<<La mayoría de los melodramas están armados sobre la problemática que interesa a la burguesía. Algo que resulta muy falaz y mistificador. Hay que salir en busca de melodramas en los que viva el proletario, y no de aquellos que a la burguesía le gusta o le excita imaginar que viven>>,1 comentaba Rainer Werner Fassbinder respecto a un melodrama como Todos nos llamamos Ali/La angustia corroe el alma (Angst essen Seele auf, 1973). El cineasta alemán busca a los personajes de este film en un ambiente proletario y encuentra a Emmi (Brigitte Mira), una mujer viuda, con tres hijos mayores (dos hombres y una mujer) que viven sus vidas lejos de ella, pero que acabarán juzgándola desde la postura más cómoda y egoísta. Emmi entra en el bar de Barbara (Barbara Valentin) para protegerse de la lluvia, aunque no solo entra para guarecerse, sino por curiosidad, ya que de regreso de su trabajo (limpiar dos plantas de oficinas) escucha la música extranjera que no entiende pero que le llama la atención. Entra y los presentes la miran como a una intrusa; se siente como tal, hasta que alguien que le dice no llamarse Ali (El Hedi Ben Salem), aunque todos le llamen así, baila con ella y le hace sentir acompañada. Así se inicia una relación entre un inmigrante marroquí, condenado al rechazo y a ser tratado con despareció por su origen beréber, y una mujer madura, condenada a la soledad. Cumplir sus condenas sociales juntos les permite sentirlas en la lejanía, pues, en la relación que establecen, rechazo y soledad no tienen cabida, quedan fuera. Ambas son fruto de un exterior racista que les juzga, aísla y asfixia, pero que no logra romper la unión. La sociedad, aunque se avergüence y lo silencie, demuestra que puede ser criminal, y al tiempo asumir que está siendo justa, decente, digna. Se justifica en su moral y se apoya en los prejuicios de grupo desde los cuales señala, juzga y condena cuanto altera el orden o cuanto escapa a su comprensión, como vendría a ser la relación interracial e intercultural que establece la pareja protagonista de Todos nos llamamos Ali. Esa sociedad —vecinas, compañeras de trabajo, familia— clava su mirada de odio y susurra palabras venenosas, acorrala y ataca a Emmi y a Ali desde que inician su relación, sencillamente lo hace por ignorancia, por intolerancia, porque asume el derecho de juzgar y establecer límites, porque ella es mayor y él árabe; pero esa misma intromisión es la que fortalece la unión que, una vez aceptada socialmente, amenaza descomponerse.
Fassbinder consigue una obra redonda, sin fisuras, derriba mentalidades maltrechas, expulsa demonios que acompañan al común denominador humano y sale airoso en su intento por cambiar su propia cultura europea. Los demonios que él quiso expulsar del corazón de los hombres comunes lamentablemente no los pudo quitar de su vida. Pero su obra habla como caballos desbocados, caballos que sudan renglones de una caligrafía oscura pero necesaria.
ResponderEliminar¡Qué bien lo expresas, Marcelo! Estoy de acuerdo con tus palabras; y también agradecido
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