematográficas se aprecian a simple vista, y las palabras del director despejan cualquier posible duda al respecto: <<Los cuatro capítulos de Los pazos de Ulloa, los he rodado como si fuesen una película, y El lado oscuro también. No he asumido en todo eso un concepto de televisión, que por otro lado tampoco entiendo muy bien, porque en ese cacharro se puede meter todo. Otra cosa es que metan solo lo que meten>>.2 Por aquellos años de la década de 1980, la televisión metía algunas producciones propias de la calidad de este acercamiento entre medio televisivo y cine, del que hay que responsabilizar a la concepción cinematográfica de Suárez, y no al productor de TVE Julio Sempere o al productor ejecutivo Andrés Vicente Gómez.


El cineasta asturiano abre la primera parte de Los pazos de Ulloa (1985) allí donde lo hace Pardo Bazán, con la figura de Julián (José Luis Gómez) camino del señorío que da nombre a la película. Este arranque muestra la desorientación del capellán en el rural, que le es totalmente desconocido, pues el espacio natural difiere del compostelano del que procede y a donde regresará en compañía de don Pedro (Omero Antonutti) al final del primer capítulo, cuando el marqués decide que ha llegado la hora de un matrimonio que le depare el heredero legítimo que perpetúe el linaje de los Moscoso. Don Julián llega a Ulloa cual niño ingenuo, sin más conocimiento que su religiosidad y la imaginen idealizada del título nobiliario que admira, y que le supone la superioridad moral que no encuentra en don Pedro Moscoso. De ese modo ya se produce el primer choque. Se encuentra a un hombre vulgar y grotesco, interesado en la caza y en satisfacer su carnalidad. Pero sus mayores sorpresas son Sabel (Charo López), la criada y la amante del señor de Ulloa, y Perucho (Lucas Martín), el hijo Ilegítimo, cuyo asilvestrado comportamiento llama su atención —el pequeño viste harapos, su piel se oculta entre capas de mugre, bebe vasos de vino, duerme entre los animales del pazo, roba huevos, caza pequeños animales campestres. Las costumbres que observa, tanto en el señor de Ulloa, como en los siervos y en los religiosos del lugar, chocan con la comprensión burguesa y su ortodoxia católica. En su ingenuidad y en su inamovible idea de civismo, moral y caridad, Julián va descubriendo un mundo “salvaje”, ajeno al suyo, un mundo donde su pensamiento se enfrenta a costumbres que difieren de las civilizadas y católicas en las que se ha educado, las únicas a las concede validez y las únicas que brillan por su ausencia en el señorío.



Los dos espacios, ciudad y campo, se enfrentan visibles en los dos primeros episodios. Las diferencias entre el ambiente rural y la burguesía urbana quedan perfectamente establecidas en los paisajes, en el comportamiento y en las formas de los habitantes de dos lugares opuestos y, por lo que se verá, irreconciliables. En Compostela, en casa de su tío (Fernando Rey), el bravío y montaraz marqués tiene que decidir cuál entre sus primas le conviene y aquí se enfrenta el deseo que le despierta la vivaz Rita (Pastora Vega) y Nucha (Victoria Abril), delicada y etérea, a quien finalmente desposa porque se convence de que el fuego y la belleza de Rita, que le despierta el deseo, podría despertar el de otros hombres. El tercer episodio también presenta el enfrentamiento entre dos espacios aunque se produzca en uno. Los valores de la burguesía de provincias que Nucha lleva consigo a Ulloa, son los mismos que los de Julián, cuya idealización de la recién casada se evidencia en su devoción hacia la muchacha, a quien aprueba como la mejor candidata a ser la señora marquesa. Aunque casi siempre pasivo, convencido de que todo es designio divino, Julián asume que ese matrimonio cristiano podrá poner fin al barbarismo que atribuye a los modos y costumbres que caracterizan el entorno rural en el que se enfrentan liberales y carlistas, donde los caciques son amos y señores y el campesinado vive entre la ignorancia, la tradición, la (semi)esclavitud y también bajo el dominio silencioso de Primitivo (Raúl Fraile), el mayordomo de los pazos, cuya presencia resulta tan amenazante para el cura como la de la sensual y terrenal Sabel, la madre de Perucho, la amancebada del señor de Ulloa y, aunque de forma distinta a Nucha, también víctima del patriarcado.



1.Gonzalo Suárez. Revista Fotogramas núm. 1713. Noviembre de 1985.


2.Gonzalo Suárez en Los “nuevos cines” de España. Ilusiones y desencantos de los años sesenta (ed. Carlos F. Heredero y José Enrique Monterde). Institut Valencià de Cinematografia Ricardo Muñoz Suay. Valencia, 2003.

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