El cineasta asturiano abre la primera parte de Los pazos de Ulloa (1985) allí donde lo hace Pardo Bazán, con la figura de Julián (José Luis Gómez) camino del señorío que da nombre a la película. Este arranque muestra la desorientación del capellán en el rural, que le es totalmente desconocido, pues el espacio natural difiere del compostelano del que procede y a donde regresará en compañía de don Pedro (Omero Antonutti) al final del primer capítulo, cuando el marqués decide que ha llegado la hora de un matrimonio que le depare el heredero legítimo que perpetúe el linaje de los Moscoso. Don Julián llega a Ulloa cual niño ingenuo, sin más conocimiento que su religiosidad y la imaginen idealizada del título nobiliario que admira, y que le supone la superioridad moral que no encuentra en don Pedro Moscoso. De ese modo ya se produce el primer choque. Se encuentra a un hombre vulgar y grotesco, interesado en la caza y en satisfacer su carnalidad. Pero sus mayores sorpresas son Sabel (Charo López), la criada y la amante del señor de Ulloa, y Perucho (Lucas Martín), el hijo Ilegítimo, cuyo asilvestrado comportamiento llama su atención —el pequeño viste harapos, su piel se oculta entre capas de mugre, bebe vasos de vino, duerme entre los animales del pazo, roba huevos, caza pequeños animales campestres. Las costumbres que observa, tanto en el señor de Ulloa, como en los siervos y en los religiosos del lugar, chocan con la comprensión burguesa y su ortodoxia católica. En su ingenuidad y en su inamovible idea de civismo, moral y caridad, Julián va descubriendo un mundo “salvaje”, ajeno al suyo, un mundo donde su pensamiento se enfrenta a costumbres que difieren de las civilizadas y católicas en las que se ha educado, las únicas a las concede validez y las únicas que brillan por su ausencia en el señorío.
Los dos espacios, ciudad y campo, se enfrentan visibles en los dos primeros episodios. Las diferencias entre el ambiente rural y la burguesía urbana quedan perfectamente establecidas en los paisajes, en el comportamiento y en las formas de los habitantes de dos lugares opuestos y, por lo que se verá, irreconciliables. En Compostela, en casa de su tío (Fernando Rey), el bravío y montaraz marqués tiene que decidir cuál entre sus primas le conviene y aquí se enfrenta el deseo que le despierta la vivaz Rita (Pastora Vega) y Nucha (Victoria Abril), delicada y etérea, a quien finalmente desposa porque se convence de que el fuego y la belleza de Rita, que le despierta el deseo, podría despertar el de otros hombres. El tercer episodio también presenta el enfrentamiento entre dos espacios aunque se produzca en uno. Los valores de la burguesía de provincias que Nucha lleva consigo a Ulloa, son los mismos que los de Julián, cuya idealización de la recién casada se evidencia en su devoción hacia la muchacha, a quien aprueba como la mejor candidata a ser la señora marquesa. Aunque casi siempre pasivo, convencido de que todo es designio divino, Julián asume que ese matrimonio cristiano podrá poner fin al barbarismo que atribuye a los modos y costumbres que caracterizan el entorno rural en el que se enfrentan liberales y carlistas, donde los caciques son amos y señores y el campesinado vive entre la ignorancia, la tradición, la (semi)esclavitud y también bajo el dominio silencioso de Primitivo (Raúl Fraile), el mayordomo de los pazos, cuya presencia resulta tan amenazante para el cura como la de la sensual y terrenal Sabel, la madre de Perucho, la amancebada del señor de Ulloa y, aunque de forma distinta a Nucha, también víctima del patriarcado.
1.Gonzalo Suárez. Revista Fotogramas núm. 1713. Noviembre de 1985.
2.Gonzalo Suárez en Los “nuevos cines” de España. Ilusiones y desencantos de los años sesenta (ed. Carlos F. Heredero y José Enrique Monterde). Institut Valencià de Cinematografia Ricardo Muñoz Suay. Valencia, 2003.
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